“Central,
aquí unidad 93B. Solicito respuesta. Central, ¿me reciben?” “Hola, unidad 93B. Por favor, envíe su
localización. - click - Gracias. Una nave de salvamento llegará en 200 días. Por favor, no apague su
rastreador.”
Miro el
contador de tiempo: han pasado 247 días terrestres desde que contacté por
primera vez con la Central Aeroespacial. Siempre el mismo mensaje, siempre la
misma estimación. Empiezo a pensar que la central ya no existe, que la Tierra
ha sucumbido al fin, que recibo un mensaje grabado, tan perdido en el espacio
como yo.
247 días de
rigurosa casi-inactividad. Paso las noches, más cortas a medida que el sueño se
vuelve más largo, buscando Orión. Allá en el planeta base, en la pálida y acaparadora Gaia, todo hablaba de Orión. El cazador y el perro se infiltraban en las
conversaciones de la misma manera que exploraban los bosques. En cada historia, cada película, cada canción,
cada poema, el puñetero Orión era la aguja que señalaba al norte espacio-emocional.
El maldito cazador nos llevaba de rebaño pastoreado por el Can Mayor.
Pero aquí no
existen películas, ni canciones, ni poemas. No recuerdo ninguna de estas cosas.
A veces, en las largas horas de sueño que constituyen el intervalo entre
llamada de auxilio y llamada de auxilio, me parece recordar algo, lejano y
difuso. Me parece intuir algo entre la niebla del inconsciente, que huye entre sombras,
que se resbala entre los dedos de lo onírico, y desaparece definitivamente con
el despertar. El vacío y la desolación son absolutos.
Pero hay algo
peor, mucho peor que las historias que escapan a mis axones. No han sido pocas
las veces en que me he encontrado buscando al arquero sin encontrarlo,
intuyéndolo entre las estrellas, que se desdoblan, se desdibujan, parpadean
todas a la vez. Miro sin ver, observo sin comprender. No puedo, me agito, el
aliento se corta, siento el corazón bombeando con fuerza, parece a punto de
estallar dentro del traje espacial.
Orión…
Maldito Orión… Puto Orión de mierda. Todas las canciones hablan de Orión, pero
se olvidan de que Orión no existe cuando te encuentras en mitad del vacío
espacial. No existe: el cazador es un espejismo. Aquí no hay norte ni sur,
arriba o abajo… lo único que se ve es la nada. La amplia y vasta nada, que
engulle a cualquier astronauta que caiga en sus redes, que esperará siempre un
rescate que llegará en 200 días.
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