martes, 2 de julio de 2013

CAPÍTULO 3


Cerca de donde habíamos tenido nuestro accidente encontramos un río en el que por lo menos pudimos lavarnos la cara y adecentarnos un poco (sobre todo nuestro brillante amigo), lo cual nos permitió que nos aceptaran en una pensión de un pueblo que encontramos de camino a ninguna parte. Habíamos tenido mucha, mucha suerte, pues la tarjeta de crédito de Sahira había quedado intacta y pudimos pagarnos una habitación y ropas nuevas.

Precisamente en esa habitación estábamos cuando surgió la conversación que Anwar y yo tanto temíamos. Permanecíamos tumbados sobre nuestros para nada blandos colchones disfrutando, al menos yo, de la tranquilidad que ofrecía el silencio. Normalmente la gente se siente incómoda entre otras personas cuando reina el silencio, yo no. Disfruto del silencio. Para mí es como un tesoro que me permite aislarme y pensar en mis cosas: cosas que han ocurrido, cosas que quiero hacer,... A veces simplemente dejo de pensar, pongo la mente en blanco. Entonces es como si todo el mundo desapareciera, como si yo mismo dejara de existir. Esto puedo hacerlo incluso cuando no hay silencio, pero necesito apagar mis neuronas antes de que estallen y la sangre le salpique a alguien. En esas ocasiones la gente suele pararse a preguntar un estúpido “¿Estás bien?” o “¿Me estás escuchando?” Preguntas a las que no respondo, la primera por no ofender a quien parece interesarse por mi salud, y la segunda por la obvia negativa que me vería obligado a pronunciar. Lo obvio nunca debería decirse. Cada afirmación obvia que expresamos en alto es un momento de silencio, de áureo silencio, del que privamos a otra persona.

Como iba diciendo, había llegado El Momento. Éste vino, como no podía ser de otra forma, precedido por la ruptura del relajante silencio imperante. “Bueno,” dijo Sahira incorporándose “me vais a explicar qué pasa”. No era una pregunta. Era una afirmación, una orden que no admitía réplica ni negativa, la reivindicación de un derecho. Siendo así, estábamos en la obligación de explicarle todo... o al menos la mayor parte. "Estoy esperando" añadió con tono autoritario. "Porque lo siento, pero eso de que no conoces a quienes te persiguen no me parece muy creíble dadas las circunstancias". Fue Anwar quien comenzó. Supongo que se sentía culpable de, de algún modo, haberla inmiscuido en un asunto tan delicado. Bueno, eso y que estaba más acostumbrado a tratar con personas.

- Verás, Sahira – había adoptado un tono paternal, que rara vez daba malos resultados. Más de una vez he podido ver a psicópatas entregarse gracias al tonito que, por otra parte, me ponía de los nervios – es un tema complicado.
- No me importa – replicó bruscamente. Parecía que no iba a haber escapatoria posible. No se daba cuenta de que esto podría ser su propia perdición.
- Tienes que saber que estar al tanto de lo que quieres conocer implica que estarás en un peligro permanente, y que te será imposible mantenerte al margen. No quiero decir que vayas a morir, pero sí que habrá mucho dolor por el camino.
- No me importa – seguía en sus trece.
- Aún puedes renunciar. La alternativa es, simplemente, que vuelvas a casa. Todavía no saben nada de ti, estás a tiempo de volver sana y salva.
- No me importa – más terca que una mula.

Anwar suspiró. Supongo que no le gustaba nada ser él, una vez más, el responsable de meter a Sahira en todo este lío. Fue primero hasta el baño para llenarse un par de vasos con agua del grifo, que luego dejó sobre la mesilla. Tomó uno para pegarle un sorbo y coger fuerzas. Suspiró otra vez, creo que más que los remordimientos era la pereza lo que le impedía empezar a contar la historia.

