martes, 21 de diciembre de 2010

III

Despierto. Despierto pero no abro los ojos. No quiero. Total, ¿para qué? Sé que la habitación sigue ahí. Tampoco he conseguido acordarme de mi nombre. La otra noche me desperté y debí de estar unas dos horas tratando de pensar y recordar, pero nada. Creo que voy a desistir, esperaré a que el doctor joven me explique qué narices estoy haciendo aquí. Además, cada vez que hago un esfuerzo por recuperar la memoria acabo tan cansada que no puedo evitar caer dormida. Bueno, me estoy hartando. Voy a abrir los ojos. ¿No lo dije? la misma miserable habitación. Ni siquiera es bonita. No sé por qué en los hospitales hay unas habitaciones de colores tan deprimentes. Bueno, en realidad no sé si  he ido alguna vez a otro hospital, pero algo me dice que son todos muy parecidos. Podrían pintar algún dibujo en las paredes, o ponerlas de algún color bonito. Pero no, mire a donde mire lo único que veo es ese color gris tan deprimente. Por Dios, hace que me den ganas de gritar y salir corriendo. Ahora que lo pienso, hoy todavía no he intentado hablar. A veeer. Nada, imposible. En fin, ya que no puedo hablar o gritar, a lo mejor puedo incorporarme un poco. Venga, vamos a intentarlo. Primero nos giramos hacia un lado y nos apoyamos en el brazo. Ahora, vamos a intentar estirar el brazo. Venga, un poco más y podré levantarme… imposible. Estoy incluso llorando del dolor. Pues habrá que ingeniárselas para que venga alguien. Al menos que me entretenga un rato. Inspeccionemos el terreno. Miro hacia mi derecha. Veo un botón que cuelga de algún lado de la pared. Sin duda es el botón para avisar a la enfermera. Desgraciadamente, está demasiado lejos. ¡Bravo! En fin, menos mal que no me estoy muriendo. Miro hacia el otro lado. Hay una maquinita que va emitiendo –bip – soniditos a intervalos regulares. Creo que es lo que marca mi pulso. También veo un montón de bolsitas colgando de ganchos. Claro, seguro que me están alimentando a base de suero. Todo está conectado a mí por electrodos y por tubitos y agujas. Me pregunto qué pasaría si tuviera una parada cardiaca… y si estaría muy mal comprobarlo. Bah, si total… nadie viene a verme, no puedo hablar, no puedo moverme… echarme no me van a echar así que voy a matar un poco el aburrimiento. Será divertido ver la reacción del joven. Con mucho esfuerzo, cojo con mi mano derecha los cables que me conectan a la máquina y tiro de ellos. Me da un pinchazo en el brazo, pero al menos no ha quedado ninguno pegado a mi cuerpo. Suspiro y me pongo a esperar. Apuesto conmigo misma. ¿Vendrá una enfermera o el doctor? Oigo revuelo por el pasillo. De repente, aparece el joven seguido de un ejército de enfermeras con un carro que me da muy mal rollo. Vienen todos con la cara desencajada, y respirando tan superficialmente como si hubieran venido desde el otro lado del mundo corriendo. El doctor me mira. Me parece que se cree que está viendo visiones o algo porque se ha quedado un poco pasmado. Me mira. Mira al cable. Me mira. Mira al cable. ¡Vamos, reacciona! Sí, me he quitado el cable. ¡¿A qué estás esperando para hablar?! Por lo menos diles a las enfermeras que pueden volver a sus puestos. Nada. Parece que al que le vaya a dar el infarto sea a él. No, si además de enferma me va a tocar cargar con la culpa de un médico menos en la plantilla del hospital. Tantos años de carrera como tienen que estudiar y no soportan ni esto. ¡Tiene narices! Parece que se repone. Les dice a las enfermeras que pueden irse, que ya se encarga él.

- Parece… parece que se ha despertado

Sí, hijo, sí. Dicen que más vale tarde que nunca, pero creo que para ser médico has tardado mucho en darte cuenta de la situación.

- Podría haber pulsado el botón, o haber gritado.

¡Este tío es tonto! ¡Por supuesto que lo habría hecho de haber podido! ¿Acaso se cree que mi hobby secreto es ir por ahí asustando a la gente y fingiendo paradas cardiorrespiratorias? Por supuesto que podría haber esperado a que viniera, pero para una vez que me despierto con energías no la voy a desperdiciar. Abro la boca como para indicarle que no puedo hablar. Aunque, pensándolo bien, mis labios no responden y el chico no destaca por su rapidez de pensamiento precisamente. Habrá que intentarlo.

- Oiga, ¿le pasa algo? – su cara dice que se esfuerza en entenderme, pero creo que su cerebro continúa en estado de shock. Utilizando la mano izquierda (la derecha no podré moverla en un rato) me señalo la garganta. - ¿No puede hablar? Ya veo… Vamos a hacer una cosa: yo pregunto y usted parpadea. Un parpadeo para decir “sí” y dos para decir “no”. Como en las películas. Pero antes vamos a volver a poner todo en su sitio.

Al menos es amable, eso hay que reconocerlo. Bastante metepatas, pero amable. Puede dar gracias a que apenas me puedo mover, porque a lo mejor un par de golpecitos a ver si espabila le habían caído a estas alturas.

- A ver, dígame, ¿se puede mover? – dos parpadeos.- Entonces, es porque le duele mucho, ¿no? – no, gusto. Dos parpadeos.- Es normal, no se preocupe. Después de semejante golpe lo raro sería que no le doliera.

¿Golpe? ¿Qué golpe? Nadie me había dicho nada de un golpe. Vamos, sigue hablando. Esto se pone interesante. Le miro con el ceño fruncido, no vaya a ser que se esté perdiendo mi cara de alucinada.

- ¿Qué pasa? ¿Ahora le duele? – dos parpadeos, dos parpadeos - ¿No es eso? – dos parpadeos- ¿Es por lo del golpe? – Parpadeo - ¿No se acuerda? – dos parpadeos. Oigo cómo murmura “esto va a ser peor de lo que me pensaba”. Felicidades, chaval. ¡Eso sí que es dar ánimos a un paciente! ¡Es que no te das cuenta de la situación! Madre mía, me duele la cabeza. Voy a volver a caer dormida. No me da ni tiempo para que el joven se de cuenta de que voy a cerrar los ojos. Bueno, que se las apañe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario