sábado, 26 de marzo de 2011

II

Ya es de noche. Extiendo el saco de dormir en el suelo. El día no ha estado mal, pero menos mal que empiezo a trabajar mañana. Al acabarse el disco de música he decidido que igual lo mejor hoy era salir a dar un paseo y empezar a conocer el vecindario. En esa fase de exploradora intrépida he descubierto con gran satisfacción que hay de todo: supermercado, papelería, cine, panadería,... y, por supuesto, el cementerio. Aún sigo sin comprender cómo se me pudo pasar por alto ese detalle. No es que crea en fantasmas ni nada parecido, pero dormir al lado de los muertos no es precisamente el sueño de mi vida. Bueno, no quedará más remedio que acostumbrarse. Me meto en el saco y cierro los ojos.

Noventa y nueve, cien, ciento uno, ciento dos,... no parece que el viejo truco de contar ovejitas funcione. Me levanto. Necesito una cama de verdad urgentemente. En fin, voy a abrir la ventana. Tal vez sólo necesite un soplo de aire fresco. Oh, oh,... ahora sí que no voy a poder dormir. ¡Maldita iluminación del cementerio!

- Acuérdate, es la tumba del cuadro.

¡Gasp! Por suerte, consigo reprimir un grito de sorpresa. Los muertos no hablan, son los vivos. Y no suelen ser los vivos buenos los que se pasean por el cementerio a las tres de la mañana.

- ¿Esto es seguro?
- Tranquilo, al ser tumbas todo el mundo respeta lo que hay encima.
- ¡Eso ya lo sé, tarugo! Me refiero a si no hay nadie que venga a visitar esta tumba y a quien le extrañe encontrar esto aquí.
- Está todo calculado. Son un matrimonio sin más familia que un hijo que vive en Suiza.
- No sé de dónde sacas la información, pero más te vale que sea cierta. Me juego mucho en esto.... si yo caigo, rodarán vuestras cabezas. Muy bien, vendré el jueves a por la entrega. Se puntual, te conviene.

Pasos, parece que ya se van. Desde luego, yo preocupándome por los fantasmas y resulta que los que aún no crían malvas dan infinitamente más miedo. Así que el jueves, ¡pero si eso es dentro de tres días! No sé quienes eran esos, pero desde luego no eran unas hermanitas de la caridad, y si voy a la policía no sé qué podría decirles. No me tomarán en serio. Normal, yo tampoco lo haría. Bueno, vamos a aprovechar la noche de insomnio. Me visto, salgo a la calle y doy la vuelta a la manzana para entrar al cementerio. La puerta está cerrada, claro. Voy hasta el callejón que hay entre el bloque de pisos que a partir de hoy será mi hogar y el camposanto.  Por suerte, es una parte relativamente estrecha del cementerio. Pongo el oído. Nada, ni un ruido, parece que se han largado de verdad. La valla es baja, así que no creo que tenga ningún problema en saltarla. Ya está, esto ha sido fácil. Jadeo. Ha sido fácil. Saco el móvil. Por lo bien que se oían las voces supongo que los “sospechosos” estarían por la primera, segunda o tercera fila de tumbas. Además tiene que ser la sepultura de un matrimonio. Miro la hora: son las cuatro menos cuarto. Tengo unas dos horas antes de que amanezca.

Voy losa por losa mirando los nombres usando el móvil como linterna (es un poco ridículo, pero al menos no hay testigos). Llevo ya una fila y no parece que haya nada fuera de lo normal. Sólo había tres tumbas de matrimonios y ninguna tenía ni siquiera unas flores. Voy mirando uno por uno los distintos nombres: Narciso García Gutiérrez, Amaya Ortega Muñoz,… y una larguísima lista. De pronto llego al matrimonio Sánchez Castejón. Uf, otro matrimonio. Pero este es distinto, sí que tiene algo sobre la lápida. Lo cojo, parece un marco. No consigo ver bien, tal vez sea una foto. Da igual, me lo meto debajo del abrigo y sigo registrando el cementerio.

El reloj de la iglesia de al lado da cinco campanadas. Ya me parece ver tumbas hasta en las ramas de los árboles. Me parece que va siendo hora de volver a casa. Ahora me toca hacer la operación inversa: vuelvo a saltar la valla y entro en casa. Sigo sin tener ni pizca de sueño. Enciendo la luz de la habitación y examino mi pequeño botín. No es una foto, sino un cuadro hecho con flores prensadas. Debe de tener ya muchos años, pues las flores han perdido ya casi todo su color. El papel, en cambio, empieza a adquirir una tonalidad amarillenta que ya quisieran muchos pergaminos de la Edad Media. Me lo voy a llevar al trabajo. Seguro que en un rato libre o al final, antes de salir, puedo examinarlo tranquilamente sin que nadie me moleste. ¿Quién sabe? ¡Igual encuentro alguna prueba! Puedo buscar rastros de materiales y huellas y luego... y luego, ¿qué? Supongo que lo mejor será dejar el marco otra vez donde estaba, no vaya a ser que a alguien le dé por pasarse por allí y lo eche de menos.

miércoles, 16 de marzo de 2011

I

EL CUADRO DE LAS FLORES DESCOLORIDAS

Una habitación vacía. Años de universidad para encontrarme con esto, una habitación vacía donde deberé pasar los próximos... ¡¿quién sabe?! Pueden ser los próximos cincuenta años. La verdad es que la cosa no pinta nada bien, esto no se parece a lo que, según las pelis, debería parecerse un piso de recién independizada.

Mi sueño desde niña siempre había sido ser detective. De pequeña no hacía otra cosa que esconder cosas por toda la casa y luego hacer como que las buscaba. Hasta hace un par de años aún recibía alguna llamada de mis padres diciéndome que tal muñeco que se suponía había perdido, o aquel otro collar que había desaparecido, habían sido descubiertos en el salón o la cocina. Pero la vida da muchas vueltas, demasiadas, y no siempre acabamos en el mismo punto de partida. Yo, por ejemplo, pasé de detective a arqueóloga y de ahí a química que era la única ciencia que me resultaba algo atractiva. La vida te va dando pequeños toquecitos en distintas direcciones... y los padres te van dando grandes empujones para llevarte al camino que creen correcto. No es que esté mal, no lo hacen con mala intención, pero esos empujones pueden llevarte a donde yo estoy ahora mismo, en una habitación vacía preguntándome con qué demonios la voy a llenar. Claro que no es sólo una habitación, también hay un salón, una cocina, un baño y otro cuarto, todo del tamaño de una casita de muñecas, para el compañero que va a venir a vivir conmigo. Si, un compañero. Yo quería una chica pero es que ni con eso tengo suerte, al parecer todo el mundo estaba ya “emparejado” y disfrutando de la vida en un piso compartido, así que puse un anuncio en Internet y el único que respondió fue este tal Francisco. Debía de estar en la misma situación que yo, ya que tenía incluso el piso buscado pero no podía pagarlo y se puso a buscar por la red... hasta que me encontró a mí. Más o menos eso es todo lo que sé de él por los correos que me ha mandado.

Suena la cerradura, debe de ser él. Me asomo al pasillo y veo a un chico más o menos de mi edad, moreno, no demasiado alto, en fin, sin nada que destacar. Lleva una maleta enorme, creo que se ha traído ya la casa incorporada. ¿Qué hace? Acaba de dejar la maleta y va de un lado a otro del salón. Se para. Vuelve a coger la maleta. Se dirige hacia su cuarto. Hum, qué tío más raro. Supongo que tendré que presentarme. Voy poco a poco, despacito y con sigilo hacia su habitación. Me asomo a la puerta, el muy pánfilo está mirando por la ventana. Se gira.

- ¡Hola!  Tú debes de ser Helena, ¿no?
- Y tú Héctor, supongo. Encantada.

Nos damos dos besos.

- Exactamente, como el héroe troyano. Qué casualidad, ¿no?

Ja, ja, ja, pero qué salero tiene aquí el amigo. Algo me dice que no vamos a pasar mucho tiempo juntos.

- De acuerdo, Héctor, ¿me puedes repetir a qué te dedicas? Lo siento, pero tengo una memoria un poco traicionera.
- Me lo creo, no te acuerdas ni de que no te lo he dicho… la verdad es que por el momento me gustaría guardarme esa información.
- Ah, bueno. Pues yo trabajo en una empresa farmacéutica, por si te sirve de algo el dato.
- Gracias por la información, siempre es bueno conocer cosas sobre tu compañera de piso. Por cierto, he hecho una lista de horarios y tareas... no sé si estarás de acuerdo con ella.

