Soy el ser más antiguo y el más joven del mundo. Cada día,
cada hora, nazco desde las entrañas profundas de la tierra, recorro largas
distancias y muero al juntarme con mis hermanos.
Soy la primera diosa, creadora de la vida. Fui yo quien
antes vio a las pequeñas criaturas que poblaron el planeta, yo quien les ayudó
con sus primeros pasos. Hoy, acompaño a millones de seres en su viaje, les doy
un hogar entre mis brazos, toman comida de mis venas. Son mis hijos, encuentran
reposo en mi regazo. Sus hermanos de la tierra dura, la tierra que quema, se
acercan a mí para apagar su sed.
Soy el ser más antiguo y el más joven del mundo, y estoy en
peligro. Cada día, cada hora, recorro el mundo, llevando a miles de criaturas
en mí, dando de beber a otras miles. Hoy, esas criaturas enferman, mueren
envenenadas en mis venas.
Hace tiempo que conozco a los pequeños seres que me han
hecho enfermar. Yo los vi nacer, los vi empezar a caminar, vacilantes,
temblorosos ante un mundo que no comprendían. Yo, generatriz de vida, los
acompañé en sus viajes, me introduje en sus refugios, los protegí del hambre y
del fuego. Recorrieron el mundo, impulsados por su curiosidad, siempre hacia el
horizonte, conmigo como compañera, buscándome en cada nueva etapa.
Y un buen día, el viaje se detuvo. Ellos me llamaron
entonces, y yo acudí. Flui hasta sus primeros cultivos, alimenté sus rebaños.
Sus familias prosperaron, sus refugios se expandieron; cada vez más criaturas,
cada vez más agua. Me necesitaban, me construyeron caminos por los que yo me arrastraba
hasta sus ciudades. Me celebraban, mi sonido era la música de la vida, mi paso
las llenaba de color, como si toda la luz quedara atrapada entre mis hilos de
tejido transparente.
Cada paso hacia adelante era una nueva llamada a la que
acudía solícita. Yo les he dado cuanto tienen, pero a cambio poco he recibido.
Con el paso de los años, se han vuelto orgullosos, han olvidado la senda
recorrida. Atrás quedaron los agradecimientos, han convertido a su amiga en su
esclava, tomando de ella el agua clara y la vida, devolviendo oscuros fluidos
de muerte.
Les advertí. Dejé de regar sus cultivos, hice que me
añoraran. De nada sirvió, me atrajeron de nuevo. Me dividieron, me cortaron, me
arrancaron de mis caminos para encerrarme, lejos de mis amados campos, de la mística
de las cuevas, de las salvajes olas. Descargué entonces mi ira, destruyendo sus
montes, invadiendo cada valle, haciéndome dueña y señora de sus endebles
poblados. De nuevo, nada. Construyeron grandes muros para separarme de ellos,
escondiendo de sus ojos el miedo a la destrucción. La avaricia se ha apoderado
de ellos, nada queda de los incansables viajeros. Permanecen ahora asentados,
amontonando bajo ellos riquezas inertes, inútiles.
Soy el ser más antiguo y más joven del mundo. Cada día
nazco en las montañas y muero en el mar. He estado en el principio mismo de la
vida, y hoy la llevo conmigo en mis viajes. Os he acompañado, pequeños seres, y
a muchos antes que a vosotros. Todo os lo he dado, todo me lo debéis. Como una
madre he intentado enseñaros, y como malos hijos me habéis devuelto solo veneno.
Siempre he fluido en esta tierra, pero ahora debo retirarme, cesar también yo
en mi viaje. Adiós, pequeños, estáis solos; estáis desde hoy condenados a mirar
con desesperación la seca cima de las montañas.