domingo, 21 de abril de 2013

PARTE 2. CAPÍTULO 1


Corrí hacia Anwar dejando sola a la muchacha. Era una lástima dejarla así, sin ninguna explicación, pero hacía demasiado tiempo que no veía al único amigo de verdad que me quedaba sobre la faz de la Tierra. Un trabajo que consiste en ir de acá para allá nunca ha sido la mejor forma de hacer nuevas amistades. Nos dimos un abrazo de esos que se dan los hombres, marcando bien las distancias, y supliendo ese alejamiento con risas y viejos recuerdos. Casi me había olvidado de cuanto había ocurrido hasta hacía cinco minutos cuando Anwar me apartó y salió disparado hacia la casa. Apenas me llevó un segundo volverme para comprobar que la pobre chica estaba desmayada en el suelo. Anwar se arrodilló junto a ella e intentó una apresurada maniobra de reanimación. “Ayúdame, ¿quieres? Tenemos que subirla a su cuarto, creo que es sólo cansancio”. Supongo que era mi turno de arreglar lo que había provocado yo solo. La cogí como pude y la volví a llevar escaleras arriba, siguiendo las instrucciones de mi camarada. Llegamos por fin a la dichosa habitación, que resultó estar en lo alto de la más alta torre, como una princesa de los mejores cuentos clásicos. Anwar la arropó, no sin después volverse para preguntarme:

- Pero, ¿se puede saber qué has hecho esta vez?
- ¿Yo? ¡Nada! - respondí encogiéndome de hombros. - Bueno, - reconocí – puede que me haya pasado un poco con la escenificación, pero nada más. Para mí que tu chica es algo impresionable.
- Lo primero: no es MI chica. Es una amiga...
- A la que has llevado a tu casa sin conocerla de nada, dejándote llevar por una de esas corazonadas tuyas. Algún día morirás por ello – le interrumpí. No era la primera vez que hacía tonterías por el estilo, una vez acogió sin saberlo al hijo de un gran comerciante durante casi una semana. Nunca le he visto poner una cara tan divertida como cuando le dieron la recompensa por haber encontrado al “hijo desaparecido”. Cierto que nunca le había pasado nada, pero siempre he pensado que confía demasiado en la gente, yo incluido.
- Amiga y nada más – recalcó ignorándome, o haciendo que me ignoraba.- Segundo: no es que ella sea algo impresionable (créeme, es de todo menos eso) es que tus entradas en escena son algo exageradas.

Aquello me dolió, aunque tengo que reconocer que tenia razón. Sin ir más lejos, al mismo Anwar le había conocido rescatándole de las manos de unos atracadores con cara de pocos amigos que ya le estaban echando sus navajas al cuello. Mi intención no había sido, desde luego, conocer a quien desde entonces ha sido mi mejor amigo sino, por así decirlo, hacer mi buena acción de la semana.

- Bueno, pensándolo bien, puede que desde su perspectiva pareciera que la iba a matar  - tuve que confesar sin poder evitar una cierta mueca de diversión, que también noté en la cara de Anwar.- Pero dejando a un lado mi fantástica actuación de psicópata, ¿cómo es? ¿Es de fiar, podemos involucrarla?
- ¿Crees que la traería aquí si no fuera de fiar? Vaya, y yo que creí que empezabas a confiar tú en mi instinto con las personas.
- ¡Claro, tu instinto! - exclamé sarcástico – Ese mismo instinto que estuvo a puntito de matarnos, todo porque el señor se fiaba del dueño del bar.
- Aquella vez fue distinto... tenía que salvar a su mujer, y al pobre hombre no le quedaba otra salida. Pero, ya ves, aquí estamos. Además, tengo curiosidad por saber cómo te llevarás con ella. Es todo lo contrario a ti, fíjate que el primer día que la dejé sola en casa ni siquiera intentó salir, y me la encontré tumbada en la cama leyendo un libro. Eso después de haberla “secuestrado”, ¿qué me dices a eso, es impresionable o no?
- Es una inconsciente, como tú.
- No creo que seas el más indicado para hablar – replicó con una sonrisa y una ceja levantada,. Pero basta de cháchara – miró a la chica – voy a quedarme el resto de la noche aquí, ya sabes, por si las moscas. ¿Qué tal si me pones al corriente de todo?¿Qué has averiguado?
- No mucho, pero lo suficiente como para saber que el asunto es serio, y hay que darse prisa.

