jueves, 3 de marzo de 2011

Un caso nada claro

El caso no estaba claro. No señor, allí había demasiadas pistas y ninguna de ellas conducía a ninguna parte. La habitación no era muy grande, aunque tampoco es que fuera una caja de cerillas. El armario, con las puertas abiertas de par en par, presentaba un aspecto caótico. Alguien había vaciado los cajones y todo el mueble estaba repleto de mudas y calcetines. La alfombra parecía dejar claro que había habido un forcejeo entre la víctima y el atacante. Estaba arrugada y las gotas de sangre llamaban la atención sobre sus ya apagados colores. El aspecto de la mesa era aún peor que el del armario. Montañas y montañas de papeles, bolígrafos, cuadernos, libros y demás se apilaban encima de la dichosa mesa. La silla, una magnífica silla de cuero aparecía rajada. ¿Qué narices andaba buscando el culpable para revolver así todo? No se había salvado ni la lámpara. La habían arrancado de cuajo y todavía caían trozos de yeso del techo. La cama, cómo no, estaba deshecha. Las sábanas, todas tiradas por el suelo, hacían juego con la alfombra ya que también habían recibido su parte de hemoglobina. El colchón (un magnífico colchón de látex de esos que están tan de moda) había sufrido la misma suerte que la silla, ¡qué desperdicio! Encima de ese colchón estaba la víctima. El ganador del boleto al otro mundo era un hombre que, si bien no podía decir que era muy mayor, sí lo era lo suficiente como para que comenzaran a aparecer canas entre su cabello negro. Al pobre lo habían colocado boca arriba encima del colchón rajado. La cabeza estaba tan echada hacia atrás que parecía que el cuello fuera a sonar - ¡crack! - de un momento a otro. La espalda estaba inusualmente arqueada. Claro, es normal. Nadie con un cuchillo en la espalda podría apoyarla completamente. Además de aquel individuo, vivían en la casa su mujer y una especie de mayordomo que se habían agenciado (hay que ver las tonterías que se le ocurren a la gente). Ninguno de los dos decía saber nada sobre el crimen, ni había confesado… claro, si yo fuera un asesino tampoco iría por ahí contándolo. Sin embargo, aseguraban que no faltaba nada en la casa. El hombre era policía, así que no le faltarían enemigos (siempre hay algún delincuente vengativo) pero esa hipótesis no cuadraba en absoluto con el resto de la escena, ¿quién narices iba a montar todo ese caos si lo único que quería era matar al hombre? No, la explicación debía de ser otra. Allí había algo más. El hombre debía confiar como mínimo un poco en su atacante, puesto que le dejó ir hasta su habitación y no dudó en darse la vuelta… momento sin duda que el asesino aprovechó para clavarle el cuchillo fatal, tras lo cual la víctima se resistió un poco a morir y tuvo lugar la lucha. Alguna de aquellas personas mentía… ¡Ellos tenían que saber quién había sido el asesino!

Todo esto parecía bastante claro, pero no había indicios suficientes para probar nada y no eran esos detalles precisamente lo que más me escamaba de aquel lugar. No, aquello sólo eran detalles que se podrían solucionar más adelante. Sin embargo, había una cosa que me había llamado poderosamente la atención desde que había entrado en la dichosa habitación. Había visto algo que inmediatamente había hecho saltar todas mis alarmas y, desde el principio, había colocado una única pregunta en mi cabeza… ¿qué demonios hacía mi cuerpo tendido de una forma tan espantosa encima de la cama?

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