Gaviotas:
tierra. Vamos, barca mía, hemos llegado. El fin de nuestra huida ha arribado, pliega las velas. Vamos, sigamos las emplumadas alas que ninguna jaula conocen, sean
nuestros lazarillos en esta oscuridad que nos abraza y tira de los retales de
sueño que aún nos cuelgan.
Esta arena,
estas costas, son ahora nuestras. No hay árboles, hierba, alimañas susurrantes.
Solo moluscos cadáveres, fantasmas de ultramar, descansan en este largo
colchón; como yo. Como yo, barca mía, que he abandonado tus brazos mecedores,
que duermo al raso y al frío húmedo, que he tomado por sepultura el mundo y
ahora se apaga mi aliento; ojos mudos, pies ciegos, corazón muerto.
La espada del
Telamonio ha actuado, la locura ha sido sanada y la cordura agita aún su
espada, la realidad asesta la última estocada. Sólo te pido, barca
mía, que no me dejes aquí, abandonada. Ahora muero, ahora sangro, ahora grito y
me desgarro; mañana volveré a empuñar tus remos rumbo a nuevas
islas de ceniza y emplumados vagamundos.
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