Le pasé una carpeta con el trabajo que me había robado ya dos meses de mi preciada vida, y había desgastado media lista de contactos y deudas pendientes. No es que me pareciera del todo correcto hablar de nuestros planes delante de la Bella Durmiente, pero el tiempo apremiaba y tampoco iba a suponer una gran diferencia hablar enfrente de ella o de un armario. No es que hubiera que ponerse en acción en ese mismo instante, pero era importante ir trazando el esqueleto de las acciones que debíamos llevar a cabo.

Estuvimos hablando y discutiendo toda la noche, o todo lo que quedaba de ella, hasta que salieron los primeros rayos de Sol. Recordaba perfectamente el vampirismo de Anwar, así que me fui a  buscar lo que sería mi desayuno y su cena. Jamás entendí, ni creo que entenderé, ese rechazo al Sol, a lo que hace posible la vida, lo que falta ahí abajo. Una vez traté de preguntárselo, pero lo único que obtuve como respuesta fue un encogimiento de hombros y un “No sé, me deprime”.

Me llevó un rato dar con la despensa y la cocina. Por eso no me gustan las casas grandes, antes de encontrar nada hay que darse un buen paseo. Cuando por fin encontré las provisiones cogí una barra de pan y tosté algunos trozos. Preparé también algo de té para Anwar y un buen café para mí. También dejé algo de café caliente para la chica pues, si no lo tomara ella también, el café no habría tenido ninguna posibilidad de entrar en esa casa. Tomé conmigo alguno de los bollos que estaban encima de un estante, junto al tarro de sal. La verdad es que no era la cocina más organizada que había visto en mi vida. Me fui así, haciendo malabarismos como el mejor de los camareros, con un plato hondo para el pan y una pequeña bandeja para las bebidas, escaleras arriba.

Cuando volví me encontré a Anwar inclinado sobre la cama, justo donde debería estar la cara de la muchacha. Dejé con mucho tiento y en silencio las cosas, y me apresuré a observar más de cerca la situación y, por qué no decirlo, intentar alguna pequeña travesura. Pero antes de que pudiera dar siquiera dos pasos vi lo que ocurría en realidad: estaba ayudando a levantarse a la chica.

No negaré que eso me decepcionó un poco, pero también sentía curiosidad por saber quién era. Por el momento sólo podía describirse como un zombi recién salidito de la tumba. Le faltó tiempo, sin embargo, para volverse a asustar y casi desmayarse de nuevo al verme. Menos mal que allí estaba  Anwar para calmarla:  “Shhh, no pasa nada” la susurraba como quien calma a un pobre animalillo “es un amigo”. “Ya, si eso puedo entenderlo pero, ¿por qué va disfrazado de esa forma?”. Lo confieso, la pregunta fue inesperada y para cuando pude reaccionar y ofenderme ya era demasiado tarde.  Anwar me miró de arriba a abajo y comenzó a reírse. Ella soltó un tímido “lo siento” mirándome sonrojada.

- Alguien se lo tenía que decir – la tranquilizó una vez más mi amigo. - Además, te debe una muy gorda, menudo susto te has llevado, pobre.

Ahora fui yo el que se sonrojó. La verdad es que sí que parecía que iba disfrazado, con mis bombachos y mis botas, mi camisa y mi sombrero (aunque dentro, claro, me lo había quitado). Como no tengo mucho trato con personas, así es como visto normalmente, claro que me cambio el atuendo si quiero tratar con alguien normal. Mis ropajes son, por así decirlo, mi amuleto de la suerte en mi trabajo. Son cómodos, anchos, ideales para guardar y ocultar miles de cosas y, además, con ellos me siento más a gusto que con cualquier prenda moderna y me permiten realizar cualquier movimiento, cosa fundamental si no quiero acabar mal parado.

