domingo, 24 de diciembre de 2017

La Odisea

La guerra, la muerte, el vacío, la incertidumbre...  se nos educa en la tristeza y la tragedia. Empatizamos ante lo tremendo, nos impregna esperando una cerillita que lo haga explotar. Nos advierten: “cuidado, la historia que estás a punto de conocer es dura”, y allá que nos lanzamos, impacientes por explorar el fondo de nuevos pozos. Incluso el humor lo basamos en lo trágico, lo irónico, lo sádico. Nos emocionamos ante el dolor ajeno y lo hacemos nuestro, lo sufrimos o lo ridiculizamos; si no somos capaces de realizar ninguna de estas acciones, sencillamente lo ignoramos. Sabemos actuar, estamos preparados, nada podrá con nosotros, los aventajados norteños al oeste de los Urales.

La felicidad, por algún motivo, es más difícil de reconocer y transmitir... mucho más compleja de afrontar. Suele presentarse de forma inesperada, por la espalda, a traición y sin avisar.

Un alma perdida - ¿y cuál no lo es? - puede encontrarse en su regreso a Ítaca con muchas batallas, muchas Calipsos, muchos “lugares de la felicidad”. Hay islas, lugares, manjares, personas, cuya magia penetra e invade todos los sentidos, se extiende una ola de calidez desbordada que ata los nervios, que no nos deja ir, rompe el casco de leño y nos impide el regreso.

Estamos perdidos: abandonamos la nave y partimos en el naufragio de la dicha. Nada fue ni será. El loto convierte los pliegues de Cronos en un continuo presente, una balsa que se mueve sin avanzar.

Muy hábil ha de ser la mano al timón para virar en el momento exacto, para no plantar batalla, para permitirse una sonrisa grande, sincera e irrefrenable, aprovechar los vientos cálidos y seguir navegando. Muy hábil ha de ser para adueñarse de la llama sin quemarse, guardarla en el cofre junto a la brújula, y sacar la lucerna en los oscuros recovecos del regreso...

sábado, 9 de diciembre de 2017

Orión

“Central, aquí unidad 93B. Solicito respuesta. Central, ¿me reciben?” “Hola, unidad 93B. Por favor, envíe su localización. - click - Gracias. Una nave de salvamento llegará en 200 días. Por favor, no apague su rastreador.”
Miro el contador de tiempo: han pasado 247 días terrestres desde que contacté por primera vez con la Central Aeroespacial. Siempre el mismo mensaje, siempre la misma estimación. Empiezo a pensar que la central ya no existe, que la Tierra ha sucumbido al fin, que recibo un mensaje grabado, tan perdido en el espacio como yo.
247 días de rigurosa casi-inactividad. Paso las noches, más cortas a medida que el sueño se vuelve más largo, buscando Orión. Allá en el planeta base, en la pálida y acaparadora Gaia, todo hablaba de Orión. El cazador y el perro se infiltraban en las conversaciones de la misma manera que exploraban los bosques. En cada historia, cada película, cada canción, cada poema, el puñetero Orión era la aguja que señalaba al norte espacio-emocional. El maldito cazador nos llevaba de rebaño pastoreado por el Can Mayor.
Pero aquí no existen películas, ni canciones, ni poemas. No recuerdo ninguna de estas cosas. A veces, en las largas horas de sueño que constituyen el intervalo entre llamada de auxilio y llamada de auxilio, me parece recordar algo, lejano y difuso. Me parece intuir algo entre la niebla del inconsciente, que huye entre sombras, que se resbala entre los dedos de lo onírico, y desaparece definitivamente con el despertar. El vacío y la desolación son absolutos.
Pero hay algo peor, mucho peor que las historias que escapan a mis axones. No han sido pocas las veces en que me he encontrado buscando al arquero sin encontrarlo, intuyéndolo entre las estrellas, que se desdoblan, se desdibujan, parpadean todas a la vez. Miro sin ver, observo sin comprender. No puedo, me agito, el aliento se corta, siento el corazón bombeando con fuerza, parece a punto de estallar dentro del traje espacial.

