Estaba todo listo. Había tomado una decisión, había decidido que necesitaba romper con todo, y nada mejor para ello que hacerlo a la antigua usanza, con un ritual. Habían encendido una gran hoguera, y las maderas crujían al contacto con el fuego. Podía sentir el calor seco y ardiente de la llama en su cara. Su vestido, blanco y largo, dejaba al descubierto toda su espalda, quedando pendiente de su cuello y cadera únicamente. Anwar había sacado sus mejores galas del armario. Había llegado el gran momento, el momento en el que iba a dejar de pertenecer al mundo a que siempre había pertenecido, para pasar a formar parte del mundo subterráneo, que tanto la había cautivado. Había sido una decisión impulsiva, sí, pero era de las que pensaban que las decisiones impulsivas eran las que verdaderamente salían del corazón. No se arrepentiría, seguro que no. Empezaría una nueva vida, lejos de todo aquello que le producía tanta angustia.
Dirigió su vista hacia el cielo. Los planetas se habían alineado formando una perfecta línea recta. La Luna relucía describiendo un círculo perfecto de luz. Las constelaciones bailaban su lenta danza, acompañándoles en su ritual. Los astros celestiales conformaban el escenario perfecto para la ceremonia que estaban a punto de realizar.
Miró a Anwar a los ojos. El verde esmeralda refulgía a la luz de la hoguera. Asintió con determinación y se dio la vuelta. Sintió el dedo de Anwar en su espalda mientras marcaba las cuatro circunferencias de los elementos: una circunferencia simple para el fuego, otra atravesada por un diámetro vertical para el aire, un auténtico círculo para la tierra y una circunferencia con un pequeño círculo rodeando el centro para el agua. Aquella era su forma de indicar su falta de ascendencia, representando a los cuatro elementos que podrían haber sido de sus padres. Cogió entonces el maestro de ceremonias una especie de espátula que hundió en una pasta de agua y tierra negruzca, resultado del fuego, cogió algo de aquella pasta. En medio de aquellas cuatro formas dibujó una luna con la pasta, fijando así su propio elemento y el nombre que había elegido semanas atrás.
En el preciso instante en que Anwar terminó la forma, invadió su cuerpo una sensación desconocida hasta entonces, una especie de euforia salvaje que comenzaba con un hormigueo en los pies, y avanzaba a la vez que aumentaba en intensidad, subiendo primero por los gemelos, los muslos, superando los glúteos y tomando por fin la recta de la columna vertebral para llegar hasta el más profundo recodo de su cerebro. Se sentía libre. Por primera vez en su vida podía mirar a su alrededor sin ver ninguna cadena que la atara ni jaula que la encerrara. Los lamentos y el miedo a la soledad habían desaparecido como por arte de magia. Se volvió hacia Anwar, “Y ahora, ¿qué?”. Él la miraba muy serio. Su rostro reflejaba una tensión tal, que ella pensó que de un momento a otro entraría en estado de hiperactividad. Las comisuras de sus labios se desplazaron mostrando una sonrisa dulce a la vez que traviesa. “Ahora, querida amiga, queda lo mejor”. Ante los curiosos ojos de Sahira sacó de detrás de una roca un par de pinchos metálicos con pedazos de carne ensartados. Le tendió uno de ellos, quedándose él con el otro. Lo puso al fuego que incrementó sus quejidos al soltar la carne la grasa. Entrechocaron después los pinchos a modo de brindis. “Bienvenida” le volvió a sonreír Anwar.
Concluyeron así el ritual improvisado. Aún quedaban algunos pinchos más y se sentaron mientras los tomaban. Así estuvieron, en silencio, tan sólo con el sonido del masticar, durante un buen rato. De alguna forma sus destinos habían quedado unidos, al menos durante un tiempo. Ninguno de los dos sabía qué significaba aquello, ni adónde les llevaría, pero aquello tampoco les asustaba. Fue Sahira quien rompió el silencio:
- ¿Cómo sabes que soy yo?
- ¿Qué quieres decir?
- ¿Cómo sabes que soy yo de quien hablaba la predicción? De alguna forma he acabado secuestrada como Helena, ¿no es eso cumplir el destino de mi nombre?
- También hablé con la directora de tu orfanato. Al parecer fuiste tú misma quien se abalanzó sobre un ejemplar de la Ilíada que tenía ella en su mesa desde los brazos de la cuidadora que te encontró. Así que desde el principio el destino lo elegiste tú.
- Vaya, menuda investigación has hecho. ¡Ni que se hubiera colado en tu casa una criminal! No me extraña que te pidan ayuda en las investigaciones policiales... qué derroche de medios.
- Nunca se sabe – dijo riendo – al fin y al cabo vienes de un mundo casi desconocido. Y mis únicas referencias son de unas llaves y una profecía un poco vaga al respecto, igual no eras tú a quien yo debía encontrar. Unas llaves... dime si has escuchado alguna vez algo semejante.