- Sí, eso – balbuceé – tú dale la razón – señalando a Anwar. – ¡Y yo que te había subido el desayuno!
- No seas quejica, hombre, si cualquiera que te conozca diría lo mismo. Yo cada vez que te veo siento la imperiosa necesidad de comprarte unos vaqueros y una camiseta, no vaya a ser que te caigas de un tejado un día y, después del hospital, se les ocurra llevarte a un manicomio. Anda, déjate de pataletas y dale algo de ese asqueroso líquido que tanto os gusta.

Le entregué refunfuñando a la chica su café, no sin experimentar un gran deleite al ver la cara de asco de mi amigo ante el oscuro líquido. Ella me miraba con curiosidad. Yo pensaba que todavía pensaba en las ropas, pero años más tarde me confesó que lo que en realidad esperaba era que montara un numerito o algo. “Por cierto, “me dijo “aún no nos han presentado. Soy Sahira.” Me tendió la mano dibujando una radiante sonrisa que ocultaba cualquier temor o cansancio que hubiera tenido o pudiera tener en ese momento. “Faruq” murmuré sin demasiada convicción.

- ¡Oh, vaya! ¿Así que tú también eres de ahí abajo? - la pregunta me volvió a sorprender, no sólo por el contenido, sino porque la formuló en una lengua que no debía de resultarle demasiado familiar.
- Pues sí, - Anwar respondió por mí - este pasmarote es justo el caso contrario a ti. Es un subterráneo que decidió quedarse a vivir en la superficie. Sinceramente, no sé cómo lo aguanta.
- No todos odiamos el Sol, a algunos nos gusta saborear la luz y el calor que nos da – de nuevo, él volvió a hacer una mueca de disgusto, justo lo que esperaba.
- Tonterías, a ti casi ni te rozan los rayos, con toda esa ropa y moviéndote entre las sombras es imposible que sepas lo que es realmente la luz del Sol.

Sahira nos miraba divertida, supongo que preguntándose qué tipo de relación tenían aquellas dos personas que no hacían más que picarse la una a la otra constantemente. Tal vez incluso llegara a pensar que éramos hermanos. Quizás el término tampoco esté del todo desencaminado. Nunca he sabido definir esta amistad que nos une. Fue de casualidad, sí, pero la sensación que hemos compartido, creo, los dos, es la de dos hermanos que se encuentran de nuevo después de mucho, muchísimo tiempo. No nos hace falta hablar, lo sabemos todo el uno del otro aun sin saber lo que nos haya pasado desde la última vez que nos vimos. Podemos leernos la mente, o adelantarnos al otro.  Es algo más que una simple amistad, siempre que esto no se entienda con el significado equivocado. Éramos, somos, dos hermanos que no comparten sangre ni educación.

- Ya, pero yo no vivo como un vampiro. ¿Seguro que no pasa nada si comes ajo?
- Vale, vale, Van Helsing, me voy a mi ataúd, procura que no se te desmaye otra vez – dijo señalando a Sahira. - ¡Y se amable, o te morderé por la noche! - gritó desde la puerta, podría haberse referido a cualquiera de los dos.

Y allí nos quedamos ambos dos, Sahira y yo, en completo silencio. El aire parecía pesar como el plomo, y ninguno de los dos sabía muy bien cómo romper con aquella situación. Realmente, aunque estuviéramos en la misma habitación, se interponía entre nosotros una pared transparente, un grueso muro adornado con movimientos nerviosos de manos, fugaces miradas hacia todos los rincones de la habitación, tics en las comisuras de los labios,... en fin, nada que no haya experimentado todo el mundo alguna vez. Ella alargó la mano hacia uno de los dulces mañaneros, que comenzó a comer sin producir el más mínimo ruido. Yo opté por romper el hielo... de una forma bastante torpe, he de reconocerlo:

