Silencio. Quietud. El viento sopla, nada
se mueve, nada se atreve a romper la
momentánea paz que reina en el campo convertido en tablero de ajedrez. Las
fichas han invertido su orden. A la vanguardia van los reyes, altivos,
poderosos, valientes y furiosos. Junto a ellos, las damas portan las insignias
de cada bando. Acompañarán a sus señores, los protegerán, dotarán a todos los
guerreros de una poderosa defensa: su identidad frente el otro. Los alfiles
avanzan, serios y elegantes, expertos en esquivar los proyectiles que contra
ellos lancen desde el lado de sus contrarios. Los caballos bufan y rebufan,
conteniendo su ira hasta que llegue el momento en que puedan saltar sobre los
cadáveres de sus enemigos. Las torres, sólidas, avanzarán rectas, sin
detenerse, hasta que acaben con todo cuanto encuentren. Por último, los peones,
los ejércitos de anónimos soldados que respaldan a los monarcas en una batalla
que no han decidido, que no es suya, siguiendo las insignias que ya sus padres
siguieron a empresas cuyo origen se pierde en el principio de los tiempos. No
es su guerra, pero es su batalla.
El viento se embravece, ha llegado la
tormenta. En esta partida no hay turnos ni honor. Las armas brillan y truenan,
llenando el espacio con sus rugidos. La primera línea avanza, implacable. Los
peones caen sabiendo que otros les reemplazarán. No todos llegarán al final,
pero avanzan juntos, como una única mente, siempre adelante. De pronto, uno de
ellos escapa al pelotón, se convierte en un organismo independiente… y eso es
peligroso. La batalla continúa, con esta ficha de más, a la que observan
expectantes el resto de peones. El pequeño combatiente se alza por fin en mitad
de su bando, al tiempo que su dama desaparece. El caos se ha adueñado del campo
de batalla. Uno de los bandos se ha perdido, no distingue enemigo de aliado.
Nada los une ya. Un rey acorralado intenta recuperar las insignias, y con ellas
a su corte. Esfuerzo inútil, debe rendirse, bajar, convertirse en peón y
entregarse a una muerte rápida y cruenta…
No hay nada que temer, es el mundo de los
mil reyes: cada día se erigen nuevos monarcas, cada día dos ejércitos se baten
en duelo, cada día mueren un solo rey y miles de peones.
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