- Vamos a dar un golpe de Estado – le ayudé. Tengo la firme creencia de que en ocasiones empezar por las conclusiones es la única forma de llegar a ellas.  La cara de Sahira era indescriptible, sin saber muy bien si le estaba tomando el pelo o simplemente estaba loco.  – Por eso nos están persiguiendo, y por eso hemos tenido que salir por patas.
- Sin ánimo de ofender – sonrió por fin – creo que os estáis quedando un poco cortos con la explicación.
- Vale, – tomó el relevo Anwar – esta parte supongo que me toca contarla a mí. Vamos a ver, bueno, está bien,... - como un viejo coche al que le cuesta arrancar – Tú ya has visto cómo funciona la ciudad subterránea, al menos en parte, ¿verdad? Y te he contado el por qué de los tatuajes. – Sahira asintió. – Todo está basado en la tradición y gira en torno a una figura de poder, un cargo que pasa de padres a hijos. Nuestro propósito es hacer nuestra pequeña revolución francesa e instaurar un sistema en el que la gente pueda, al menos, decidir quién es la persona más apropiada para tomar las decisiones. No tenemos ningún plan concreto – se adelantó al ver a Sahira abrir la boca – ni garantías de que a la gente le importe lo más mínimo lo que pase en el poder, pero esta sociedad tiene que ser lo suficientemente madura como para tomar las riendas de su destino, como ya hicieron hace siglos.
- ¿No tenéis ningún plan? ¿Y cómo se supone que vais a llegar hasta el centro mismo de vuestra sociedad?
- Bueno, nosotros llevamos ventaja. Tenemos... un contacto de cierta importancia – terminó, dándose cuenta de mi mirada alarmada. – Esto es lo que hay, ¿seguro que no quieres volver a casa?
- Estáis locos, y esta no es una batalla que me incumba...
- Bien dicho, – comencé – mañana mismo te llevamos a casa, allí estarás segura.
- ...pero voy a acompañaros.

Me levanté, aquello era demasiado. Pero, ¿es que no veía en dónde se estaba metiendo? ¿No comprendía la gravedad de la situación? Tal vez seguía sin apreciar su propia vida. Fuera cual fuera la razón, no podía tolerarlo. Además, posiblemente no haría sino estorbar.

- Eso es mucho contradecirse. Deberías reconsiderarlo. Mira, mañana vuelves a casa, te tomas algo caliente, te tumbas y...
- ¿Y qué? ¿Vuelvo al estado vegetativo del que salí? ¿Rehago mi vida sabiendo las cosas maravillosas que hay bajo el suelo? ¿Me despido de vosotros para siempre, mientras que voy a tener que vigilar mis espaldas por si aparece algún loco que quiere matarme? Lo siento, pero no va a poder ser. Ahora mismo sois lo más cercano que tengo, mis únicos amigos, y lo único que puede sustituir muy ligerísimamente a una familia. – Agachó la cabeza. – No puedo irme dejándoos abandonados a vuestra suerte. Puede que me hayáis encontrado por el camino, puede que sólo vaya a ser un estorbo para vosotros, pero no pienso dejaros aquí. Buenas noches, nos vemos mañana por la mañana.
- Aaaaagh, – mi exasperación estaba llegando a límites nunca antes imaginados – eres más terca que una mula. Un acto kamikaze no nos salvará, ni a nosotros ni a ti. Tienes que volver antes de que puedas arrepentirte. Sí, nos veremos mañana, pero de vuelta a tu casa. No hay más que hablar.

Me fui dando un portazo. Maldito Anwar, sólo le había contado la parte bonita de la historia. Nadie quiere oír la parte oscura de los complots. Cierto que tampoco yo le había permitido dar parte de la información, pero los detalles de mi vida pasada no deberían concernirle. Salí del hotelito dando grandes pasos iracundo. ¡Maldita sea! Tenía un mal presentimiento, una de esas sensaciones que te revuelven el estómago primero y te sacuden la espalda después. Algo no iba a salir bien, y no sabía qué. El final del cuento no iba a ser “y fueron felices y comieron perdices”. No esta vez.

Me quedé en el pueblecito, en una pequeña plaza ovalada con un caño. Quería estar solo, pero no aislado. El ruido del caño me relajaba, siempre lo ha hecho. Me recuerda a mi infancia, cuando pasaba largas tardes leyendo frente a la fuente. El agua sale, fluye, y se va; y los pensamientos pueden hacer lo mismo. Puedes hacer que toda tu energía fluya con el agua y dejar que las malas sensaciones se vayan con ella.

Algo se juntó al sonido del agua. Unos golpes secos y regulares en el suelo. Las pisadas de alguien apresurado que no sabe muy bien hacia dónde va. Se detuvieron un momento y luego se dirigieron hacia mí. No me volví. Podía ser un amigo, un enemigo, o cualquier persona que pasara por casualidad, pero en aquel momento todo me parecía igual. El mundo era un lugar hostil en el que había que defenderse.