Orión… Maldito Orión… Puto Orión de mierda. Todas las canciones hablan de Orión, pero se olvidan de que Orión no existe cuando te encuentras en mitad del vacío espacial. No existe: el cazador es un espejismo. Aquí no hay norte ni sur, arriba o abajo… lo único que se ve es la nada. La amplia y vasta nada, que engulle a cualquier astronauta que caiga en sus redes, que esperará siempre un rescate que llegará en 200 días. 

jueves, 23 de noviembre de 2017

Mancare

De las diferencias que existen en las diferentes lenguas para expresar un mismo concepto, podrían escribirse un número infinito de volúmenes infinitos… y aún quedaría para siempre como una obra inacabada, en continua reescritura, con otro interminable número de volúmenes complementarios.
De algunas de estas diferencias nos damos cuenta enseguida; son ásperas, duras, testigos de las diferencias más notables entre culturas. Por ejemplo, es muy evidente que (una de las estructuras más temidas en las clases de inglés de cualquier centro de enseñanza media) having my hair cut comprende una vida en sociedad, una suposición de que hay alguien más que tiene que realizar el trabajo, y que el triste cortarme el pelo, vuelve a quien hace posible que se obre el milagro o la condena en invisible (con esto de la invisibilidad podríamos escribir buena parte de esos volúmenes infinitos), y convierte a la persona que sencillamente “se deja hacer” en el centro de la acción, responsable indiscutible del resultado, pasando de paciente a agente sin más esfuerzo que el cambio de idioma.
Hay otras diferencias más sutiles, que pasan desapercibidas hasta que no nos zambullimos en otra realidad. Así, lejos, con la lengua hermana italiana, te puedes encontrar pensando, en un momento de debilidad imprevista, sobre la diferencia entre echar de menos y mancare.
Echar de menos, expresión lánguida y romántica donde las haya, mitificada hasta la arcada, designa un estado permanente de nostalgia, un hundimiento casi patológico del ánimo y el ánima (no hay género inmune a esta infección). El culpable de este naufragio continuo es el propio sujeto, que padece una acción fuera de su control y se sumerge en un laberinto del que no puede salir.
Mancare, más sintética, precisa, nos traslada a una situación completamente opuesta. El sujeto no es un náufrago sin brújula, sino aquel que no está, que falta. Estas tres sílabas designan ese momento en que querrías dirigirte a alguien, hablarle, compartir un estúpido detalle que le haría sonreír… pero no está. Este término maldito no impone un continuum, es un vacío momentáneo; abismal, pero pasajero. Es una desaparición, un ¡ay! que te agarra la garganta y que espantas tragando saliva como si fuera el whisky que querrías beber para olvidar.
Por fortuna, mancare tiene dos ventajas evidentes sobre echar de menos. La primera, clara, es que no es permanente, ni nos hace culpables de la tristeza, sino víctimas de otra voluntad sobre la que ningún poder tenemos.
La segunda ventaja, menos evidente quizás, es que este trisílabo, al contrario del castellano, permite invertir la situación. El paciente puede retomar las riendas de su vida, ser responsable de sí mismo, de su ánima y su ánimo, pasar de objeto a sujeto... ¡todo un empoderamiento lingüístico!

Cualquier mancare se termina con un andare a trovar.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Primavera

Es primavera y caen las hojas. Es primavera y los árboles son polvo. El asfalto, ceniza; el aire, veneno. La primavera ha llegado, eso anuncian los medios, eso marca el calendario.
El verano es rojo, incandescente, cruel. No hay piedad para los débiles, compasión para los desamparados, gracia para los desdichados. Rojo es, como el cruel chacal, como el líquido de vida y muerte, como la granada es roja.
Amarillo, marrón, la guadaña cosechando la vida que se le debe. Hace mucho que esta vida desapareció de los campos, yermos, secos, estériles. No, hoy se paga con otra moneda. Marte, de nuevo, abandona los campos y se sacia de hombres.
Luego: silencio. Silencio azul, mortecino… seco. Como en un desierto, espejismos de nubes aparecen a lo lejos avanzando, de puntillas, sin ruido, sin sombra. Silencio maldito, miradas al cielo. Nada cae, Tinia, el dios de los tres rayos, ¿dónde estás?
El calendario lo marca, lo anuncian los medios, ha llegado la primavera. Veneno es el aire, ceniza el asfalto, polvo los árboles: es primavera. Caen las hojas en primavera.
La granada, la muerte y la vida, el chacal… rojo. La desdicha agraciada, el desamparo compasivo, la débil piedad. Cruel, incandescente, es el rojo del verano.
No hay hombres en los campos, solo Marte. Con monedas pagan otra vida, una no-vida. Infértiles, deshidratados, desiertos, los campos muertos. Deuda seminal, la guadaña torna el oro negro.
Muerto está Dios, uno, todos. El cielo observa; maldito silencio. Las sombras, los ruidos, las nubes: espejismos. Seco, mortal, mudo, azul. Silencio.


