Ya ha anochecido. El corazón parece que se quiere ir de vacaciones y me va a romper el pecho. Tampoco es que esto vaya a ser como en las películas de polis. Héctor me ha dejado a la puerta. ¿Mi misión? Darle un toque al móvil cuando vea que entra alguien, y como yo hay otros diez policías apostados alrededor del lugar. No es esta la idea que yo tenía de mi primera experiencia policíaca, pero aún así no puedo evitar los nervios. Obviamente no espero que se cuele nadie en el cementerio a esta hora por la puerta principal, pero también es lógico que me den la posición de menor riesgo. Son las tres de la mañana. Ya habrán entrado. Lo único que espero es que no se olviden de mí cuando acabe todo. En fin, lo dicho, que me he hecho demasiadas ilusiones con todo esto, no creo ni que vea el arresto de verdad. Me voy a sentar aquí, en el banquito. Hace ya un rato que estoy aquí y mis pies ya no aguantan más. Ah, qué bien así. Espera, oigo algo. Alguien corre, algún chaval fuera llegará tarde a casa. No, no es eso, el ruido viene del cementerio. Oigo voces a lo lejos. No entiendo nada, sólo puedo distinguir “ena, elo” ¿Ena, elo? ¿Qué será eso? No tiene ningún sentido, serán palabras más largas. Se oye de nuevo la voz: “¡Helena, cógelo!” Ahooora lo entiendo. Me levanto y, cuando me estoy dando la vuelta, algo choca contra mí. Me da tan fuerte en la cabeza que me parece incluso escuchar mi cráneo partiéndose en dos. Ambos, la cosa y yo, caemos al suelo. Apenas me encuentro lo suficientemente bien como para distinguir que no es una cosa, sino una persona, y que tal vez es a quien tenía que detener.
Pronto llegan los polis y yo me escabullo disimuladamente… o al menos todo lo discretamente que la poca coordinación que guardo por el golpe me permite.
- ¡Buen trabajo! Un poco bruto, pero lo has parado – ya está Héctor aquí, a ver si se va pronto. ¡Uf, menudo dolor de cabeza!
- Ya, bueno, es que me ha pillado desprevenida.
- Ya veo, ya. Toma, ponte esto – me da una bolsa con hielos.- Vaya un chichón más feo.
- Lo supongo, no veas cómo duele. Oye, ¿importa mucho si me voy a casa? De repente se me han quitado las ganas de seguir haciendo de Sherlock para siempre.
- ¡¿Cómo, no quieres saber quién es tu primer detenido?!
- Ah, claro, el delincuente. Un cualquiera, supongo.
- ¡Un cualquiera! Está usted muy equivocada madmoiselle. Mira, ahora va a pasar bajo aquella farola.
¡Madre mía, pero qué plasta que es! ¿Por qué no me deja en paz? A ver, ¿quién puede ser tan importante como para importarme? No… NO PUEDE SER.
- ¡Es el alcalde! – no puedo reprimir un grito de sorpresa.
-Sí, sí lo es. Yo de ti me cuidaría de la prensa. Si se enteran de quién le impidió la huida te acribillarán a reportajes. ¿Quieres entonces que nos vayamos?
- Yo necesito descansar, pero supongo que tú aún tienes que quedarte.
- Bah, ya se las apañarán. Venga, te acompaño.
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