domingo, 24 de abril de 2011

IV

Vamos a ver qué hay para el desayuno. Hmmm, cereales de chocolate, no los comía desde el instituto. Ahora sólo me faltan la leche y el cuenco. ¡Anda, si tenemos un cuenco verde! Para mí. Pongo los cereales, la leche,... ¡hala, si he puesto más leche fuera que dentro del cuenco! Parece ser que esto es una operación demasiado complicada para mí a estas horas de la mañana.

Por cierto, aún no he visto a mi fantástico compañero de piso. Ayer con los nervios ni me fijé en si salía por la mañana, y luego no debió de volver hasta por la noche. Yo, con mis 24 horas de desvelo casi absoluto, a las diez estaba ya roncando y ya podría haber estallado la tercera guerra mundial que yo no me iba a despertar. Me pregunto en qué trabajará para llevarlo tan en secreto. Igual es un espía de la CIA y yo estoy aquí haciendo el pardillo, claro, que a lo mejor es que tiene un trabajo tan sumamente cutre que le da vergüenza decirlo... Bueno, venga, acabemos con el tema policial que hay que ir a currar. Menos mal que ayer tuve la precaución de cambiarle el turno a una colega de laboratorio y hoy no trabajo.

Me encamino hacia la comisaría. Voy, como siempre, saltando por encima de las baldosas que hacen la diagonal de los cuadrados. Sí, ya sé, parezco una maniática, pero no estoy loca. Puedo caminar normal, lo juro, pero no es tan divertido. Además, no se nota tanto. Mira, ya llego. ¡Stop! Casi me trago la puerta automática, que no es que vaya muy bien de reflejos que digamos. Bueno, ya estoy dentro, ¿y ahora qué? ¿Qué se supone que les voy a decir? Todo esto ha sido un error, será mejor que me vaya a casa y descanse. Sí, será lo mejor. Doy media vuelta, y se ve que la puerta no es la única a la que le faltan reflejos, porque a la que me giro voy y le tiro el café a un hombre con chupa de cuero… ¡con lo mal que salen luego esas manchas!

- ¡Ay, lo sientolosientolosiento! – abro precipitadamente el bolso en busca de un paquete de pañuelos.
- No se preocupe, es sólo un café. ¿Usted está bien? Aparte de las manchas, quiero decir.

Esa voz…

- ¡¿Héctor?! ¡¿Eres tú?!- un día y pico sin verle el pelo y me le encuentro aquí, en comisaría, vestido de policía malote con chupa de cuero y placa sobresaliendo del bolsillo. ¡Ni que estuviéramos en una serie americana!
- ¡Hombre, la desaparecida! ¿Qué haces tú aquí?
- Yo… bueno… este… - reacciona, hombre, reacciona - ¡eso debería preguntarlo yo! Tanto misterio con tu trabajo y resulta que eres un madero – noto unas cuantas miradas clavadas en mi nuca.
- Chssst, no hables tan alto. No creo que a muchos les haga mucha gracia que nos llames así. Ven, te daré una camisa de las mías y vamos a ver eso que tienes que hacer.
- No, si yo ya me iba…
- ¡Claro que te ibas! ¡Te ibas con el rabo entre las piernas! Vamos al despacho y hablamos, no vaya a ser que hagas otra visita nocturna a nuestros vecinos – me susurró.
- ¿Pero cómo…?
- ¡Sin rechistar!

Me coge del brazo y me mete por un pasillo que entre papeleras y fotocopiadoras (ahí es donde se nota la burocracia y el papeleo) no es apto para gordos. Ahora se para, ¿qué pasa?

- Tú quédate aquí, que voy a buscarte algo que ponerte. No te escapes o lanzaré una orden de búsqueda y captura, y recuerda que sé dónde vives.
- Pero bueno, ni que fuera una criminal.
- Bueno, pero no te muevas de aquí.

Se mete por una puerta verde. ¿Qué habrá querido decir antes? ¿Acaso sabe todo lo que he estado haciendo? Menuda vergüenza, me habrá tomado por tonta. Mira, aquí vuelve a aparecer.

- Toma. Métete ahí y cámbiate.
Me señala otra puerta verde justo enfrente. Supongo que será el vestuario femenino. Le cojo la camisa y me meto dentro. Por suerte no hay nadie dentro. Me cambio rápidamente, sin ni siquiera desabrochar los botones de la camisa. Me miro al espejo. Me está enorme, claro, pero al menos no está mojada con café cual magdalena del desayuno. Vuelvo a salir.

- ¿Mejor? – asiento.- Venga, vamos.

Me lleva, esta vez sin cogerme del brazo, hasta un pequeño despachito que sólo podría considerarse grande si lo comparamos con una caja de cerillas… y depende del tamaño de la caja. El mobiliario es más bien escaso: una mesa, dos sillas, una megasilla de oficina, dos estanterías hasta arriba de documentos y una papelera. Tiene también un ordenador que no va con pedales de milagro, una lamparita, una taza con bolis y lápices, ¡ah, y una máquina dispensadora de agua! Se sienta, y me indica que le imite. Respira hondo, suspira, me mira con esos grandes ojos negros y comienza el espectáculo:

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