Es primavera. 

domingo, 29 de octubre de 2017

Seis minutos y cincuenta y cinco segundos

El mundo se acaba con una muñeca rota. Concretamente, la mejor muñeca astronauta de todos los tiempos. Es fácil adivinar el apocalipsis: comienza con un silencio, luego una revolución de núcleos fusionándose in crescendo, un silencio de contracción del espacio-tiempo y, por fin, la explosión de una supernova en forma de llanto desconsolado.
Cuando acudimos al lugar de los hechos, la escena del crimen se presenta desgarradora. La culpable, de ocho años y tres meses de edad, lanza balbuceos bañados en ríos que descienden mejilla abajo para caer en forma de catarata a un suelo en el que ya puede advertirse un cierto perímetro de humedad. Frente a ella, callada, con la mirada perdida, está su antítesis de siete años y ocho meses. En sus manos, el cadáver de la muñeca yace partido en dos.
Nos miramos, comienza el interrogatorio. “¿Qué ha pasado?” “Que…que…quería mi muñecaaaa” Negación de cabeza. “Es…míaaaa… Lahizomimamáesmíaaaaa”. Nada.
Es cierto que la hice yo, y que el padre de Penélope había creado su correspondiente “mejor muñeca exploradora de todos los tiempos”. Aquellas muñecas eran las mejores del mundo. Cada una parecida en detalle a su dueña – sus ricitos, sus lunares, su expresión (yo me las había visto y deseado para conseguir unos simpáticos hoyuelos) – y, lo más importante, cada una era una promesa doble.
Que nos conociéramos fue una broma del destino, que a cargo de cada uno hubiera una pequeña criatura, una coincidencia maravillosa… en principio. Después de mucho tiempo, y solo cuando parecieron estar preparadas, nos hicimos todos una promesa: las niñas tendrían que aprender que no son hermanas solamente quienes comparten sangre, también quienes comparten hogar; nosotros, que las apoyaríamos y las querríamos siempre, a las dos. Como sustitución de una pipa de la paz, nos intercambiamos a las modelos y las hicimos como quisieron: Medea, una piloto exploradora; Penélope, una astronauta– volar, porque ambos esperábamos que no fuera huir, era algo que ambas parecían anhelar.
Los problemas no habían desaparecido, no existen las pócimas mágicas. Las batallas seguían aconteciendo, cada vez más espaciadas, cada vez menos terribles, menos de enemigas y más de hermanas. Todas las aguas parecían volver a unos nuevos cauces, abiertos con nuestro sudor pero imprevisibles en su transcurrir, por los que conseguíamos avanzar. Ninguna señal de peligro a la vista… hasta hoy. Hoy se ha producido un asesinato. Romper una de Las Muñecas no es un mero acto de rabia, es una declaración. Es la negación de un padre y el asesinato de una madre. “Yo no tengo padre porque es tuyo, tú no tienes madre porque es mía”. Es la ruptura de un mundo cotidiano, su mundo. La supernova ha quebrado todas las dimensiones, ha hecho añicos su mirada.
No nos hemos movido, no hemos pronunciado palabra; no hemos podido.

Hace quince minutos las lágrimas de Medea cesaron. Hace catorce minutos y medio las dos niñas se miraron y se sumergieron, por primera vez, en la soledad de la otra. Hace trece minutos Penélope asintió lentamente, se levantó – siempre muda, la mirada intermitente – con una mitad de la muñeca en cada mano y se fue en dirección al cuarto de Medea, que no la retuvo, que permaneció a la espera. Hace diez minutos volvió con la exploradora entre las manos, entre los restos de la astronauta, y unas tijeras entre los dientes. Hace ocho minutos Medea observó en absoluto silencio cómo la astronauta convertida en cirujana cortaba a su muñeca en dos. Hace siete minutos nos entregaron a cada uno una mitad de cada muñeca y señalaron el armario donde permanecen, en el más absoluto caos, los “hilos para hacer muñecas”. Hace seis minutos y cincuenta y nueve segundos comprendimos que no habíamos comprendido. Hace seis minutos y cincuenta y ocho segundos comenzamos a llorar. Hace seis minutos y cincuenta y cinco segundos (seis, siete, ocho…) su musa y la mía se dieron la mano, encendieron la tele, y aún siguen sin hablar.

