Querido Heracles:
¿Qué tal? ¿Cómo te encuentras? Hace ya mucho que no me llegan noticias tuyas… y que no me preocupo por encontrarlas. Supongo que habrás realizado ese sueño tuyo de convertirte en un ciudadano “decente”, formar una familia y vivir esa vida tan normal que siempre ansiaste. Si es así, te felicito. Si he de serte sincera, creo que estoy empezando a ver las cosas del mismo modo que tú. Las sombras de la sociedad son fascinantes, pero el corazón también necesita luz, aunque sea esa luz falsa que alumbra a los ciudadanos de bien. Sin embargo, tú y yo sabemos que no podremos alcanzar tal luminosidad más que engañándonos a nosotros mismos, porque hemos sido nosotros mismos los causantes de esa falsedad en la que se mueve el mundo.
Te preguntarás, no sin razón, por qué vuelvo a coger mi estilográfica (la misma que nos regalaron hace diez años) para escribirte. Podría decirte que te echo de menos, que todo está muy vacío sin tu presencia, pero mentiría y ya sabes lo poco que me gusta engañar. ¡Yo! ¿Te lo puedes creer? ¡Alguien cuya vida y trabajo dependen únicamente de su habilidad para ocultar la verdad! Cuando pienso en lo sencillo que resulta convertir en rutina algo tan asqueroso como es la mentira…. Pero, ¿qué te estaba contando? ¡Ah, sí! Las razones por las que vuelvo a garabatear estos signos, que me resultan más inútiles por momentos. Como te decía, no es porque te eche de menos. Eso significaría que he demolido los muros que tanto me ha costado construir en estos tres años. No. Tal vez tu ausencia fuera el motivo de las cartas que te envié hace algún tiempo pero, definitivamente, no es el motivo de esta vez. Esta vez el motivo es la nostalgia. Nostalgia por aquel sentimiento que nos unía a todos hace años, y que nos hacía ser una gran familia… no, éramos más que eso; éramos una gran divinidad, un ser único e imparable, pero oculto a la vista de todos. Eso es lo que éramos hasta que, hace cuatro años, algo hizo “crack” y todo se desplomó. La bala que atravesó el corazón de Ícaro atravesó también el corazón de nuestra unión. Todos tuvimos entonces que enfrentarnos a nosotros mismos. Tú dejaste de hablar y, cuando volviste a hacerlo un año más tarde, fue para anunciar que abandonabas la UCC. A veces, cuando necesitabas comunicarte, me escribías cartas que deslizabas un uno de mis bolsillos. Yo, que tampoco he sido nunca muy habladora, empecé a recitar monólogos intentando así comprenderte y ayudarte al mismo tiempo que me comprendía y ayudaba a mí misma. Supongo que eso fue lo que me salvó de la perdición, aunque no del todo. Debes saber que, después de Ícaro, mi corazón no ha sido capaz de volver a enamorarse, ni siquiera de poder abrirse a nadie que no fueras tú, y eso que hace ya más de un año que no te escribo. Sileno se decantó por el alcohol, y Ulises desvió toda su rabia a trabajar mejor y velar por nosotros. Edipo fue el único incapaz de asumirlo, si es que alguno de nosotros lo fue en algún momento. Como tú, acabó dejando la UCC y se fue de viaje, pensando quizás que podría huir de la desesperación, pero nadie puede huir de sí mismo. Lo único que sé de él desde entonces es que lo ingresaron, tras tres intentos de suicidio (ni eso le permitió cumplir su mala suerte), en un psiquiátrico americano.
En fin, aún no te he dicho la razón de esta carta. La verdad es que ahora me parece una tontería. El otro día, mientras mataba el tiempo paseando por un parque, vi a varios niños jugando a policías y bandidos. Ninguno de ellos quería ser el malo hasta que, resignados, dos de ellos aceptaron encargarse de “delinquir”. Todo ello me recordó cómo empezó esto. Me vi, de repente, leyendo la carta del Gobierno ofreciéndome un nuevo puesto, mejor pagado e “imprescindible para el Estado”, en una unidad pionera: la Unidad de Crimen Controlado. Yo, que en aquellos tiempos era una joven exaltada a la que no le importaba hacer cualquier cosa con tal de servir a su país, acepté el cambio de puesto a pesar de lo amenazador del nombre de la sección. Recuerdo aún el primer día. Todos nos mirábamos, analizándonos mutuamente, henchidos de orgullo por haber sido elegidos para aquel proyecto. Nosotros aseguraríamos la estabilidad política y social haciendo todo lo contrario a la policía. Éramos el peso que equilibraba la balanza del bien y del mal, el polo negativo de la batería de la justicia. No puede haber bien si no hay mal. Demasiada calma puede hacer que la gente comience a pensar por sí misma, y esto no les conviene a los políticos. Nosotros nos encargaríamos de que la gente no tuviera esa calma tan inconveniente. Robos, asesinatos, fraudes fiscales,… creo que no hay delito que no haya cometido. Sin embargo, al igual que entonces, mi obligación es sonreír todas las mañanas y decir que soy secretaria en el ministerio si alguien me pregunta. Si alguien escuchara todo lo que he hecho, lo que he tenido que hacer, se horrorizaría y se taparía los oídos negándose a creer que nuestra unidad es un mal necesario para el bienestar de todos.
Sí, somos un mal necesario, pero el malo también se cansa de serlo siempre. Hace falta que, después de las tinieblas, aparezca un rayito de luz. Tal vez acertaste renunciando bajo juramento (y amenaza de muerte) de no decir nada sobre el proyecto de la Unidad de Crimen Controlado. Tal vez era la mejor opción pero dime, ¿eres feliz? ¿No te asaltan por las noches pesadillas en las que eres juzgado y sentenciado a la tortura divina? Dios puede perdonar, pero para nosotros es demasiado tarde. Estamos más cerca del Infierno que del Cielo. Somos como aquel mesías que murió por la humanidad, con la diferencia de que nosotros no somos hijos de Dios, ni mártires de la religión. Somos humanos, unos simples y llanos seres humanos que jamás serán agradecidos en vida ni perdonados en muerte. Tú te fuiste a formar una familia. Yo no soy tan fuerte. Creo que nunca seré capaz de dejar el pasado atrás. Ahora que han entrado nuevos miembros que podrán hacerse cargo de todo junto con Ulises. He decidido seguir el ejemplo del pobre Edipo, aunque espero tener mejor suerte en la empresa. Me reuniré con Ícaro esté donde esté. En la eternidad tendré tiempo, entre tortura y tortura, de decirle todas las palabras que no pude (o no me atreví) cuando aún estaba con nosotros.
Si has llegado a leer toda la carta, habrás comprendido que esto es una despedida, pero no te preocupes, si hay algo después de la muerte, sólo hay un sitio al que podamos ir nosotros. Deseo (de verdad lo deseo) que consigas encontrar el reposo que yo no pude hallar y vivas feliz hasta el día en que nos volvamos a ver en el otro lado, tras Cancerbero, en lo más oscuro del mundo de los muertos.
Hasta entonces,
¡Dios mio! Me ha encantado la carta. Que en el fondo la interpreto como una carta de amor.
ResponderEliminarHas hecho un retrato estupendo de Sémele.
La idea de la Unidad del Crimen Controlado me ha parecido muy buena. Bien mirada tiene mucho sentido, aunque por nuestro bien espero que no exista... :)
Me encantará leer la continuación del relato (porque continua, ¿no?)
¿Contestará Herácles? ¿Qué ha pasado con él?
Un beso