Un
cuerpo tarda entre 5 y 30 minutos en morir con una arteria seccionada, desfallece
a la semana sin agua, puede estar una mes en ayunas. A la pena le bastan 3
segundos para matar, y una vida a la soledad.
Dicen
que perdemos 21 gramos antes de entrar en la morada subterránea o arder en el
infierno industrial. Hay quien cree que es el alma, que vuela por fin libre,
sin especificar muy bien adónde va. Los más realistas afirman que es la pérdida
de fluidos y gases del cuerpo en estado extremo de relajación de músculos y
esfínteres. Hay incluso una pequeña parte de la población que ha decidido que da
igual cuánto de etéreo, gaseoso o líquido nos abandone, si permanece el plomo,
que no tardará en corromperse y sufrir un segundo fallecimiento.
Ahí, en
el espacio indefinido de tránsito entre la no-vida y la muerte efectiva, estoy
yo. Corto y coso, hago y deshago, remato asesinados. Me calzo bata, gorro,
mascarilla, guantes; bisturí en mano, todo listo para abrir. Noto un hormigueo
en el cuello al abrir la piel, de nuevo tierna, blanda carcasa que cede ante
mis impacientes dedos. La sangre no brota, simplemente se desliza, densa y
negra. El pestilente hierro inunda con su aroma la solitaria morgue.
Recojo
el negro hilo haciéndolo caer en el pequeño contenedor donde se funde y se
confunde, formando con las últimas gotas círculos concéntricos, una pupila que
me observa desde el otro lado. ¡Alto! Las sombras acechan, los espíritus se
mueven, me hablan, se acercan. Tomo la bolsa de vacío, aspiro, se llena del oscuro
elemento. Una gota ha quedado fuera, la siento recorrer mi brazo más allá del
guante, erizarse el vello, una corriente en la espalda, casi la puedo saborear.
No hay
tiempo para recrearse, están aquí. Cojo la sierra, los huesos ceden sin
lamentos, sin resistencia a los dientes de acero. Corazón e hígado están a
salvo. La sangre y el hielo, la carne en su sitio. Gira el pomo, veo la sombra,
me quieren, lo quieren. Pero están a salvo. Conmigo, están a salvo, ¡no os los
llevaréis! Los llevo conmigo, viven conmigo, sin atravesar la segunda frontera
de la muerte, ¡son inmortales, soy inmortal!
¡Espíritus
de los infiernos, no os temo!