Está oscuro. Sí, verdaderamente oscuro. Ni siquiera alcanzo a ver mi mano cuando la alzo frente a mí. Intento avanzar en la oscuridad, con la esperanza de encontrar algo, lo que sea, que rompa las tinieblas. Pero no es tarea fácil. Cada nuevo paso supone un esfuerzo titánico, que cada vez va en aumento. En teoría no hay nada alrededor, pero tengo la sensación de avanzar en un líquido tan espeso que podría resultar casi sólido. ¡¿Qué es eso!? De la nada ha aparecido una mesa. No es nada especial, sólo un tablón apoyado en cuatro patas. Simple, sin adornos. Está iluminada por un haz de luz, como si un foco estuviera dirigido a ella. Me acerco. Parece que ahora me cuesta menos moverme. Encima de la mesa hay un sobre. Lo abro. Saco lo que parece ser una carta. Leo: “Querido Heracles…”. Una ráfaga de viento me arrebata el papel de las manos. En menos de un segundo ya se ha perdido en la penumbra. Vuelvo a coger el sobre. Hay algo más. Extraigo un carné de identidad. No hay datos. No hay foto. Es un carné en blanco. Poco a poco, ante mi asombro, el carné se va convirtiendo en algo. Se alarga y cambia de color. Es una flor. Es la flor de mis recuerdos. Sigue creciendo. Ha superado ya el tamaño de un balón de fútbol. Crece. Crece. Algo me empieza a oprimir el pecho. Miro, y veo con horror que la flor ha echado raíces en mí. Crece. Duele. Crece. Me ahogo. Crece. Me aplasta el pecho. Crece. Voy a morir.
Despierto empapada en sudor. Ya es la cuarta noche que tengo la misma pesadilla. Significa algo, lo sé. Mi subconsciente me manda señales, aunque éstas son tan confusas que dudo mucho que pueda interpretarlas. Siempre es igual. Oscuridad, la carta, el carné, la flor. Aislados unos de otros, puedo otorgar a los elementos un significado más o menos acertado. La oscuridad mental en que me encuentro, mi falta de identidad y mi obsesión por mi único recuerdo. Sin embargo, hay un elemento misterioso: la carta. Sólo puedo leer el destinatario. ¿Quién será Heracles? Desde luego, no un héroe mitológico. Sea quien sea tiene que ser parte de mis recuerdos, ¿estaré recuperando la memoria? No, no es eso. Estoy convencida de que ese tal Heracles es la clave de todo, es lo que separa a mis recuerdos de mí. Dicho de otro modo, si lo encuentro a él. Me encontraré a mí misma. Sólo hay un problema: estoy en un hospital y no dispongo de medios para buscar a alguien apodado (no me creo que alguien se llame así) Heracles.
Miro a la ventana. Hay luna llena. Me incorporo. Tras unos días repitiendo la misma operación, ya consigo hacerlo con mucho menos esfuerzo. No puedo dormir. Es una sensación rara. Después de tantos días cayendo rendida por las cosas más nimias me encuentro desvelada precisamente por un sueño. Pensándolo bien, últimamente tampoco estoy tan mal. Me puedo mover con más o menos normalidad, que ya es más de lo que podía decir las primeras veces. Sigo sin levantarme, de momento no me encuentro con fuerza para intentarlo, ni para superar el fracaso que supondría no poderme tener en pie. Hay que ver lo bonita que es la Luna. Seguro que, fuera como fuera yo antes, nunca me había parado a pensarlo. Me gusta. Es capaz de alumbrar cuando todo está en oscuridad. Pero no es como el Sol. La Luna no me ciega ni me quema, sino que me muestra un rayito de esperanza en medio de las tinieblas. Es cierto que la luz viene en realidad del Sol, pero ésta es tan intensa que necesito un “filtro” para poder apreciarla. Además, no me deja ver el resto de estrellas durante el día. Cuando salga de aquí, si consigo un trabajo o recuperar mi vida y mi cuenta del banco me compraré un telescopio. Parece que me he calmado. Me tumbaré a ver si soy capaz de dormirme. Así, despacito. Ahora cierro los ojos. Inspiro. Espiro. Inspiro. Espiro. Ouaaaaaa. Bostezo. Inspiro. Espiro. Inspiro. Espi…
No hay comentarios:
Publicar un comentario