miércoles, 22 de mayo de 2013

CAPÍTULO 2


Aproveché mi huida de la habitación para salir a tomar el aire. No podía alejarme demasiado de la casa-mansión-palacio de Anwar, al menos no hasta que Sahira recuperara su autosuficiencia como persona. ¡Quién sabía si iba a necesitar más dulces o café! Sin embargo siempre he sido un poco claustrofóbico, y no aguanto demasiado estar entre cuatro paredes y al resguardo de un techo. Los sitios cubiertos me ponen nervioso, máxime si sólo tienen una salida al nivel del suelo.

Me puse a hacer algo de ejercicio. Me gusta estar activo. Podría decirse que soy de culo inquieto. Necesito moverme, ir de un lado para otro, aborrezco la monotonía. Conocía cada rincón del lugar, así que jugar a los exploradores, tanto fuera como dentro de la casa, no despertaba en mí el menor interés. Vista la situación, me arremangué la camisa, me quité las botas y la pesada capa, y comencé a hacer los mismos ejercicios que había establecido hacía tiempo para los períodos de reposo, había que mantenerse en forma.

No llevaba ni media hora cuando apareció Sahira (mucho más recuperada) por la puerta y me sorprendió haciéndome el héroe de culebrón malo dando volteretas por el campo (que fuera ejercicio no quería decir que no me montara mis películas para hacerlo más llevadero...), así que me paré en seco provocándome una caída bastante tonta de la que me temo que mi tobillo sufrió las consecuencias. Como única reacción ante aquella ridícula situación, ella torció la cabeza como una lechuza observando a un pobre ratoncillo. “Menudo cuadro,” pensé “ella que parece que le va a dar una tortícolis y yo que voy a tenerme que amputar un pie”.

- Entonces, - me dio la mano para ayudarme a levantarme – tú conoces cómo funcionan las cosas de ahí abajo, ¿no? - hizo caso omiso de mi recaída a la hierba ante la imposibilidad de apoyarme en el pie. Bien pensado, aquello fue bastante cruel y desconsiderado, pero supongo que me lo merecía. Comenzaba a conocer a mi anti-ego,  e intuía que no me perdonaría así como así.
- Hombre, entiéndeme, yo, aquí donde me ves, en realidad soy un hombre bastante tradicional – intentaba disimular el dolor, y concentraba mis energías en poder levantarme – y considero que estas cosas pertenecen al ámbito de las madres... no me digas que nunca tuviste LA charla... - por suerte pude captar su mirada severa y parar a tiempo aquel nuevo acto de inmolación. - Lo siento, bien, sí, ¿qué ocurre?
- Verás, – seguía sin hacerme ni caso – antes de que aparecieras de forma tan... repentina me ocurrió algo que no sé si es del todo normal. Con la emoción del momento no me he acordado de preguntarle a Anwar,  y la verdad es que todo este asunto me suena cada vez más a novela barata.
- No te preocupes – desistí de intentar ponerme en pie de nuevo – a cualquiera le pasaría. Yo mismo, si no hubiera nacido allí, no me creería que existe otro mundo. Por cierto, me gustaría aclararte una cosa. Te puede seguir sonando novelesco, pero mi único objetivo cuando vine aquí era darle un pequeño susto a Anwar, que ya me estaba esperando. Él mismo te puede confirmar mi manía de no poder llegar a un sitio como las personas normales, algún día iré a un psiquiatra... o a la cárcel. El caso es que te encontré allí y vi mi oportunidad de hacer mi entrada espectacular y, de paso, saber si eras o no una intrusa de verdad. No espero que me entiendas, pero al menos concédeme aunque sea una medio-aceptación de disculpa...
- Ya, bueno, si necesito a alguien para una película te aviso – fría y tajante, supuse que no sacaría más de ella. - Lo que intento decirte es que me pasó algo mientras dormía, algo que no sé muy bien cómo calificar. Tuve un sueño de esos que podríamos llamar con mensaje. Digamos que me recordó acontecimientos que, por increíble que me parezca a estas alturas, están sin zanjar en mi vida. El caso es que me desperté empapada en una especie de líquido viscoso, como si fuera savia o algo así, como la resina de los árboles pero en grandes cantidades. Tú también tendrás los tatuajes, al menos uno de aire, ¿no? ¿Esto suele pasar?
- Sí, claro – no era un tema que me emocionara, pero la pobre chica debía de estar realmente preocupada si no podía esperar a que Anwar saliera de su cripta. – No sé demasiado del tema, pero creo que al parecer a aquellos que pertenecen al elemento de Tierra les pasa al principio – pude leer el desconcierto y la incomprensión en su rostro. - A ver, lo que pasa es que cada tatuaje está hecho de acuerdo al elemento de cada cual, quiero decir, que los materiales cambian. Lo que supongo que pasa es que, por alguna razón, el cuerpo asimila más lentamente los de tierra, expulsando parte del material en los primeros días. No te preocupes, seguirás teniendo unos círculos perfectos.
- Está bien, gracias – suspiró aliviada. – Había llegado a pensar que me pasaba algo. Por cierto, en vuestro mundo os los imprimen de pequeños, ¿no?
- Sí. Es nuestro bautizo, si quieres llamarlo así.
- ¿Y eso también lo hace el whady, o cada familia se encarga de sus descendientes?
- No – sonreí, ¡menudo interrogatorio! – son los sacerdotes los encargados de hacerlo. De hecho, la “receta” de los tatuajes es secreta, y no la conocen más que un puñado de fieles de rango superior y el mismo whady.
- Entonces, ¿Anwar es...?
- Nonono – negué con la cabeza, enfatizando aún más la rotundidad de la negación – él es una persona normal... o casi.
- Pero él es quien me hizo esto – se levantó parte de la camisa, dejando al descubierto dos grandes círculos en la parte inferior de la espalda. - Y si no me has mentido tienen los componentes correctos.
- Sí, es cierto, pero es que a él le rodean unas circunstancias un tanto especiales. Y no sigas por ahí, – la corté en cuanto vi que volvía a abrir la boca para lanzar una nueva pregunta – ya he respondido a tu pregunta. Para más información le pides a tu amiguito un ciclo de conferencias.
- Está bien, ya veo que no te gusta hablar de temas subterráneos, qué le voy a hacer.
- Exactamente, y menos bajo un interrogatorio del tercer grado. Por cierto, - traté de suavizar mi tono – me sorprende la facilidad con la que aceptas todo esto. La verdad, creo que si hubiera sido yo el secuestrado aún estaría en estado de shock.
- Bueno, - fue la primera vez que la vi ruborizarse – no tenía grandes esperanzas puestas en mi vida antes de que todo esto ocurriera. De hecho, cada cosa nueva que pasa sólo puede causar dos cosas: una mejora, o el fin de mis días. Sinceramente, ninguna de las dos me disgusta por el momento, por lo que no tengo razones para estar asustada.
- Claro, por eso te desmayaste cuando bajamos a por Anwar – el sarcasmo siempre ha sido más fuerte que yo.
- No tiene nada que ver. Estaba asustada por él, y porque que un tipo se te acerque por detrás en el balcón no es una de las circunstancias más normales y tranquilizadoras del mundo. Además, está resultando que soy algo propensa a los desmayos, como las princesitas ñoñas de los cuentos.
- Pues no se preocupe su majestad, que a partir de ahora iré siempre por delante, para que me pueda ver con antelación y ahorrarnos futuras subidas de la escalera, que por cierto no son tan fáciles ni tan románticas como las pintan. ¡Ah, y me pondré un cascabel cual gato! Y para que veas mi buena fe te enseñaré un pequeño truco.
- ¿Cómo que un truco?
- Ya lo verás – sonreí maliciosamente.

Gastarnos bromas el uno al otro era parte del juego que nos traíamos Anwar y yo, pero ser siempre los mismos dos me aburría, y decidí que había llegado la hora de incluir nuevos miembros en nuestro club privado. Aquella broma en especial fue la primera que nadie me había hecho nunca. No es que la gente no supiera cómo gastar bromas, sino que nadie se acercaba a mí para ello. Nunca he tenido una vida demasiado social, aunque he de decir que esto no es completamente por mi culpa.

Le hice una seña a Sahira para que me siguiera con cuidado y en silencio, aunque no hacía falta, ya que Anwar dormía muy, muy profundamente. Un cliente hace unos años sufrió un ataque de ansiedad pensando que había muerto tras un tiroteo en su propia casa a la hora de la siesta... aquel caso fue un poco raro, la verdad. Lo que aún no entiendo es cómo nunca se ha metido en más líos. Esto me daba vía libre para hacer lo que quisiera mientras dormía. Entramos en la habitación y nos situamos junto a él. Yo saqué de entre mis bolsillos los polvitos mágicos, fundamentales si quería llevar a cabo con éxito la “misión”. El truco estaba en evitar los ojos, sabía que tenía automatizado el movimiento de frotárselos al despertar. Por lo demás, lo único que teníamos que hacer era decorar su pálida y demacrada cara, además de hacerle unas mechas en el pelo. Le íbamos a dejar estupendo...

