Sí Señorías, me declaro culpable de los delitos que se me imputan. De hecho, he participado y sido cómplices de crímenes atroces, incluso crímenes que ustedes no podrían ni imaginar. Les ruego ahora que, antes de que me condenen, me dejen relatarles los hechos. No es que éstos me excusen de lo que he hecho, pero espero ayuden a comprender las circunstancias en que ocurrió todo y a evitar una nueva locura como esta. Les suplico que no me interrumpan en la narración, pues no creo que sea capaz de repetir lo que les voy a contar conservando la entereza que poseo en este momento.
Yo, Señorías, no poseo vida anterior al 12 de Octubre de hace diez años. Por desgracia para mí, no recuerdo nada anterior a tal fecha, simplemente sé que había sufrido un pasado trágico, sin familia ni amigos, gracias a unos documentos que llegaron hace unos días a mis manos. Como iba diciendo, fue ese día cuando dejé de ser una persona normal para ser parte de un plan descabellado y sin sentido, pero eso vendrá más adelante.
El día 12 fue el día en el que perdí lo poco de persona que me quedaba y me convertí en un arma al servicio del gobierno. Todo empezó con una carta. En ella se me ofrecía un puesto en una unidad nueva del ejército, para el que creo que ya trabajaba en aquellos días: un salario más alto, sin posibilidad de despido o abandono del puesto. Entonces no me di cuenta, pero es obvio que sólo con eso no debería siquiera haber pensado en aceptar. Sólo se necesitaba que me personara al día siguiente en la base central del ejército a primera hora de la mañana. Decían que tendría cuatro meses de formación remunerada, tras los cuales empezaría a trabajar. No parecía una mala oferta, un puesto fijo con un buen salario. Eso, junto al poco margen de tiempo que tenía para pensar y darme cuenta del verdadero significado de esas palabras. Como ya supondrán, acepté el puesto.
La mañana del 13 me presenté en el cuartel, y junto a mí había jóvenes de la misma edad más o menos. No sé el verdadero nombre de ninguno de ellos. Todos nos conocemos por los nombres que nos pusieron ese día, ninguno de ellos augurio de buena fortuna, por cierto. Fue como un segundo bautizo, si es que alguno de nosotros tuvo uno de verdad alguna vez. Nos entregaron un carné de identidad en blanco. Tan sólo constaban en él los nombres que nos asignaron y, en lugar de nacimiento, ponía simplemente UCC. “Esto es lo que seréis a partir de ahora: nadie. No existís, si alguien os pregunta trabajáis en el ministerio de defensa. No tendréis amigos, ni relaciones, ni nada. Aceptando el puesto habéis aceptado consagraros a la nación como un cura se consagra a Dios. Estas son las verdaderas condiciones del puesto, si alguien quiere arrepentirse debe hacerlo ahora”. Nos miramos entre todos. Éramos extraños entre nosotros, pero enseguida nos dimos cuenta de que había algún tipo de vínculo que nos unía. La verdad es que no sabría cómo definirlo, pero aquella sensación nos tranquilizó algo y ninguno renunciamos, ni siquiera yo, la única mujer del grupo.
Una vez pasado aquel momento, nos hicieron firmar unos documentos. No podríamos dejar el trabajo o huir bajo ninguna circunstancia bajo pena de muerte, y deberíamos obedecer cuanto se nos mandara. Una vez más, debería haber renunciado. Tras firmar, ya no había vuelta atrás. Lo crean o no, es así de sencillo crear una nueva unidad secreta. Una firma, y aceptas renunciar a ti y a todo cuanto tenías, fuera lo que fuera lo que yo tenía. Ya no éramos nadie.
Después se sucedieron dos años de duro entrenamiento. Tiro, resistencia, supervivencia en campo y ciudad,… y no sólo eso. También recibimos una dura preparación psicológica que por entonces no entendíamos, pero que sería esencial para las misiones que deberíamos realizar en el futuro. Fue en aquellos meses cuando creamos el fuerte vínculo que nos ha unido hasta el final. Nos convertimos en una familia. No importaba lo que hubiéramos sido, o lo que hubiéramos hecho en una vida anterior. Todos habíamos muerto y estábamos resucitando como personas nuevas, o más bien como objetos.
