¿Me esperabas? Probablemente no.
Sin embargo, aquí estoy, espectadora y víctima de tu agonía. Podría decir que
mi camino hasta ti ha sido como el regreso de Odiseo a su añorada Ítaca - aunque más de uno coincidirá en que tan
añorada no sería, en que todos aquellos años estuvieron llenos de excusas, de
viajes dirigidos por los impulsos y el azar, de espirales que lo arrastrarían
donde se acaba el mar…porque también el mar se acaba.
Podría decirlo, y mentiría. Podría
decir que aquí, precisamente aquí, entre estas paredes, sostenidas por el polvo
acumulado con el paso de los años, aquí se encuentra mi Ítaca. Podría dedicarte
poemas - ¡millones, trillones, googols de versos sólo para ti! – pero serían
poemas dedicados a la sombra de algo que todavía no es, que nunca llegará a ser.
Te miro, te admiro, me admiro.
Soy como esos hombres (porque estos terrenos no eran cosa de mujeres) que
llegaban ante la Gorgona, la mortal, y quedaban para siempre inmóviles, presos
de su encantamiento - encanto, canto, carmina.
Mis manos sujetan indecisas mi arma congeladora del tiempo, mis pies permanecen
inmóviles, mis ojos no pueden apartarse de ti que caminas, observándome,
clavando en mí tu angustiada y angustiosa mirada, atrapándome en ella al tiempo
que pareces ser sólo para mí en este instante que reviviré una y otra vez, que
me perseguirá en mis fantasías, en mis pesadillas, mis ensueños. En cada espejo
al que me asome, allí estarás, acechante y protectora.
Acechante, protectora… y herida. La
eterna sacrificada. La eterna donante de sangre que devuelve a la tierra lo que
le hemos arrebatado a golpe de “progreso”. Tuya es la sangre que mana de la hybris del hombre - no del singular anér, sino del plural ánthropos, con persona o sin ella -, aunque lejos quedan ya los héroes que en ti
se refugiaron, y las batallas libradas espada en mano. Ahora las batallas son
múltiples y las armas cobardes. Tuya es la sangre del pecado que debes expiar
con tu sufrimiento. Tuya, de tus tres cabezas, porque un único animal no
bastaba para el sacrificio, porque todas las fuerzas ctónicas se deben a esta
misión, todas ellas deben volver a la Madre. Tu sacrificio, vuestro sacrificio,
será lo que nos salve, aunque la
Historia se empeñe en recordar a otros sacrificados, relegándote al triste
altar en el que te alzas hoy.
Hoy no me esperabas. Es demasiado
pronto, o demasiado tarde. Quizás un oráculo te aseguró que los cíclopes habían
acabado conmigo, o que mi barco había arribado a orillas más seguras. Hoy no me
esperabas, pero estás en el camino a Ítaca, pero no eres Ítaca. Eres más bien
uno de esos comedores de loto, ofreciéndome un fruto que me haga olvidar el
hogar, la promesa de un presente siempre feliz. Un presente feliz… un presente
sin futuro. Me desafías, con ese gesto indescriptible, me das a probar un
pétalo, uno solo, necesitas que siga navegando.
La próxima vez no serás tan
benevolente. La próxima vez no desaparecerá el hechizo. Mi máquina no podrá
detener este instante para volverlo eterno e inocuo. La próxima vez mis pies no
se moverán. Permaneceré para siempre estante, contemplando los sueños jamás
cumplidos, a ti, herida de muerte, agonizante quimera.
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Quimera de Arezzo Palazzo Vecchio, Firenze |
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