-
Te queda una hora, será mejor que vayas decidiendo qué crees que hay después de
la muerte…
Mi
carcelero, tan amable como siempre. Supongo que no hay tiempo para más. Si has encontrado estas hojas sólo puede
significar dos cosas: has corrido mi misma suerte, en cuyo caso lo siento; o
bien se ha decidido que estos muros no hacen falta y te has encontrado este
escrito entre los escombros de un edificio que nunca tendría que haber
existido. Estos papeles han surgido tras un ladrillo de las tristes paredes que
me custodian, sin duda abandonados allí por el último inquilino. Como única
herramienta de escritura tengo un bolígrafo, lo cual quiere decir que ya ha habido otros presos que han subido a la
superficie antes que yo.
Voy
a poner estos papeles otra vez en el hueco tras los ladrillos, por si algún otro pobre
desgraciado cae en esta deprimente celda y necesita alguna diversión o decide
escribir su propia historia para un tercero o escoge destruirlo todo en un
impulso de ira y desesperación.
Pero
antes voy a terminar, aunque apresuradamente, ésta nuestra triste historia.
Sahira murió en medio del revuelo que se armó en palacio. Supongo que este
relato es mi último tributo a ella, basándome en lo que me contó ella misma
entre huida y huida. Anwar, simplemente, desapareció. Supongo que nunca sabré
si ha regresado a la superficie, si se ha quedado, camuflado, en La Medina o si
en realidad ha sufrido ya la misma suerte que Sahira. Es curioso que haya sido
él quien haya conseguido huir mientras que yo, tras años de entrenamiento
sometiéndome a un metódico entrenamiento, estoy aquí, contando las
respiraciones que me quedan antes de que llegue mi final.
En
cuanto a mí, bueno, pocas dudas puede haber ya sobre cómo acabó la cosa.
Conseguí entrar en la alcoba real, sólo para que diez guardias se me echaran
encima sin que ni siquiera me diera tiempo a ver al futuro whady. Antes de que me diera cuenta me habían condenado
a ser ejecutado públicamente, como castigo ejemplar para posibles futuras
rebeliones.
Pero no voy a darles esa
satisfacción. Voy a contarte, pobre desdichado, cómo van a ser mis últimos
momentos. Por suerte para mí, a pesar de que me obligaran a despojarme de todas
mis cosas, forzándome incluso a cambiar mi ropa por una especie de túnica de
lana, conseguí salvar una cuchilla de las que llevo siempre… por lo que pueda
pasar. Así que, después de guardar mis últimas palabras, pintaré la celda de un
brillante rojo.
Sólo espero con este último acto
que mi muerte pase más desapercibida, y no le puedan dar ninguna significación
festiva, no soy ningún gladiador que deba divertir a un anfiteatro.
Me guardaré mi arrepentimiento,
mis faltas y mis oraciones (no creer en el whady no significa que no
crea en algo) para mí. Mi última palabra solamente puede ser una:
ADIÓS