Luz. Es lo primero que veo al abrir los ojos. Demasiada luz, cegadora. Creo que mis ojos se están achicharrando. Intento impedirlo entre cerrándolos y parpadeando. En unos segundos ya puedo ver normal. ¿Dónde estoy? Ah, sí, la habitación. Aún no sé qué ha pasado ni quien soy. Sólo persiste el recuerdo de la flor. No hay sonidos, ni olor, sólo imagen. Esa imagen acabará por obsesionarme. Se oye la puerta. El mismo doctor de la última vez se aproxima de nuevo a la cama. Al menos de él sí que tengo recuerdos. Parece que alguien haya borrado de un plumazo toda mi vida anterior a cuando desperté en esta habitación. “Buenos días, señorita García. Me alegra ver que se ha despertado”. No dice nada más, se pone a mirar una tabla que ha sacado de los pies de mi cama. Eso debe de ser mi informe. Cuando pueda moverme me haré con él…Espera, ¿ha dicho García? Sí, estoy segura. Soy la señorita García. Quiero preguntarle qué va delante de ese apellido tan común pero, de nuevo, mis labios y mi garganta se niegan a ayudarme. Sólo puedo mirarle con gesto suplicante y esperar que lo entienda. Sin embargo, el doctor está demasiado enfrascado en la lectura del informe. De pronto, un pitido agudo y estridente irrumpe en la sala. Mi cabeza no lo recibe muy bien. En el tiempo que dura el sonido me parece que millones de agujas se clavaran en mi cerebro. El joven médico saca un cacharrito negro – creo que es a lo que llaman busca - y sale de la habitación murmurando algo así como “malditos accidentes, siempre tocan en mi guardia”. Se va. Cierra la puerta ignorando el estado de desesperación en que me abandona. Señorita ¿qué? García. Ahora, como si hubiera activado un interruptor en mi cabeza, recuerdo una larga retahíla de apellidos que vienen después de García. Es triste. Puedo recordar los apellidos d aquellos que vivieron antes que yo, pero no puedo recordar mi nombre, mi identidad. Por mucho que me esfuerce, mi nombre, mi oficio, mi familia… todo parece haberse borrado. Estoy empezando a pensar que no existo, que nunca he existido y que esa es la razón de mi completa falta de identidad. Me están entrando náuseas. Al menos esto excluye la posibilidad de ser un fantasma o estar en un sueño, porque los fantasmas y las ilusiones no sienten náuseas, ¿no? No, no lo creo. Me gustaría incorporarme. Desde aquí no veo casi nada. Intento moverme, pero cada vez que intento tensar un músculo parece que esté en el Infierno. Desisto. El intenso dolor de antes me ha dejado agotada. Se me cierran los ojos. Quiero esperar al doctor, pero me puede el cansancio. Tal vez cuando despierte de nuevo pueda averiguar quién soy. Vuelvo a rezar como la última vez, rogando tener una identidad cuando vuelva mi conciencia.
Esta vez, el fragmento me recuerda a la novela "la nausea" de Sartre, pero sin tanto victimismo y un poco menos de memoria...
ResponderEliminarVamos, que me gusta más tu relato.
Aunque esos sí, la señorita García me deja un pcoo con el corazón encogido.
Espero que pronto recuerde su identad.
A mi personalmente me recuerda a los pacientes del doctor Oliver Sacks en su libro"El hombre que confundio a su mujer con un sombrero". El un capitulo una mujer no identifica su cuerpo ni su propio yo.
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