Hoy, esta noche,
cuando las estrellas eran todavía dueñas de la bóveda celeste, se ha despertado con el rugido de la dragona. No
se asusta, ya no, cuando siente sus uñas desgarrarla desde dentro. Ha aprendido
que la dragona es parte de ella, aunque a veces parezca que se haya ido, aunque
a veces permanezca dormida: ha aprendido que sus zarpas son sanadoras, aunque
nada delicadas.
Se ha
despertado entre los restos de la operación, y ha pensado que quizás el rugido
significaba que la cirujana exigía la limpieza del quirófano. Dando tumbos ha
ido a por el cáliz – ¡copa de vida! – que deberá contener sus entrañas hasta
que sea el momento, casi como las antiguas ofrendas a la tierra para hacerla
revivir, en que deba volcar su contenido. Algo más lúcida, se ha tomado una
droga para apaciguar a la bestia, que continúa devorándola, ha recogido como ha
podido la escabechina nocturna y se ha vuelto a acostar.
Ha dado
varias vueltas, enroscándose en sus sábanas, pero el sueño no ha vuelto. Está
tiritando. “Claro” ha pensado “soy una dragona, soy de sangre fría”. “Poiquiloterma”
se ha corregido, recordando los terribles manuales de biología de su
adolescencia. Ha pasado varios minutos mirando la pared, concentrada en esa
manchita que parece un globo aerostático, o un perro, o una lupa sin el mango,
o…
“¿Por qué
vuelves?” le ha preguntado al reptil.
El silencio
la abraza, apretándola contra las mantas. Imágenes de un viejo cuento desfilan
ante ella, la manchita va adquiriendo la macabra forma de una manzana. Piensa
entonces que quizás no sea la historia de un desafortunado pecado, sino de la
primera mentira. Se imagina a Adán, víctima de la curiosidad que desprende lo
prohibido, tomando una de las manzanas. Se lo imagina tendiéndole una a Eva,
como si no tuviera importancia, despreciando su mirada temerosa de lo
prohibido, “no te angusties, tonta, pruébala”. Se imagina a Eva cogiendo la
manzana, temblando su mano, porque no quiere que Adán crea que es tonta.
Imagina entonces al Dios Padre interrogándolos y a Adán, avergonzado – pues ya
conocía la vergüenza, diciendo “Eva me tentó, padre”. Eva, que ya ha abierto la
boca dispuesta a defenderse, ve el miedo en los ojos de Adán, que sabe que ha
sido débil, y calla. “Eva me tentó” sigue él, envalentonado “siguiendo los
consejos de la serpiente”. Y Dios, que creó a Adán para que este a su vez
pudiera re-crearlo a su imagen y semejanza, creyó en la palabra del hombre y
fusionó a la mujer con el reptil, que desde entonces la devora por dentro,
convirtiendo a las Evas en Prometeos desencadenados, calladas siempre ante los
miedos y vergüenzas de los Adanes.
Con el fin de
la historia ha vuelto la calma. Cuál es la verdad, poco le importa; son cuentos
antiguos, desgastados por el uso y el tiempo. Otro pensamiento ocupa su mente
mientras atraviesa la frontera de lo consciente, y es que está convencida de
que a Wonder Woman también la despierta su dragona.