Se ha sentado allá donde ya no hay
ciudades, donde nada crece, donde el viento ha huido y el sol esquiva la piel.
Ha abandonado un mundo sin hogar, un
tejido del que no forma parte. Es el hilo enganchado, la puntada deshecha;
re-coser o cortar. Un hilo del color equivocado, antitramado.
Ha tomado las sendas deshabitadas, los
caminos que aún no han sido explorados. Ha caminado hasta no sentir las
piernas, derrumbarse, desfallecer. Ni un alma, nadie. Se ha dejado caer donde
nadie buscará, ni hay nada que encontrar.
El tiempo no se ha detenido, porque no
existe, solo insiste. El metrónomo escarlata no cesa en la producción de segundos que no discurren; se posan, cuajan.
Se ha sentado en silencio, porque ya no
hay palabras. Se ha sentado allá donde la vida es un espejismo, donde nada es,
o todo es dejar de ser. Se ha sentado allá donde su reflejo es
transparente, donde cada certeza se esfuma, donde no cabe la duda; donde no se
puede permanecer, ni huir. Se ha sentado allá donde sabe que no volverá, que
nunca ha estado, ni existido, ni sido, ni será.
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