Ay, madre... A ver que nos trae aquí. Ah, bueno, me ha dejado lavar los platos y hacer la compra, eso y limpiar mi cuarto, claro. Hum, pues vale, de vuelta a mi territorio.

Miro por la ventana. ¡Un cementerio! Nota mental: antes de acceder a vivir en un piso, hay que mirar a dónde dan las ventanas de todas las habitaciones. Sólo espero que no haya muchos ruidos por la noche para recordarme a mis “animados” vecinos. No tardo mucho en colocar lo poco que he traído conmigo. Desafortunadamente aún no tengo cama donde tumbarme a la bartola. Sin embargo sí que tengo una minicadena, cutre, pero que funciona, y unos cuantos discos de música. Pongo mi recopilación de los Beatles. Sé que son viejos, pero sus canciones siempre me animan. Ya suena la primera. Me pongo a mirar por la ventana. Mañana iré a comprar cuantos muebles pueda para la habitación... los de Ikea se van a forrar.

jueves, 3 de marzo de 2011

Un caso nada claro

El caso no estaba claro. No señor, allí había demasiadas pistas y ninguna de ellas conducía a ninguna parte. La habitación no era muy grande, aunque tampoco es que fuera una caja de cerillas. El armario, con las puertas abiertas de par en par, presentaba un aspecto caótico. Alguien había vaciado los cajones y todo el mueble estaba repleto de mudas y calcetines. La alfombra parecía dejar claro que había habido un forcejeo entre la víctima y el atacante. Estaba arrugada y las gotas de sangre llamaban la atención sobre sus ya apagados colores. El aspecto de la mesa era aún peor que el del armario. Montañas y montañas de papeles, bolígrafos, cuadernos, libros y demás se apilaban encima de la dichosa mesa. La silla, una magnífica silla de cuero aparecía rajada. ¿Qué narices andaba buscando el culpable para revolver así todo? No se había salvado ni la lámpara. La habían arrancado de cuajo y todavía caían trozos de yeso del techo. La cama, cómo no, estaba deshecha. Las sábanas, todas tiradas por el suelo, hacían juego con la alfombra ya que también habían recibido su parte de hemoglobina. El colchón (un magnífico colchón de látex de esos que están tan de moda) había sufrido la misma suerte que la silla, ¡qué desperdicio! Encima de ese colchón estaba la víctima. El ganador del boleto al otro mundo era un hombre que, si bien no podía decir que era muy mayor, sí lo era lo suficiente como para que comenzaran a aparecer canas entre su cabello negro. Al pobre lo habían colocado boca arriba encima del colchón rajado. La cabeza estaba tan echada hacia atrás que parecía que el cuello fuera a sonar - ¡crack! - de un momento a otro. La espalda estaba inusualmente arqueada. Claro, es normal. Nadie con un cuchillo en la espalda podría apoyarla completamente. Además de aquel individuo, vivían en la casa su mujer y una especie de mayordomo que se habían agenciado (hay que ver las tonterías que se le ocurren a la gente). Ninguno de los dos decía saber nada sobre el crimen, ni había confesado… claro, si yo fuera un asesino tampoco iría por ahí contándolo. Sin embargo, aseguraban que no faltaba nada en la casa. El hombre era policía, así que no le faltarían enemigos (siempre hay algún delincuente vengativo) pero esa hipótesis no cuadraba en absoluto con el resto de la escena, ¿quién narices iba a montar todo ese caos si lo único que quería era matar al hombre? No, la explicación debía de ser otra. Allí había algo más. El hombre debía confiar como mínimo un poco en su atacante, puesto que le dejó ir hasta su habitación y no dudó en darse la vuelta… momento sin duda que el asesino aprovechó para clavarle el cuchillo fatal, tras lo cual la víctima se resistió un poco a morir y tuvo lugar la lucha. Alguna de aquellas personas mentía… ¡Ellos tenían que saber quién había sido el asesino!

Todo esto parecía bastante claro, pero no había indicios suficientes para probar nada y no eran esos detalles precisamente lo que más me escamaba de aquel lugar. No, aquello sólo eran detalles que se podrían solucionar más adelante. Sin embargo, había una cosa que me había llamado poderosamente la atención desde que había entrado en la dichosa habitación. Había visto algo que inmediatamente había hecho saltar todas mis alarmas y, desde el principio, había colocado una única pregunta en mi cabeza… ¿qué demonios hacía mi cuerpo tendido de una forma tan espantosa encima de la cama?