Tema propuesto por Eduardo: su musa y la mía se dieron la mano, encendieron la tele, y aún siguen sin hablar.

miércoles, 11 de octubre de 2017

De ires y venires

Italia es esa tierra, no patria sino propia, a la que nunca se “va”, siempre se “vuelve”. El viaje a Italia es siempre un reencuentro con esa parte irracional, escondida, desconocida, de nuestro romántico cerebro occidental. Volver a tierras italianas es siempre volver a la Madre que está, como están las madres, cada vez mayor, cada vez con encantos diferentes.
Italia es ese país por el que pasa el tiempo, al que resiste con uñas y dientes, estancado en un bello pasado que ya no existe. El ladrillo agujereado llena sus calles, y hasta sus iglesias se muestran ahora desnudas. Ningún mármol ha sobrevivido, el grandioso blanco ha sido sustituido por el marrón del pueblo. Los palazzi, antes llenos de vida, están ahora repletos de vacío y eco. A lo sumo, si te sumerges lo suficiente en este país de los sueños olvidados, verás a una triste funcionaria ocupando el espacio que sin duda antes estaba reservado a lujosos muebles y no menos opulentos huéspedes.
Y no es en vano, pues esta funcionaria es capaz de obrar los más maravillosos milagros no reconocidos por el Vaticano. Si América es la tierra de las oportunidades, Italia lo es de las soluciones. Todo tiene solución, porque siempre hay tiempo para todo. Es, eso sí, una solución lenta, costosa, nunca aquella que imaginaste, ni siquiera la que imaginaba el ser apostado al otro lado del ordenador. “Piano piano si va lontano” es el lema patrio, acortado en forma de mantra por las pobres víctimas que deambulan en oficinas y secretarías, perdidas, asustadas, de mirada desquiciada, con un sentimiento de incertidumbre que no pueden calmar más que respirando y repitiéndose: piano piano… piano piano… piano piano…
Los conocimientos lingüísticos se transforman en consonancia con el entorno: “ecco!” suena a “¡milagro!”, y “a posto!” quiere decir que debes ir inmediatamente a encender una vela a la parroquia más cercana. “Vuoi un caffè?” es la muestra inmediata más cálida de aceptación, permanente o temporal, en contraposición a “scusa!” que deviene una orden, acompañada siempre de un gesto de desdén que puede sumergir a la desprevenida extranjera en el subsuelo de la dignidad. Toparse con el sistema burocrático italiano es una terapia de desarrollo del arte de la paciencia mayor que pasar diez años en un templo budista (a día de hoy, sigo convencida de que al propio Dalai Lama se le borraría la sonrisa si pasara tan solo media hora solicitando un permiso).
Pero Italia no es solo su malvada burocracia, escondida en sus guaridas reverberantes. Italia son sus gentes (las humanas, fuera de cualquier administración oficial), siempre – o casi – prestas a darte conversación, a guiarte, a acogerte, a hacer gala de esa hospitalidad tan reclamada para los países del sur de Europa. Malo es si no se te abren las puertas de una cocina: o has dado con una mala persona, o la mala persona eres tú.
Porque el corazón de Italia reside no en los grandiosos palacios, sino en sus cocinas. Es una tierra hecha de olores, de texturas, y sobre todo de sabores. Todo es sabroso, todo evoca a todos los campos y mares. Entrar a una cocina italiana es saber (como se sabe en la cocina de cualquier abuela, como se sabe en la cocina de la casa de tu infancia) que no importa si tienes los mismos ingredientes: nunca, jamás, en ningún universo conocido, conseguirás recuperar ese sabor.

Porque Italia son los sabores, y el recuerdo de los sabores. También es el recuerdo de sus calles. Porque probarlos y pasearlas es un deleite, una experiencia fuera de lo común. Pero recordarlos… ¡recordarlos es una experiencia cercana a la apoteosis! Y es entonces, en ese recordar, cuando te das cuenta de que no estabas “fuera de casa”: te “fuiste” de Italia, y allí es donde has de “volver”.

domingo, 24 de septiembre de 2017

El exilio de "Las Diez Mil"

Diez mil. Diez mil páginas concienzudamente mecanografiadas descansaban al fin junto a la máquina de escribir. Está bien, quizás no fueran diez mil, pero eran muchas, que venía a ser lo mismo. A cualquiera que mirara ese inédito montón le parecería lo mismo - acompañando, claro, una lánguida mirada con un resoplido de desgana.