¿Así que hablas la lengua de los tarados?
Sí, – respondió aún masticando – aunque cuando estuve abajo me parecieron bastante cuerdos.
Bah, tonterías – no podía evitar que mi viejo desprecio, que había intentado enterrar en varias ocasiones, saliera a la superficie.- Son un hatajo de chalados que se creen muy racionales y científicos, pero se dejan guiar por un adivino y siguen con las mismas tradiciones absurdas de hace siglos. Creen que lo saben todo y ni siquiera ven lo que pasa delante de sus narices – sentí el lado derecho de mi cara contraerse en una mueca involuntaria de aborrecimiento.
- No dista mucho de lo que ocurre por aquí, ¿no crees? - tomó un largo sorbo de café mientras levantaba las cejas y me miraba con unos ojos brillantes y activos.
- ¡Oh, no! Allí es mucho peor. No tienen ni idea de lo que son las emociones. Pueden acuchillar a alguien, llorar después, y no saber por qué hacen nada de eso. Algunos son capaces de ir al médico por tener extrañas palpitaciones en el pecho cuando lo que en realidad pasa es que están enamorados.  Parece mentira que no lo sepas, cuando es gracias a eso que tu amiguito puede ganarse la vida.
- Sí, - admitió pegando otro mordisco – algo me ha comentado. La verdad es que yo tampoco he tenido mucha oportunidad de interactuar con el medio. Igualmente me parece que exageráis, no será para tanto.
- Lo es, lo es. Pero ya me contarás cuando lleves un tiempo viviendo bajo tierra, haciendo de lectora de emociones, y desesperándote por su estupidez.
- Bueno, ya está bien. Además, ¿tú a qué te dedicas para estar despreciando así a los demás?

Aquella era una pregunta delicada, difícil de contestar, y aún más difícil hacerlo de forma que no suene a guión de película barata. Me sentía ridículo. Completa, absoluta, y rotundamente ridículo. Tuve incluso la tentación de mentir a aquella recién conocida muchacha, pero tarde o temprano tendría que saber quién era. Por el momento me conformé con suavizar la realidad, disfrazar al lobo feroz de perrito de compañía.

- Yo-ejem-yo digamos que mi trabajo engloba casi todas las áreas... algo así como un... asesor general, sí, algo así – sonreí esperando que con aquello valiera.
- Asesor general... - repitió - pues vaya, - suspiró desencantada, como si esperara que yo le confesara que era la reencarnación de Jack el Destripador – menuda profesión aburrida has ido a elegir al cambiar de mundo. Pensé que serías un maníaco de los laboratorios o algo así.

Cerré los ojos y roté la cabeza hacia el mismo lado que mi sonrisa torcida. No había entendido nada. En fin, ya habría tiempo de aclararle todo. Sobre todo, ya tendría tiempo de hacerlo en presencia de Anwar, que siempre ha tenido más tacto para estas cosas.

- Ya, claro. Supongo que eso suena lógico en tu cabecita, pero siento decirte que estás obviando detalles en tus deducciones.
- Detalles como...
- Detalles como que ODIO la ciencia y todo lo que tenga que ver con ella – respondí tajante, - De todas formas no te apures, sigo teniendo que tratar con fórmulas, y compuestos, y reacciones,... mucho más de lo que me gustaría. En fin, si necesitas algo ya sabes, dame un silbidito.

Hice un dramático mutis por el foro... bueno, más bien me fui del cuarto antes de acabar contándole hasta cuáles fueron mis primeras palabras, algo imperdonable en alguien como yo.