Sahira al principio no entendía nada, pero en cuanto hicieron efecto los primeros polvos mágicos, y su cara comenzó a volverse verde y su pelo azul, ya no tuvo ningún reparo en seguirme el juego. Ahora sí, ahora ya sí que dejaba de ser una más entre la gente común, aunque he de reconocer que saber que tenía una faceta tan diabólica como yo no tendría que haber sido tranquilizador. Sin embargo, había algo en esa ironía y ese gusto por las bromas que me resultaba familiar. Con el tiempo he aprendido que son un reflejo de mí mismo, y por ello no los veía como una amenaza.

Allí la dejé, disfrutando de su descubrimiento. Yo cogí un libro cualquiera de una estantería con la que me crucé y salí de nuevo al exterior. Hice un recorrido visual por los alrededores mientras caminaba... hasta que choqué con un árbol. Me levanté, le miré, las hormigas que subían por su tronco me miraron levantando una ceja invisible sin dejar nunca su ardua tarea. Parecían querer decir, “¿Qué miras, pasmarote? Más te valdría recoger hojas para el invierno”. En momentos como este me pregunto si no debería ir a un arreglamentes de esos. Finalmente acabé (¡cómo no!) trepando al árbol y sentándome en una de las ramas más gruesas, la seguridad ante todo.

Ni siquiera me había dado tiempo a leer el título, cuando escuché el gemido de las hojas secas al crujir bajo los pies de alguien. Al principio pensé que tal vez Sahira me habría seguido, cansada ya de reírse de Anwar. Sin embargo, escuchar el tarareo de una canción hizo que desechara inmediatamente esa suposición por suponer bastante improbable que el tono de Sahira bajara tanto cuando cantaba. Además, el sonido procedía de la dirección contraria a la casa. No podía perder el tiempo. Me deslicé silenciosamente, o al menos lo suficiente como para que no se diera cuenta, por el tronco del árbol y salí corriendo hacia la casa por uno de los mil atajos que existían. Por suerte para mí el intruso no parecía llevar mucha prisa, seguramente confiado en que no nos daríamos cuenta, como de hecho habría sucedido de no ser yo una persona inquieta que no puede parar de ir de un lado para otro. Anwar y yo sabíamos que esto tendría que pasar tarde o temprano. Dadas las circunstancias, era lo más lógico. El único inconveniente es que lo esperábamos para más tarde, así que ni habíamos estado alerta, ni habíamos preparado un plan de fuga, ni habíamos puesto a salvo a Sahira, ni nada de nada. No quedaba más remedio, habría que improvisar.

No entré en la casa por la puerta delantera, sino que preferí entrar por la parte de atrás. Encontré a Sahira aún en el cuarto con Anwar. Se había lavado las manos y tenía un libro abierto en ellas. “Hay que salir de aquí, rápido” y ordené “Coge cuanta comida puedas llevar y vuelve aquí arriba”. Ella asintió y desapareció por la puerta. A mí me tocaba la ardua tarea de sacar de su sueño al Bello Durmiente, sin descartar que podría tener que llevarle en brazos como si fuera un niño pequeño. “Vamos, vamos, despierta, por lo que más quieras”. Se dio la vuelta y se arrebujó en las sábanas. “Ya han llegado, hay que salir por patas. No tenemos tiempo para estas tonterías”. Funcionó. Sus ojos se entreabrieron añadiendo énfasis a la expresión de sorpresa y desconcierto que se había dibujado en su cara. Comenzó a levantarse lentamente. Cuando consiguió mantenerse en equilibrio sobre sus piernas pudo poner en funcionamiento la parte de su cerebro dedicada al habla: “¿Y qué hacemos?”

- No lo sé. He enviado a Sahira a por provisiones.
- Hay que dejarla en algún sitio, ella no sabe nada, no debería correr  riesgos por nuestra culpa. ¡Qué estúpido he sido al traerla conmigo!
- Sí, lo has sido, pero de momento lo único en lo que hay que concentrarse es en salir de aquí con la cabeza sobre los hombros. Tengo un coche a la entrada de tu finca, el único problema es que esto es tan grande que no sé cómo lo vamos a hacer para llegar hasta él sin que nos vea.
- Bueno, si conseguimos hacer la mitad del camino sin que nos vea yo creo que lo podemos lograr.

Miré por la ventana hacia el camino por el que supuestamente tendría que aparecer nuestro perseguidor. Aún no se veía nada, pero su tarareo se escuchaba débilmente. Tendríamos unos diez minutos antes de que se personara en la puerta. Nuestra única oportunidad era salir por atrás, por el mismo lugar por donde yo había entrado, correr hacia el coche y luego...
- Vale – dije – igual lo podemos hacer pero, ¿dónde iremos después?
- Mucho me temo que habrá que adelantar los planes. Dejamos a Sahira en cualquier lugar a salvo y nos volvemos al mundo subterráneo. Tendré que hacer alguna llamada para entrar seguros. Si ya han salido a la superficie a buscarnos, no debería extrañarnos que tengan vigilada cada esquina de la medina.
- Creo que conozco una buena entrada, pero nos llevará un tiempo llegar. Es un lugar muy transitado, que no creo que se hayan molestado en montar un control por allí. Ya sabes, la tranquilidad de las masas lo primero.

En ese preciso instante entró Sahira. Anwar y yo nos miramos, ya hablaríamos después. En ese momento lo más importante era salir por patas. Arranqué las provisiones de manos de Sahira y las envolví en mi capa, formando una suerte de hatillo que pude atarme al cuello... viejos trucos de la profesión. Volví a asomarme por la ventana. La voz se iba acercando, en unos dos minutos estaría allí, creo que no ha habido momento en que haya agradecido más haber empleado la mitad de mi vida en agudizar mis sentidos. Teníamos que salir ya. Salimos por la puerta de atrás, dejando la puerta abierta para evitar posibles sospechas y ruidos innecesarios que pudieran advertir al intruso. Corrimos, corrimos como no lo volveríamos a hacer nunca en nuestra vida, al menos por mi parte. Conseguimos alcanzar el coche ya sin resuello. Anwar lo arrancó (a pesar de vivir en el subsuelo los coches se le daban mucho mejor que a mí), mientras Sahira y yo nos recuperábamos. Ella se frotaba las rodillas, doloridas por un par de caídas que había sufrido en la huida mientras jadeaba buscando oxígeno. Yo me volví a ver una vez más la casa. Una figura negra cortaba el horizonte, y se veía una columna de humo al fondo, seguramente resultado de haber quemado la casa, el procedimiento habitual en estos casos. "Malditos cabrones"  oí susurrar a Anwar. Aquella casa era lo único que le quedaba de su vida en la superficie, el único recuerdo que tenía de su madre.

La ventaja de los parajes inhóspitos es que puedes correr cuanto quieras por la carretera. El inconveniente es que te puedes estrellar en el primer barranco con curva. Por fortuna no tenía mucha altura y milagrosamente nadie se rompió ningún hueso. Eso sí, la cara amoratada y el resto del cuerpo de tonalidad dudosa no serían fáciles de disimular. Si teníamos un poco de suerte habríamos perdido a nuestro perseguidor, y si teníamos un poco más, nos daría por muertos sin pararse a comprobar el coche. Nos escondimos entre unos arbustos y estuvimos esperando lo que yo calculé unos cuarenta y cinco minutos. No ocurrió nada, así que dedujimos que podíamos salir.

Rodeamos el coche, preguntándonos cómo diablos podríamos salir de aquella situación. Anwar permanecía con el ceño fruncido. Sahira sacó un libro de debajo de la camisa y sonrió con alivio. Yo... yo dejé la mente en blanco. De pronto, a la vez, como si nos hubiéramos sincronizado, Sahira y yo miramos a Anwar, nos miramos entre nosotros y le volvimos a mirar. La situación se había vuelto tan ridícula que no pudimos reprimir unas estrepitosas carcajadas. Tras la adrenalina acumulada, la risa vino mejor que tres días de sueño. Reímos, nos reíamos tanto que tuvimos que arrodillarnos para no ahogarnos. Anwar nos miraba ahora sin comprender nada, pensando que tal vez el golpe había sido mayor que lo que pensaba. La sorpresa le duró hasta que se le ocurrió mirarse en uno de los espejos retrovisores o, mejor dicho, lo que quedaba de él. "¿Pero qué...?" fueron las únicas palabras que salieron de su boca antes de unirse a la carcajada colectiva. Tal había sido el peligro que nos habíamos olvidado de nuestra pequeña broma.