Sí, era “la mejor novela que escribiría nunca”. Sí, la crítica la ensalzaría como “la novela del año” (otra más). Hordas de fieles iniciarían su peregrinación a la librería más cercana, entregarían el recorte de periódico manoseado, observarían con estupefacción y temor el dichoso tomo – “pero… ¿tan gordo es?” – y lo volverían a dejar disimuladamente (como quien apoya el periódico y lo abandona descuidadamente) en cualquier lugar que tuvieran más a mano, quedando los centros de distribución de riqueza literaria como un campo de minas donde nunca sabes dónde puede aparecer uno de los ejemplares malditos. No, nadie la compraría. O peor, la comprarían pero no la leerían - mucho dudaba de que ni siquiera quien había de causar tales catástrofes la leyera. Las librerías de segunda mano quedarían inundadas por ejemplares que sólo habrían conocido el calor humano en los breves segundos en que una mano los colocara en un mostrador. Los más afortunados recibirían una segunda caricia cuando alguien los sacara de una bolsa para colocarlos en una estantería destinada a ser su residencia permanente.

No podía publicar aquel cadáver, el fantasma de los best sellers pasados se aparecería para recordarle para qué se había metido en aquel mundo extraño y ajeno. Vería a la personita que pensaba “de mayor, nadaré en billetes... ya lo veréis”; reviviría los talleres de escritura, los cuadernos y libretas llenos de apuntes y estrategias. Volverían los ejércitos de cazafirmas sin piedad, las presentaciones donde nadie se atrevía a dejar asomar media arruga a la nariz: el dinero convierte en “literatura” a cualquier criatura capaz de aporrear un teclado. No, dejaría la publicación de aquella obra a elección de su editora o de sus herederos (si llegaba a tenerlos algún día), cuando fuera “póstuma”, cuando no pudiera ver en qué se convertía.

Pero estaba en un aprieto. Había prometido que tendría algo nuevo listo “sin falta” para las Navidades – ¡dichosas fiestas! – y, además, necesitaba ese dinero… y necesitaba no caer en el olvido. La memoria es frágil, si esperaba más volvería al anonimato que con tanto empeño había dejado atrás.

Una gota de sudor se deslizaba, lenta pero con determinación, por su espalda. Los 35 grados estivales aumentaban por momentos. Volvió a oír el ventilador, su fiel compañero en los veranos más duros. Llevaba tantos días a pleno rendimiento que a veces se olvidaba de él, su ruido se perdía en los recovecos del inconsciente. Extendió la mano para pedirle un esfuerzo más, girar la rueda, hacerle mostrar su poderío, su fuerza creadora de ventiscas.

Con mucho esfuerzo, la máquina se concentró en obedecer. Un ruido apagado advertía de alguna nueva dolencia, un nuevo achaque. Entonces, como una señal, un milagro de salvación, el ente mecánico se reveló como el mejor de los amigos, casi un mesías. Enredada en la rejilla, una hoja luchaba contra el fatal destino de la muerte que estaban a punto de darle las cuatro aspas, las cuatro guillotinas que giraban. Al salvarla de la muerte, se dio cuenta de que no era el papel inmaculado que le había parecido; unas tímidas líneas esbozadas a lápiz asomaban en la parte superior. No había ninguna fecha anotada, pero reconocía en aquellas palabras sus primeros pasos. La historia, exiliada en su juventud, volvía al hogar. La había desechado porque no cumplía sus requisitos del momento, porque no encajaba con ninguna de las estrategias anotadas en sus infinitos cuadernos. Sin embargo ahora, envejecida, podría ser precisamente lo que necesitaba: simple y “bonita”. Un par de cambios en la idea original y se escribiría sola. Sería tal cual la esperarían, sin sorpresas, un nuevo éxito del que se olvidarían al cabo de unas semanas, nada digno de mención en ninguna columna cultural.

Discreta y productiva: su editora estaría satisfecha.

Apartó las hojas de pesadilla y las sustituyó por aquel amarillento recuerdo que nadie, nunca, jamás, recordaría.