Las pisadas eran, por supuesto, de Anwar, que había conseguido encontrarme. Creo que es la única persona que se ha preocupado verdaderamente por mí alguna vez, y también la única capaz de desarrollar el papel de padre, hermano y amigo, todo dentro de su misma personalidad. En aquel momento parecía que el rol de padre pacificador se había impuesto sobre los demás.

- Hola, ya pensé que no te vería hasta mañana, como no aparecías... – No respondí, no pensaba ponérselo tan fácil esta vez, había tocado un tema delicado. – Entiendo que todo esto es muy difícil para ti, – silencio – pero creo que deberías reconsiderar...
- ¿Reconsiderar? ¡No puede venir! Ni siquiera sabe toda la verdad sobre el final del plan, y no estoy seguro de que nos siga mirando de la misma forma cuando se entere.
- Deberías contárselo. Tal vez entonces accediera a ponerse a salvo.
- Oh, sí, claro, debería contárselo – no podía evitar ser sarcástico. – Oye, mira, es que hace un par de meses descubrimos que la mejor forma de acabar con esto es matando al whady y poniéndome yo en su lugar. ¿Te parece que suena bien? O no, mejor, soy un príncipe azul que quiere retomar el poder sobre su reino para salvarlo de dragones y  del malo de la peli, al que en realidad ni siquiera conozco. Sí, claro, creo que podría contárselo.
- Me parece que exageras algunos aspectos.
- Por favor, Anwar, que vamos a convertirnos en ASESINOS, verdaderos sicarios que están haciendo del fin una justificación de los medios. No exagero, creo que te has quedado excesivamente corto en la explicación.
- Pero no puedo ampliarla a no ser que me dejes contarle...
- De ninguna manera.
- Pero ya está metida en todo esto, te guste o no.
- ¡Ése es el problema! ¡Ella ni siquiera debería haber bajado al mundo de los tarados! Y sí, es un mundo de tarados, tú y yo incluidos, no hagas de semejante locura algo colectivo, ¿quieres? El mundo tiene suficiente con una ciudad de locos. No pienso permitir que venga con nosotros y tú vas a ayudarme a dejarla bien protegida.
- No pienso hacerlo, es ella quien debe decidir.
- No, ni aunque lo supiera todo. Si todo sale bien podrás traerla abajo y seréis felices y comeréis perdices, pero no antes, no ahora.
- ¿Se puede saber de qué hablas?

No pude contestarle, Sahira apareció de pronto en medio de los dos, pegando un grito que nos enmudeció al instante. No sé de dónde salió. Nunca había mantenido una discusión tan acalorada que había dejado de percibir el resto del entorno. Cuando me quise dar cuenta estaba sudando y jadeando en busca de resuello. Mi mano derecha apretaba con fuerza el pañuelo de mi bolsillo. Dejé de hacerlo en cuanto me percaté de ello, no me gustan los actos irracionales. Todo debe tener una razón, aunque permanezca oculta a nuestros ojos.

- ¿Os habéis vuelto locos? Os mataréis entre vosotros antes de volver a bajar. ¿A qué viene todo esto?

Nos miramos callados, como dos niños pequeños que se han peleado y les da vergüenza que les riña el profesor. Esta vez fue Anwar quien se fue, no sin antes soltar un "bah, haz lo que quieras". Sahira se volvió hacia mí con una agresiva mueca que incluía una ligera inclinación de cabeza, un levantamiento de ceja supremo y una agresiva postura con las manos en jarras. Un gesto que sin duda significaba "no me valen excusas, me vas a contar hasta quién fue el responsable de la muerte de Kennedy".

