sábado, 28 de enero de 2017

Partida de ajedrez

Silencio. Quietud. El viento sopla, nada se mueve, nada se atreve a romper la momentánea paz que reina en el campo convertido en tablero de ajedrez. Las fichas han invertido su orden. A la vanguardia van los reyes, altivos, poderosos, valientes y furiosos. Junto a ellos, las damas portan las insignias de cada bando. Acompañarán a sus señores, los protegerán, dotarán a todos los guerreros de una poderosa defensa: su identidad frente el otro. Los alfiles avanzan, serios y elegantes, expertos en esquivar los proyectiles que contra ellos lancen desde el lado de sus contrarios. Los caballos bufan y rebufan, conteniendo su ira hasta que llegue el momento en que puedan saltar sobre los cadáveres de sus enemigos. Las torres, sólidas, avanzarán rectas, sin detenerse, hasta que acaben con todo cuanto encuentren. Por último, los peones, los ejércitos de anónimos soldados que respaldan a los monarcas en una batalla que no han decidido, que no es suya, siguiendo las insignias que ya sus padres siguieron a empresas cuyo origen se pierde en el principio de los tiempos. No es su guerra, pero es su batalla.

El viento se embravece, ha llegado la tormenta. En esta partida no hay turnos ni honor. Las armas brillan y truenan, llenando el espacio con sus rugidos. La primera línea avanza, implacable. Los peones caen sabiendo que otros les reemplazarán. No todos llegarán al final, pero avanzan juntos, como una única mente, siempre adelante. De pronto, uno de ellos escapa al pelotón, se convierte en un organismo independiente… y eso es peligroso. La batalla continúa, con esta ficha de más, a la que observan expectantes el resto de peones. El pequeño combatiente se alza por fin en mitad de su bando, al tiempo que su dama desaparece. El caos se ha adueñado del campo de batalla. Uno de los bandos se ha perdido, no distingue enemigo de aliado. Nada los une ya. Un rey acorralado intenta recuperar las insignias, y con ellas a su corte. Esfuerzo inútil, debe rendirse, bajar, convertirse en peón y entregarse a una muerte rápida y cruenta…

No hay nada que temer, es el mundo de los mil reyes: cada día se erigen nuevos monarcas, cada día dos ejércitos se baten en duelo, cada día mueren un solo rey y miles de peones. 


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