Tema propuesto por Charo: Detrás de un viejo y ruidoso ventilador siempre hay una tórrida historia que quiere ser escrita.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Escena de cama

Observé cómo te escurrías entre las sábanas y traspasabas el umbral en una tambaleante dignidad. Ahí, entre el tam-tam de tus pasos, ahí fue cuando apareció esa molesta sensación. ¿Cuál? No sabría decir. Algo, una nube, una calima asfixiante que velaba mi lógica; pensamiento y palabras se descomponían con la rapidez e intensidad de un acelerador de partículas.

Algo de obsceno hay en romper los silencios que no lo son, en imponer torpes discursos sobre pies arrastrados, en sacrificar el murmullo por vanidad. Mi voz, en cualquier caso, aún no funcionaba. Los obstáculos con los que tropezabas irrumpían en forma de onda en mi trocito de realidad. La niebla continuaba, los puntos cardinales cambiaban a cada momento, mi orientación - que nunca pasó de los mínimos de supervivencia - quedaba reducida a un “yo” y lo demás, el “no yo”. Una fuerza obstinada, un Mercurio travieso, jugaba con mi ya dudosa integridad.

La obnubilación con que yo asistía a esta escena - esta self-scene de dormitorio - hizo desprenderse la última caricia que resistía en mi piel, llena de curvas y recuerdos en los que campaba toda mi inseguridad. El pequeño obsequio con que habías acudido - “se me ha ocurrido...” -, reposaba apagado en la mesilla, inmune a aquella densa tranquilidad.  La obstrucción de la pisque dio paso a una idea, un recurso, una cura que me devolvería la claridad. Y entonces, cuando encendí la pequeña vela pude, al fin, ver la inmensa obscuridad que me rodeaba.

Tema propuesto por Javier: cuando encendí la pequeña vela pude, al fin, ver la inmensa obscuridad que me rodeaba.

lunes, 4 de septiembre de 2017

Sendas de piedra


Cincel, martillo y...

¿Qué te ocurre? ¡No te detengas, no ahora! Golpea, cincela, pule... esa es tu vida, eso has decidido. Mucho has batallado para conseguir esa roca que te reta a un nuevo duelo de vida. Esa roca de mármol impoluto, bruto, que no ha rodado colina abajo como un castigo, que has pedido, rogado, rezado a los cielos por tener.

Esta roca que es el tú por venir, que será todos los “tú” pasados, renovados, actualizados en una sola de sus potencialidades, moldeados a capricho de las vetas. No puedes dudar, has elegido esta roca, aterradoramente inmaculada, la senda es una e inevitable.

Te da pánico, lo sé, ese miedo también es el mío. Es el temor al blanco, al todo por hacer, al vacío... a la libertad. Conozco ese miedo porque te conozco, porque estoy en ti, soy tú. Soy yo quien te hizo escapar de ese otro vacío, de donde nada podía surgir, de la nada venida tras el fin de una roca anterior, de otra vida. Yo, créeme, fui yo quien te llenó de esperanzas.

El mármol, no te voy a engañar, morirá. Morirá como sus predecesores, es su destino. No puede hacer otra cosa más que morir, llevarte a otra nada de la que huir a golpe de martillo, de la que nacer de nuevo, hacia delante, sin re-nacer. La salvación, la vida eterna, está allí, es tuya, es la tuya, sólo tienes que llegar.

¿Todavía dudas? No vaciles, no temas, no es ése el sentido de tu arte. Todas las ideas que ciegan tu mente quedarán dispersas hasta quedar una sola, que quizás sea esa en la que aún no has reparado. La niebla quedará disipada con el primer chasquido, los monstruos volverán a sus armarios y tu reflejo emergerá de la roca. No sirven los temblores, el titubeo... sólo tú sabes el engendro que habita la roca, que no es otro que el que te habita. ¿Quieres liberarte? Ya conoces el camino, la senda está abierta: camina.

Cincel, martillo y...

Tema sugerido por Iratze: La excitación y el hastío de empezar de nuevo, una y otra vez

viernes, 11 de agosto de 2017

De dragonas y heroínas

Hoy, esta noche, cuando las estrellas eran todavía dueñas de la bóveda celeste,  se ha despertado con el rugido de la dragona. No se asusta, ya no, cuando siente sus uñas desgarrarla desde dentro. Ha aprendido que la dragona es parte de ella, aunque a veces parezca que se haya ido, aunque a veces permanezca dormida: ha aprendido que sus zarpas son sanadoras, aunque nada delicadas.