- Está bien, tranquila, te lo contaré. Quizás quieras sentarte primero - oferta que ella desechó con un brusco movimiento de mano. –   Bueno, – me pasé una mano por la cabeza, tratando de escoger las primeras palabras – ¿sabes el contacto que tenemos dentro del sistema? Bueno, pues... ¡soy yo! Como tú misma has dicho, nos hemos quedado bastante cortos en la explicación. Hace un tiempo el heredero del puesto de whady era yo – ella torció media boca. – De hecho lo era hasta hace unos cinco años, cuando se me ocurrió salir a escondidas de la casa y vi el sinsentido y la pasividad con la que vivían esos tarados, y cómo el gobierno absoluto dirigía sus vidas sin que ni siquiera se plantearan cambiar eso. Me horrorizó tanto que me fugué. Más bien me exilié, subí a la superficie con la firme convicción de no volver a bajar.
- Y ahora...
- Ahora vuelvo para arreglar el desastre que montaron hace unos siglos. El plan es simple: bajamos por uno de los accesos seguros; nos plantamos en palacio, tienen que dejarnos entrar, supuestamente soy el legítimo heredero; quitamos al actual whady, nos ponemos nosotros en su lugar y luego lo dejamos todo dispuesto para que empiecen a crecer. Sin embargo...
- Sin embargo, ¿qué? – su cara sola expresaba lo poco que estaba entendiendo realmente del asunto, y el temor a la respuesta que estaba a punto de darle.
- Sin embargo es más complicado. Mucho me temo que no podremos hacerlo sin derramamiento de sangre.
- ¿Qué quieres decir? – su cara se había tornado pálida y parecía que fuera a desfallecer una vez más, como ya comenzaba a ser costumbre.
- Quiero decir que lo más seguro es que quien está ahora en el poder no lo entregará voluntariamente, y cuenta con un cuerpo de seguridad mayor que cualquiera que hayas visto nunca; lo cual sólo nos deja una salida...
- Ya, y dejarlo pasar no es una solución que se os haya pasado por la cabeza, ¿verdad?
- No, desde luego que no. No han sido capaces de cambiar a lo largo de todos estos años, y nunca lo harán. ¿Qué ocurre? Antes no te parecía una mala idea.
- No, claro, no me lo parecía cuando no se trataba de asesinar a alguien.
- Bueno, en cualquier caso, así están las cosas. Así que lo mejor es que te vuelvas, como ya te había sugerido antes.
- "Sugerido" es un término un poco suave, ¿no crees?
- Como quieras, pero vuelve. No quiero que te involucres en esto.
- No, dije que iría para ayudaros y eso haré... aunque no pienso matar a nadie.
- No tienes sentido: no estás de acuerdo con lo que vamos a hacer, pero no quieres volver; nos vamos a convertir en asesinos, pero insistes en venir con nosotros; dices que vienes para ayudar, pero lo más seguro es que nos entorpezcas; afirmas que somos lo único que tienes ahora mismo, pero es más que probable que mueras acompañándonos, por lo que no te servirá de nada. Podrías ser razonable y olvidarte de nosotros.
- Lo siento, no puedo. Ni siquiera yo sé por qué estoy haciendo todo esto. No sé cómo explicarlo. Últimamente me muevo por impulsos, y supongo que vosotros (especialmente Anwar, claro) sois mi excusa para justificarlos. Perdí el sentido de mi vida hace varios meses, y aún no he conseguido que mi brújula personal vuelva a apuntar a un norte. Vivo sin objetivos a largo plazo, ni siquiera a corto plazo, así que me adueño de las metas de otro, esperando que aparezca mi verdadero camino entre tanto. Perdona, – una lágrima resbalaba por su mejilla – ni yo misma me entiendo. ¿Podrías olvidar todo esto? En ocasiones no hago más que soltar tonterías. Eso sí, olvídate de que me vuelva a casa, vuelvo al mundo subterráneo, a tu mundo de chalados, claro que a estas alturas creo que no tengo mucho derecho a llamarlos así.

La abracé. No fue un abrazo de película, de esos de "oso amoroso", sino más bien un impulso producido por mis recuerdos de cuando sobrevivía en base a una única sensación: el primer y último abrazo que mi padre me dio jamás. Debía de tener unos siete años cuando ocurrió, aunque nunca he conseguido recordar por qué. El caso es que esa sensación, esa protección mágica que sólo un abrazo puede dar, es lo que me ha impulsado desde entonces a seguir pase lo que pase, como si mi propio padre estuviera ahí para cuidar de mí. Su respiración se aceleró ligeramente, y cuando nos separemos vi correr a ambos lados de su cara silenciosas lágrimas, que no supe muy bien cómo interpretar.

- Buenas noches – dijo pasándose la manga de su chaqueta a modo de toalla – nos vemos mañana.

Se alejó con paso vacilante, como borracha de sus propios pensamientos. Yo me quedé sentado de nuevo, inmerso en mi silencio, en un silencio negro que de vez en cuando hacía aflorar mis pesadillas particulares. Hundí la cabeza entre mis brazos y me quedé así, flotando en la noche, hasta que el dolor de espalda me hizo volver a la realidad y a la habitación, donde imité a mis amigos e invoqué al sueño para que me ayudara a evadirme una vez más.

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