martes, 11 de septiembre de 2018

Espíritus


Un cuerpo tarda entre 5 y 30 minutos en morir con una arteria seccionada, desfallece a la semana sin agua, puede estar una mes en ayunas. A la pena le bastan 3 segundos para matar, y una vida a la soledad.

Dicen que perdemos 21 gramos antes de entrar en la morada subterránea o arder en el infierno industrial. Hay quien cree que es el alma, que vuela por fin libre, sin especificar muy bien adónde va. Los más realistas afirman que es la pérdida de fluidos y gases del cuerpo en estado extremo de relajación de músculos y esfínteres. Hay incluso una pequeña parte de la población que ha decidido que da igual cuánto de etéreo, gaseoso o líquido nos abandone, si permanece el plomo, que no tardará en corromperse y sufrir un segundo fallecimiento.

Ahí, en el espacio indefinido de tránsito entre la no-vida y la muerte efectiva, estoy yo. Corto y coso, hago y deshago, remato asesinados. Me calzo bata, gorro, mascarilla, guantes; bisturí en mano, todo listo para abrir. Noto un hormigueo en el cuello al abrir la piel, de nuevo tierna, blanda carcasa que cede ante mis impacientes dedos. La sangre no brota, simplemente se desliza, densa y negra. El pestilente hierro inunda con su aroma la solitaria morgue.

Recojo el negro hilo haciéndolo caer en el pequeño contenedor donde se funde y se confunde, formando con las últimas gotas círculos concéntricos, una pupila que me observa desde el otro lado. ¡Alto! Las sombras acechan, los espíritus se mueven, me hablan, se acercan. Tomo la bolsa de vacío, aspiro, se llena del oscuro elemento. Una gota ha quedado fuera, la siento recorrer mi brazo más allá del guante, erizarse el vello, una corriente en la espalda, casi la puedo saborear.

No hay tiempo para recrearse, están aquí. Cojo la sierra, los huesos ceden sin lamentos, sin resistencia a los dientes de acero. Corazón e hígado están a salvo. La sangre y el hielo, la carne en su sitio. Gira el pomo, veo la sombra, me quieren, lo quieren. Pero están a salvo. Conmigo, están a salvo, ¡no os los llevaréis! Los llevo conmigo, viven conmigo, sin atravesar la segunda frontera de la muerte, ¡son inmortales, soy inmortal!

¡Espíritus de los infiernos, no os temo!

domingo, 2 de septiembre de 2018

Soy


Soy la hormigueante voz que por tus epidérmicos requiebros serpentea. Soy la duda enredada en tus pestañas, la palabra que retienes en la correcta impasividad de tu rabia.

Soy esos uno, dos, tres saxofones que improvisan las notas de una vida que suena con dos compases de retraso, el andante de percusión del pan tostado triturado y el adagio de un té recién escaldado. Soy los zapatos con que bailan los poetas que reciben transfusiones de versos que nunca sangraron, que disturban el pasado con los hilos ciegos del futuro.

Soy quien te oye escucharme, en silencio, mientras observas lo que fui y tejes con tus luces y tus ondas una red para la sirena que hoy te habla.

Soy yo, soy tú. Soy quien vive donde nadie llega, quien te da su cuerpo, el tuyo, que nada recibe más que fusta y esperas. Porque soy, somos, dolor y cura, ritmo y mármol, musa y vacío, aire y fango.