sábado, 6 de abril de 2013

CAPÍTULO 6


Abrió los ojos. Le costó, pero al fin pudo despegar los párpados. Pegó un pequeño brinco, no era aquél el escenario que esperaba. Volvía a estar allí, en su sofá, en el mismo maldito sofá que creía haber dejado atrás. Y no era sólo el sofá, toda la sala era la misma maldita habitación que pensaba que había abandonado. “¿Lo habré soñado?” se preguntó. Sí, eso debía ser, no cabía otra explicación. No podía ser de otra manera y sin embargo... sin embargo, todo le había parecido, le había parecido tan real que habría jurado... se llevó la mano a la espalda. Debía encontrar un espejo, y rápido. Salió disparada hacia el cuarto de baño en busca del tan ansiado espejo. Se quitó apresuradamente la camiseta, se miró el reflejo de su espalda por encima del hombro y... nada. Nada de nada, ni la más mínima manchita, ni el menor atisbo de una superficie más oscura que el resto. Sentía acudir, como ya empezaba a ser habitual, dos lágrimas a sus ojos. Ahora, justamente ahora que iba a cambiar de hogar, de vida, hasta de mundo, ahora que iba a dejarlo todo atrás como un mal recuerdo... ahora, justo ahora, se despertaba de tan maravilloso sueño, de ese paraíso que se había formado. Agachó la cabeza con una mueca de dolor. La espalda toda se doblegó ante la cruda realidad. ¡Qué estúpida había sido, mira que pensar que todo aquel mundo de fantasía era real! Sus manos se introdujeron en sus bolsillos en un acto involuntario mientras volvía hacia el punto de partida: su sofá. Fue entonces cuando se dio cuenta de que llevaba algo en el bolsillo derecho del pantalón. Lo sacó. Era una pequeña cajita con forma de dado. La abrió. De su interior salió una luz que iluminó de nuevo todas sus esperanzas.

Oyó un ruido a sus espaldas. No estaba sola. “¡Anwar!” fue lo primero que se le vino a la cabeza. Pero no, él no sabía dónde vivía. Además, ¿para qué iba a llevarla hasta allí? No tenía ningún sentido. Entonces, ¿quién sería? Se dirigió primero hacia la cocina y cogió uno de los cuchillos de aquel conjunto que habían comprado al mudarse, con el irrealizable propósito de aprender algo de cocina. Volvió al pasillo o, mejor dicho, iba a hacerlo cuando se topó de cara con el intruso. Tuvo el tiempo justo de exclamar “¡Alejandro!” antes de que sus reflejos la hicieran clavar el largo filo del cuchillo en el estómago de su antiguo compañero. Sus piernas se doblaron, y su cuerpo se desplomó. Ella se desplomó con él, se abandonó mirando por última vez sus manos ensangrentadas.

Se despertó sin aliento, empapada en sudor y lágrimas. Se incorporó apoyándose en un costado, el sueño la había dejado agotada. Miró a su alrededor, ahora sí que estaba donde tenía que estar: en la habitación de la gran casa de Anwar. Se palpó la espalda, encontrando que los círculos elementales se encontraban extrañamente humedecidos por lo que parecía una pasta viscosa. Destapó una de las peceras que tenía instaladas Anwar por toda la casa (como nadie le visitaba, no había riesgo de que se dieran cuenta) y se miró las manos. Era una sustancia de un color indefinido entre ocre y marrón. Al frotarla por los dedos éstos se pegaban. Parecía una especie de resina. “Pero, ¿qué es esto?” se preguntó atónita. “¿Cómo puede mi cuerpo fabricar algo así?” Corrió, se abalanzó sobre la ducha. Se frotó tan fuerte como pudo, incluso temió abrirse la piel arrancándose ese líquido asqueroso. Salió después cambiando, claro, su ropa. No creía que pudiera volver a ponerse ese camisón que había adquirido en el mundo subterráneo. Una pena, pues era muy colorido y le encantaba, pero mucho se temía que no tuviera remedio.

Volvió al piso superior  para pasear por la pequeña azotea que culminaba el edificio en el espacio que quedaba entre las dos buhardillas que hacían parecer la mansión un verdadero palacio. Una vez más el aire fresco de la noche hizo que su respiración volviera a su ritmo normal. Miró hacia las estrellas, recordando todas las historias que había aprendido durante aquellos días. A pesar de todo, sintió por primera vez que era libre de su pasado, que no tenía nada a lo que temer, que tenía su futuro y su destino en sus manos. 