Antes de que nos diéramos cuenta, ya había llegado el día en que nos encomendaban nuestra primera misión. Para inaugurar la nueva unidad, nos presentaron informes, y más informes, y discursos, y estudios sobre violencia, crimen y política. Aún no sé cómo, pero consiguieron hacernos ver que la violencia y el crimen disminuían tras algún suceso impactante, y cómo a la población le daba por pensar en qué hacían los que gobiernan el mundo. Consiguieron convencernos de que era imprescindible y vital para la estabilidad de toda la humanidad que nosotros mantuviéramos un cierto grado de inseguridad en las personas.
Fue entonces cuando supimos el objetivo de todo el entrenamiento. Debíamos ser los asesinos del gobierno, los que manejaran la parte más oscura de la sociedad. Debíamos ser, en definitiva, menos que sombras, íbamos a ser el aire frío de invierno.
El primer sitio a donde nos dirigimos fue a la guarida de una banda de mafiosillos que se estaba haciendo demasiado poderosa. Nunca olvidaré cómo invadimos el lugar, como nos habían enseñado… ni como yo fui la primera en disparar, como me habían enseñado. Pueden creerme si les digo que estuve mucho tiempo viendo la cara del joven que asesiné en sueños.
Luego vinieron más asaltos, atracos, violaciones,… No debíamos distinguir entre malos y buenos. Cada acción estaba medida y calibrada para que provocara una determinada reacción. Al final el sentimiento de culpa dejó paso a una indiferencia defensiva. Cuando tienes tantas muertes en tu historial, tienes que elegir entre la locura y la indiferencia. Por desgracia para nosotros, no hay una opción c.
Así transcurrieron cinco largos años. Habíamos creado ya nuestro propio micro mundo, ocultos a todo el mundo. Sin amigos ni familia. Nada, no éramos nada. Podría decirse que ya nos estábamos acostumbrando, cuando pasó algo en lo que no habíamos pensado. Fue aquella trágica tarde del 21 de marzo, cuando comprendimos realmente lo que hacíamos, y también por qué nos habían elegido a nosotros. Como ya he dicho, ninguno teníamos ni familia ni amigos. No éramos nadie ya antes de entrar en la unidad. Nuestro pasado era un borrón incierto. De esta forma, ninguno sabíamos lo que era perder a alguien importante. No éramos conscientes del dolor que provocábamos, ni del que nos podían provocar. Alguien ignorante es alguien feliz, y nosotros éramos muy ignorantes en lo que se refiere al amor entre las personas. No pretendo con esto dar lástima, sino explicar de alguna forma la relativa facilidad con la que todos nosotros asumimos nuestro papel.
Como iba diciendo, fue el 21 de marzo del 2026 cuando todo aquel mundo que habíamos construido se vino abajo. Esta vez había que matar a un antiguo espía de la URSS. Las teorías conspiratorias son muy entretenidas mientras duran. Pensábamos que iba a ser una misión sencilla. Al fin y al cabo, ¿qué podía pasar? Éramos cinco contra uno, debería haber sido muy fácil. Entramos en su casa, tuvimos mucho cuidado de no hacer ruido y no tocar nada. Llegamos hasta la habitación donde se encontraba nuestro objetivo e Ícaro le pegó un tiro. Eso debería haber sido todo. Sin embargo, de una forma que aún no he conseguido explicarme, el antiguo espía se las apañó para sacar su pistola y disparar antes de caer, matando a su verdugo.
Esto fue el fin de la unidad. Ninguno fuimos capaces de superarlo. Por supuesto, el gobierno no nos dejó marchar. Un año más tarde de este acontecimiento la situación era tan insostenible que tuvieron que acceder a darnos la baja, siempre, cómo no, bajo amenaza de muerte si contábamos algo. De esta forma nos fuimos yendo poco a poco todos los miembros de la unidad. Desde que esto sucedió han pasado ya dos años. Muchas veces he tenido el impulso de contar al mundo lo que habíamos hecho, pero el miedo me paralizaba. Créanme, estuviera donde estuviera me habrían encontrado, ajusticiado, y lo habrían cubierto todo bajo una película digna de un Oscar.
Con esto termino mi relato. Espero que sea suficiente para poder juzgarnos e impedir que esto se repita. La nueva unidad fue disuelta hace un mes por nosotros. Aún no habían superado el entrenamiento, por lo que es inútil involucrarles a ellos también. Se han salvado y deben saberlo, pero no merecen un castigo. Así concluyo y me encomiendo a su veredicto. Muchas gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario