De las diferencias que existen en
las diferentes lenguas para expresar un mismo concepto, podrían escribirse un
número infinito de volúmenes infinitos… y aún quedaría para siempre como
una obra inacabada, en continua reescritura, con otro interminable número de
volúmenes complementarios.
De algunas de estas diferencias
nos damos cuenta enseguida; son ásperas, duras, testigos de las diferencias más notables entre culturas. Por ejemplo, es muy evidente que (una
de las estructuras más temidas en las clases de inglés de cualquier centro de
enseñanza media) having my hair cut
comprende una vida en sociedad, una suposición de que hay alguien más que tiene
que realizar el trabajo, y que el triste cortarme
el pelo, vuelve a quien hace posible que se obre el milagro o la condena
en invisible (con esto de la invisibilidad podríamos escribir buena parte de
esos volúmenes infinitos), y convierte a la persona que sencillamente “se deja
hacer” en el centro de la acción, responsable indiscutible del resultado,
pasando de paciente a agente sin más esfuerzo que el cambio de idioma.
Hay otras diferencias más
sutiles, que pasan desapercibidas hasta que no nos zambullimos en otra
realidad. Así, lejos, con la lengua hermana italiana, te puedes encontrar
pensando, en un momento de debilidad imprevista, sobre la diferencia entre echar de menos y mancare.
Echar
de menos,
expresión lánguida y romántica donde las haya, mitificada hasta la arcada,
designa un estado permanente de nostalgia, un hundimiento casi patológico del
ánimo y el ánima (no hay género inmune a esta infección). El culpable de este
naufragio continuo es el propio sujeto, que padece una acción fuera de su
control y se sumerge en un laberinto del que no puede salir.
Mancare, más sintética, precisa, nos traslada a
una situación completamente opuesta. El sujeto no es un náufrago sin brújula,
sino aquel que no está, que falta.
Estas tres sílabas designan ese momento en que querrías dirigirte a alguien,
hablarle, compartir un estúpido detalle que le haría sonreír… pero no está.
Este término maldito no impone un continuum,
es un vacío momentáneo; abismal, pero pasajero. Es una desaparición, un ¡ay! que
te agarra la garganta y que espantas tragando saliva como si fuera el whisky que querrías beber para olvidar.
Por fortuna, mancare tiene dos ventajas evidentes sobre echar de menos. La primera, clara, es que no es permanente, ni nos
hace culpables de la tristeza, sino víctimas de otra voluntad sobre la que
ningún poder tenemos.
La segunda ventaja, menos evidente quizás, es que este
trisílabo, al contrario del castellano, permite invertir la situación. El paciente
puede retomar las riendas de su vida, ser responsable de sí mismo, de su ánima
y su ánimo, pasar de objeto a sujeto... ¡todo un empoderamiento lingüístico!
Cualquier mancare se termina con un andare
a trovar.
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