domingo, 18 de marzo de 2018

El desierto


Se ha sentado allá donde ya no hay ciudades, donde nada crece, donde el viento ha huido y el sol esquiva la piel.

Ha abandonado un mundo sin hogar, un tejido del que no forma parte. Es el hilo enganchado, la puntada deshecha; re-coser o cortar. Un hilo del color equivocado, antitramado.

Ha tomado las sendas deshabitadas, los caminos que aún no han sido explorados. Ha caminado hasta no sentir las piernas, derrumbarse, desfallecer. Ni un alma, nadie. Se ha dejado caer donde nadie buscará, ni hay nada que encontrar.

El tiempo no se ha detenido, porque no existe, solo insiste. El metrónomo escarlata no cesa en la producción de segundos que no discurren; se posan, cuajan.

Se ha sentado en silencio, porque ya no hay palabras. Se ha sentado allá donde la vida es un espejismo, donde nada es, o todo es dejar de ser. Se ha sentado allá donde su reflejo es transparente, donde cada certeza se esfuma, donde no cabe la duda; donde no se puede permanecer, ni huir. Se ha sentado allá donde sabe que no volverá, que nunca ha estado, ni existido, ni sido, ni será.



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