Plumas,
plumas, cuerpo. Se había preocupado sólo de subir y subir hacia lo que, según
decían, era el bien, la felicidad. Siempre mirando hacia arriba, aspirando a
llegar al Sol, ni por un momento se le ocurrió volverse para ver las maravillas
que se mostraban bajo él. Se había quedado tan maravillado por los dorados
rayos que besaban suavemente su piel, que había decidido que sólo podría ser
feliz si alcanzaba al mayor de todos los astros y lo conquistaba, fundiéndose
con su calor. ¿Y todo para qué? ¿Qué quedaría de él? Nada, sólo plumas, plumas,
aire.