- No, eso es verdad. ¿Cómo lo hiciste?
- ¿Hacer? Yo no hice nada. Cuanto te dije es verdad. ¿Sabes cuando se rompen los cristales porque suena algo a una determinada frecuencia? Pues esto es algo parecido, esa habitación vibra a la misma frecuencia que tú.
- Eso es destino también, ¿no?
- Sí, pero el mío. Ya te dije que yo debía encontrarte. Hasta ahí bien, te encontré y decidí llevarte a mi casa. Eso ya no estaba escrito en ninguna parte, no que me hayan dicho al menos. Además, tú podrías haberte fugado. Me dejaste de piedra cuando te encontré en la misma habitación donde te había dejado con los deberes hechos y con un libro entre las manos.
- Ya, ¿y adónde se supone que podía haber ido?
- No lo sé, pero es que ni siquiera parecías tener miedo.
- ¡¿Miedo?! - no pudo reprimir una sonora carcajada.- No sabes cuántas veces he soñado con vivir en un cuarto como ése. Además, no estaba pasando por una racha demasiado buena emocionalmente, - no prestó atención cuando él bajó la mirada y su lado derecho de la cara sufrió un espasmo de culpabilidad - y las expectativas de tiempo libre me deprimían aún más. Pensé que no importaba quedarme. Sinceramente, no parecías peligroso. ¡Incluso me habías dejado unas tortitas hechas para el desayuno!
- Sí, eso es verdad. Oye, escúchame, de veras que siento lo de Alejandro.
- Está perdonado, pero no sigas pronunciando su nombre, por favor te lo pido – hizo una mueca de dolor – aún está demasiado reciente todo. Sé que un año y pico parece suficiente pero...
- Tranquila, es normal, cada uno necesita su tiempo.
- Igualmente, ya es casualidad – continuó ella. – Bueno, ya no sé si es casualidad o destino, pero no creo que conozcas a mucha gente de aquí arriba.
- Hombre, de la ciudad conozco a todos los que estudiaron conmigo, y alguno más. Aunque te parezca mentira, yo no era uno de esos niños marginados solos en una esquina y que no se relacionan con nadie. Pero sí, tienes razón, ha sido inesperado. Sabía de su ruptura con su última novia, pero no imaginaba que fueras tú, ni él me dijo nada cuando me dio la información. Sabía que era química y, claro, cuando he visto tu cara, lo he entendido todo. Pero cambiemos de tema – dijo, casi suplicando, rápidamente, – ahora ya has abandonado tu mundo. ¿Qué vas a hacer? Podemos pasar por tu casa antes de volver para coger lo que quieras.
- No, no puedo volver de momento. Tranquilo, me buscaré un trabajo.
- No hace falta. Gano bastante y no gasto demasiado así que si no quieres...
- Sí, sí la hace. Trabajaré para comprarme algo de ropa (que esta se me va a deshacer de tanto lavarla) y lo que necesite. Eso sí, me gustaría pedirte un favor.
- Lo que quieras – dijo haciendo aparecer un hoyuelo en la mejilla derecha.
- Querría, si no es mucha molestia quiero decir, que me dejaras quedarme en esa habitación. Es que es como... no sé, como si me hubiera estado esperando toda la vida, como si me viera reflejada en cada detalle, cada objeto, cada libro... jejeje, - se le escapó una risilla nerviosa - pensarás que soy una rarita, pero la verdad es que nunca me he sentido así, ni siquiera en mi propia casa.
- Claro, ya contaba con ello, ¿no viste cómo se pusieron las llaves? Si te dejo ir mi casa cobrará vida y me matará, como si fuera una mansión encantada, bueno, un agujero embrujado. Tengo una idea, ¿querrías trabajar para mí? - ella abrió los ojos de par en par, con una ceja levantada, sin saber muy bien cómo acabaría aquello – No me malinterpretes, llevo un tiempo queriendo contratar a alguien que me coja los recados y escoja los casos, ya sabes, alguien que pueda discriminar los más importantes o curiosos de los que no. Lo que pasa es que, ya sabes, con lo estirados y poco emocionales que son allí abajo, a nadie le interesa el puesto. Además, así no te tienes que mover de casa más que para ir a ver a los posibles clientes. Sé que quieres relacionarte con la gente, piénsalo, es una buena oportunidad, no te creas que te voy a dejar sin hacer nada, vas a recorrer la ciudad de arriba abajo, y vas a hablar con la mitad de sus habitantes. No podrías ni imaginarte la cantidad de gente que tiene problemas.
- Bueno, déjame pensarlo hasta entonces. De momento disfrutemos del fuego y el cielo, me parece que echaré de menos las estrellas.
- Sí, tienes razón. Mira, ¿ves aquellas cinco tan brillantes de allí?
Y así terminó el ritual de renacimiento, con una vuelta a las maravillosas historias celestiales.
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