Ya es de noche. Extiendo el saco de dormir en el suelo. El día no ha estado mal, pero menos mal que empiezo a trabajar mañana. Al acabarse el disco de música he decidido que igual lo mejor hoy era salir a dar un paseo y empezar a conocer el vecindario. En esa fase de exploradora intrépida he descubierto con gran satisfacción que hay de todo: supermercado, papelería, cine, panadería,... y, por supuesto, el cementerio. Aún sigo sin comprender cómo se me pudo pasar por alto ese detalle. No es que crea en fantasmas ni nada parecido, pero dormir al lado de los muertos no es precisamente el sueño de mi vida. Bueno, no quedará más remedio que acostumbrarse. Me meto en el saco y cierro los ojos.
Noventa y nueve, cien, ciento uno, ciento dos,... no parece que el viejo truco de contar ovejitas funcione. Me levanto. Necesito una cama de verdad urgentemente. En fin, voy a abrir la ventana. Tal vez sólo necesite un soplo de aire fresco. Oh, oh,... ahora sí que no voy a poder dormir. ¡Maldita iluminación del cementerio!
- Acuérdate, es la tumba del cuadro.
¡Gasp! Por suerte, consigo reprimir un grito de sorpresa. Los muertos no hablan, son los vivos. Y no suelen ser los vivos buenos los que se pasean por el cementerio a las tres de la mañana.
- ¿Esto es seguro?
- Tranquilo, al ser tumbas todo el mundo respeta lo que hay encima.
- ¡Eso ya lo sé, tarugo! Me refiero a si no hay nadie que venga a visitar esta tumba y a quien le extrañe encontrar esto aquí.
- Está todo calculado. Son un matrimonio sin más familia que un hijo que vive en Suiza.
- No sé de dónde sacas la información, pero más te vale que sea cierta. Me juego mucho en esto.... si yo caigo, rodarán vuestras cabezas. Muy bien, vendré el jueves a por la entrega. Se puntual, te conviene.
Pasos, parece que ya se van. Desde luego, yo preocupándome por los fantasmas y resulta que los que aún no crían malvas dan infinitamente más miedo. Así que el jueves, ¡pero si eso es dentro de tres días! No sé quienes eran esos, pero desde luego no eran unas hermanitas de la caridad, y si voy a la policía no sé qué podría decirles. No me tomarán en serio. Normal, yo tampoco lo haría. Bueno, vamos a aprovechar la noche de insomnio. Me visto, salgo a la calle y doy la vuelta a la manzana para entrar al cementerio. La puerta está cerrada, claro. Voy hasta el callejón que hay entre el bloque de pisos que a partir de hoy será mi hogar y el camposanto. Por suerte, es una parte relativamente estrecha del cementerio. Pongo el oído. Nada, ni un ruido, parece que se han largado de verdad. La valla es baja, así que no creo que tenga ningún problema en saltarla. Ya está, esto ha sido fácil. Jadeo. Ha sido fácil. Saco el móvil. Por lo bien que se oían las voces supongo que los “sospechosos” estarían por la primera, segunda o tercera fila de tumbas. Además tiene que ser la sepultura de un matrimonio. Miro la hora: son las cuatro menos cuarto. Tengo unas dos horas antes de que amanezca.
Voy losa por losa mirando los nombres usando el móvil como linterna (es un poco ridículo, pero al menos no hay testigos). Llevo ya una fila y no parece que haya nada fuera de lo normal. Sólo había tres tumbas de matrimonios y ninguna tenía ni siquiera unas flores. Voy mirando uno por uno los distintos nombres: Narciso García Gutiérrez, Amaya Ortega Muñoz,… y una larguísima lista. De pronto llego al matrimonio Sánchez Castejón. Uf, otro matrimonio. Pero este es distinto, sí que tiene algo sobre la lápida. Lo cojo, parece un marco. No consigo ver bien, tal vez sea una foto. Da igual, me lo meto debajo del abrigo y sigo registrando el cementerio.
El reloj de la iglesia de al lado da cinco campanadas. Ya me parece ver tumbas hasta en las ramas de los árboles. Me parece que va siendo hora de volver a casa. Ahora me toca hacer la operación inversa: vuelvo a saltar la valla y entro en casa. Sigo sin tener ni pizca de sueño. Enciendo la luz de la habitación y examino mi pequeño botín. No es una foto, sino un cuadro hecho con flores prensadas. Debe de tener ya muchos años, pues las flores han perdido ya casi todo su color. El papel, en cambio, empieza a adquirir una tonalidad amarillenta que ya quisieran muchos pergaminos de la Edad Media. Me lo voy a llevar al trabajo. Seguro que en un rato libre o al final, antes de salir, puedo examinarlo tranquilamente sin que nadie me moleste. ¿Quién sabe? ¡Igual encuentro alguna prueba! Puedo buscar rastros de materiales y huellas y luego... y luego, ¿qué? Supongo que lo mejor será dejar el marco otra vez donde estaba, no vaya a ser que a alguien le dé por pasarse por allí y lo eche de menos.