Ha salido
tres veces, tres veces ha vuelto a entrar. Ha atravesado tres umbrales
diferentes, un precio, cada vez un nuevo sacrificio rendido al cambio de
mundos. Tres veces se ha adentrado en la vida, en la jungla, en el océano, en
el vasto cielo, para volver tres veces a las profundidades, el desierto, la
noche, la nada.
Se puso la
vez primera la esperanza por abrigo, embutiendo en ella sus miedos, haciéndolos
perecer entre una blanda capa de sueños. Volvió para descubrir que se habían aferrado a
los retales de realidad que colgaban de sus ojos.
Salió luego
con un espejo, hijo de la vieja épica. Ningún monstruo
detendría sus pasos, ninguna luz quemaría su piel, nadie alzaría su espada
contra su propio reflejo. Volvió con nuevos hilos de realidad enredados en el
resplandeciente escudo, nuevos miedos asomando desde el afilado borde, un reguero escarlata a sus espaldas. Ya no verá
más que el reverso del cielo, no habrá más mundo que el de la sombra.
Una tercera
incursión, la última, el retorno definitivo. ¿Cómo escapó? Nadie lo sabrá.
Volvió sin sus miedos, sin su escudo, sin las sombras y los hilos. Conserva los
sueños, pero ha pagado con la palabra. Nadie sabe lo que ven sus pupilas opacas, que ha dejado encerradas en la caja de Pandora.
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