La
vista fija en la caja que el mensajero acaba de dejar. Se lo ha encontrado de
frente, cuando salía hacia el cine a ver una de esas películas insulsas que invaden la cartelera de todo el país. Un “firme aquí” y la caja es suya. Aquella
caja de remitente desconocido, unas siglas misteriosas que la desafían a
abrirla, a liberar, como la griega, los males que de ella puedan salir.
Con
cuidado y precisión de cirujano corta la cinta adhesiva que se encarga de
conservar aquel micro-universo cerrado. El paralelepípedo se le antoja un dado
que con crueldad rueda y rueda sin llegar a decidir un número, dejando en
suspenso la emoción y el destino…hasta que la abre, el dado se posa por fin, su
alma vuelve a la fría tierra.
Introduce
sus manos en el cofre misterioso, sacando un viejo reproductor con una cinta de cassette. “¿Funcionará?”. La enciende.
Los acordes de un viejo tango escapan entonces del aparato, se escurren entre
sus conductos auditivos y atrapan, atan y paralizan su corazón. Una sacudida,
la sangre huye de su cabeza, se siente morir, no, peor, se siente revivir una
antigua canción, una historia ya olvidada, escondida en los pliegues del
tiempo.
El
tango suena y sus manos, temblorosas, buscan ya la segunda calamidad, el
segundo mal que de esa caja maldita ha de escapar. Un boleto de feria sale a la
luz. En su cabeza, unas palabras que desearía no haber escuchado nunca, el terrible augurio de un futuro que jamás debió existir: “mira, voy a conseguir
el oso aquel tan grande, soy capaz de acertarle a un mosquito en el ojo, ya
verás”. El oso había permanecido por un tiempo en su cama, velando por ella,
pero hace tiempo que descansa entre los trastos viejos que han sido expulsados
al exilio, sin posibilidad de renacer o morir del todo, en una suerte de limbo
de los recuerdos.
Se
asoma al abismo una última vez, un último objeto aguarda en el fondo. Doblado,
plegado en un mullido ejercicio de origami se encuentra el chal, su chal, aquel
chal…Un tren a punto de partir, un beso que acabó demasiado pronto, una despedida
entre súplicas y promesas. No te vayas, no llores, te esperaré, volveré,
renuncia, no puedo, sí puedes, ¿y qué haríamos?, ¿y qué haremos si no vuelves?,
no digas eso, lo digo porque es cierto… Un gesto rápido y ya no lleva el chal,
ahora pende de su cuello. “¿Ves? Te lo devolveré cuando regrese, te lo
prometo”. “Te lo prometo” susurra para sí. El tango acaba sus acordes, el chal
está ahora roído por el tiempo y las polillas, pero está. Todo queda quieto, en
silencio, todo permanece expectante.
Por
sus ojos pasan los miles de recortes de periódico, las noches sin dormir, los
días sin levantarse, los gritos, los silencios, la espera y la desesperación. La
esperanza, minada con cada telediario, había acabado por claudicar, al miedo
primero, después a la resignación y el olvido. Durante meses, con los ojos
enrojecidos y la cara hinchada, había luchado en otro desierto, en otra batalla de la misma guerra. Durante meses, una parte de ella había viajado a
tierras lejanas y la otra parte había continuado, con tesón, con la
determinación de quien espera, pero no aguarda.
Pasó mucho tiempo hasta que volvió el calor del hogar. Demasiado tiempo... la
caja. ¿De dónde viene? Deja el chal al lado y se abalanza sobre la caja. Las
manos, frenéticas, buscan el documento del remitente. ¡La dirección! ¿Dónde?
Aquí. Nombre. Dirección. Un guion. Nada.. ¡Nada! No es posible, pero es, ¡es!,
no deja de ser, el silencio, el vacío, el desconocimiento, el sí pero no, el
plasma en que flota la existencia de quien no se sabe si vive o muere. Es la
media vida de quien ha cumplido media promesa...
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