Una piedra. Un golpe. Sólo una, sólo uno. Gritos y murmullos.
Oscuridad y luz. Párpados que se abren. Siguiente secuencia: otra piedra – mano
1 – mano 2 sujeta mano 1. Tras la mano 2, unos hombros cubiertos por trapos.
Lágrimas. No las ve, pero están, no puede contenerlas. Es él. La prueba: aún
vive, no lo han matado, como a ella. Uno entre todos, uno y dual. El hombre que
actúa, el dios que resucita. Pero no hay un cielo para ella; vivirá de nuevo en
el desierto, rojo, sangrante, estéril.
El predicador del amor... No es amor lo que la ha
salvado. Lo sabe: no hay amor en esos ojos. En esos ojos no hay nada. Pero no importa. Nada importa ya.
Él vive aún, ella no ha muerto. No preguntará quién es en realidad. No
preguntará qué hay tras esos ojos perdidos, blancos, vacíos de voluntad.
Todos saben su nombre, nadie lo
conoce. Ella sí, ella es él. Su cuerpo que ya no es suyo, la divinidad en potencia que nada dotará de vida, el descanso por desmayo, el olvido con
la sangre de la tierra: tomad y bebed…
Él vive aún. Él vive en el
silencio. Sus ojos ya no están, sus espaldas se alejan. Ella lo sigue, lo
perseguirá, ha conseguido llegar a él. No lo necesita ya, su salvación ha
llegado. Otra vida comienza, otro papel. Mesías del mesías, divina para el
divino, cuidará sus pasos hasta que llegue a su destino, guardará sus sueños, quedará el beso para ella. Él descasará en paz mientras viva; el tormento vendrá tras la cruz y las espinas.
Mesías del mesías, divina para
el divino, cuidará sus pasos hasta el fin del camino. Porque el dios nunca llega
a tiempo, por (para) eso manda al hombre.
Tema propuesto por Laura: canción "Silk" de Wolf Alice.
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