El
día comienza con un chasquido, y luego otro, y luego otro. Miles de fosas
nasales aspirando el olor del primer café.
El suave
sonido de las zapatillas que se arrastran acaricia el lóbulo de la oreja mientras
se deja caer delicadamente en el tímpano, tras recorrer una a una las olas de
sus confines cartilaginosos.
El sol
aún no quema. Desde la ventana, y sin orden judicial, entra la brisa,
allanadora de moradas. El nuevo día trae consigo un nuevo aire, un nuevo oxígeno que llenará los pulmones de vida gaseosa.
Allá
fuera, los estorninos vuelan, dos gatos mantienen su primera pelea de la
jornada, el camión se lleva la inmundicia pasada.
Aquí,
en el refugio de azulejo, bebo a sorbos la calma humeante de la taza.
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