Se dio la vuelta para volver a entrar. Fue entonces cuando escuchó posarse a alguien a su espalda. Ni siquiera le dio tiempo a volverse a mirar. Alguien ya había pegado su cuerpo al suyo, y la sujetaba de la cintura con una mano mientras le tapaba la boca con la otra. Intentó en vano zafarse. Mordió la mano que le impedía gritar para intentar avisar a Anwar, pero nada, el agresor no cejaba en su empeño, así que acabó por resignarse y asumir las cosas como venían. Ya buscaría una oportunidad de escapar.

- Tranquila – un susurro grave y profundo se escurrió por su oído a la vez que la mano que le sujetaba la cintura se relajaba un poco. - No te voy a hacer nada... al menos de momento. Simplemente asiente o niega con la cabeza. ¿Entiendes?

Asintió con la cabeza, tal y como el extraño la había indicado. El corazón le latía a cien por hora, aunque hacía grandes esfuerzos porque eso no se trasladase también a su respiración, y parecer así que estaba tranquila y dominaba, al menos en lo que a ella respectaba, la situación en vez de estar sufriendo un ataque de pánico.

 - ¿Eres amiga de Anwar? - asintió – Entonces, no le vas a hacer ningún mal, ¿verdad? - negó - ¿Sabes dónde está? - asintió. ¡Claro que lo sabía, estaría fuera, mirando al cielo! – Soy un amigo que le está buscando así que ahora, sin hacer tonterías, me vas a llevar hasta donde está, ¿de acuerdo? - asintió de nuevo o, más bien, su propio temblor hizo que la cabeza subiera y bajara. - Bien, te voy a soltar. No te gires, no hables, sólo llévame y no pasará nada, lo prometo.

Efectivamente, la liberó, y pudo sentir cómo aquel intruso daba un par de pasos hacia atrás. Tal vez, sólo tal vez, si hubiera estado más calmada y hubiera podido pensar con más claridad, se habría dado cuenta de que no la había amenazado con arma alguna, ni había intentado hacerle daño (incluso le había recalcado que aquella no era su intención ni mucho menos) y que aquel retroceso no se debía al respeto que pudiera tenerle o el amor al espacio personal que pudiera procesar el intruso, sino que estaba destinado a asegurarse una vía de escape en caso de que se torcieran las cosas. Quizás, si se hubiese percatado de todo aquello, se habría vuelto para ver la cara de quien se había presentado de forma tan aterradora e incluso le habría atacado.

Pero no fue así, su instinto de supervivencia había tomado las riendas y ordenaba obedecer cuanto la pidieran. Condujo al extraño escaleras abajo. Iba despacio, a tientas, como si se hubiera vuelto ciega de repente. Necesitaba palpar cada pared, tener la seguridad de que no se iban a caer y que podría apoyarse en ella sin temor, ya que sus piernas parecían poder fallarle en cualquier momento. Se mantenía atenta, escuchando cada paso y cada respiración del desconocido que la seguía detrás. Un extraño vértigo la embriagó al terminar los escalones y llegar frente a la puerta de salida. Dudó unos segundos, preguntándose si no tendría alguna posibilidad de impedir que el extraño llegara hasta Anwar o, al menos, de poder poner a éste último en antecedentes para que pudiera estar alerta. Pero notaba clavada en su nuca la mirada de aquel individuo, que esperaba expectante que abriera la dichosa puerta. 

Cerró los ojos y empujó lentamente la madera que les separaba del exterior. La figura de Anwar se apreciaba a unos metros, semiincorporado sobre sus antebrazos, observando, hipnotizado como siempre, los astros celestes. El desconocido corrió hacia él, y Sahira pudo ver cómo su amigo se levantaba de un salto, dejando de lado sus ensueños y ambos se abrazaban entre risas y saludos de viejos amigos. Ella, por su parte, cedió a sus piernas y se dejó caer sobre la hierba, permitiendo a su cerebro el merecido descanso tras aquellos intensos minutos.