Se ha despertado entre los restos de la operación, y ha pensado que quizás el rugido significaba que la cirujana exigía la limpieza del quirófano. Dando tumbos ha ido a por el cáliz – ¡copa de vida! – que deberá contener sus entrañas hasta que sea el momento, casi como las antiguas ofrendas a la tierra para hacerla revivir, en que deba volcar su contenido. Algo más lúcida, se ha tomado una droga para apaciguar a la bestia, que continúa devorándola, ha recogido como ha podido la escabechina nocturna y se ha vuelto a acostar.

Ha dado varias vueltas, enroscándose en sus sábanas, pero el sueño no ha vuelto. Está tiritando. “Claro” ha pensado “soy una dragona, soy de sangre fría”. “Poiquiloterma” se ha corregido, recordando los terribles manuales de biología de su adolescencia. Ha pasado varios minutos mirando la pared, concentrada en esa manchita que parece un globo aerostático, o un perro, o una lupa sin el mango, o…

“¿Por qué vuelves?” le ha preguntado al reptil.

El silencio la abraza, apretándola contra las mantas. Imágenes de un viejo cuento desfilan ante ella, la manchita va adquiriendo la macabra forma de una manzana. Piensa entonces que quizás no sea la historia de un desafortunado pecado, sino de la primera mentira. Se imagina a Adán, víctima de la curiosidad que desprende lo prohibido, tomando una de las manzanas. Se lo imagina tendiéndole una a Eva, como si no tuviera importancia, despreciando su mirada temerosa de lo prohibido, “no te angusties, tonta, pruébala”. Se imagina a Eva cogiendo la manzana, temblando su mano, porque no quiere que Adán crea que es tonta. Imagina entonces al Dios Padre interrogándolos y a Adán, avergonzado – pues ya conocía la vergüenza, diciendo “Eva me tentó, padre”. Eva, que ya ha abierto la boca dispuesta a defenderse, ve el miedo en los ojos de Adán, que sabe que ha sido débil, y calla. “Eva me tentó” sigue él, envalentonado “siguiendo los consejos de la serpiente”. Y Dios, que creó a Adán para que este a su vez pudiera re-crearlo a su imagen y semejanza, creyó en la palabra del hombre y fusionó a la mujer con el reptil, que desde entonces la devora por dentro, convirtiendo a las Evas en Prometeos desencadenados, calladas siempre ante los miedos y vergüenzas de los Adanes.

Con el fin de la historia ha vuelto la calma. Cuál es la verdad, poco le importa; son cuentos antiguos, desgastados por el uso y el tiempo. Otro pensamiento ocupa su mente mientras atraviesa la frontera de lo consciente, y es que está convencida de que a Wonder Woman también la despierta su dragona.

sábado, 22 de julio de 2017

De la importancia de un buen desayuno

Un café solo, cargado, y un bollo industrial: el desayuno. No le gustan los bares (tristes, llenos de charlatanes y solitarios, incómodos en cualquiera de los asientos preparados para los clientes), pero no ha tomado nada antes de salir. Un minuto más antes de escapar de las sábanas, un largo parpadeo interrumpido por el timbre, ya no hay tiempo, o más bien todo el tiempo está por venir.

Mira el reloj: las diez y media. Llega tarde, no ha llegado, no llega. Todavía podría pagar, salir del bar, llegar a la facultad y entrar. Sólo serían diez minutos – quince como máximo – de retraso. Primer día, primer contacto, recepción, presentación, “os esperamos la semana que viene en clase”. No es importante, no pasa nada, no puede entrar tarde. Una vez entró tarde a una clase, casi no lo recuerda; sólo recuerda la mirada reprobatoria del maestro, los ojos expectantes de veinte – ¿o eran treinta? – personitas, el rubor, la imagen borrosa de los pupitres. Ahora no puede entrar – suda, tiembla, no puede.

Bienes muebles contenidos en su bolsa: cuatro papeles vacíos y arrugados, utensilios de escritura salidos de otro tiempo (nada dependiente de alocados electrones), una botella aún por llenar y un libro viejo – el primero que ha cogido, sin mirar, en la librería de segunda mano de camino al campus.

Saca las hojas, las mira (o mira hacia ellas) sin emoción, las vuelve a guardar. Saca el libro. Tapas de tela, casi rotas, amarillas, sin título. ¿Por qué lo ha cogido? No lo sabe. Ha sido el instinto, la memoria, los recuerdos escondidos. Ese libro no es un libro, cualquier libro, es el libro primero. En el lomo figura la marca en relieve de una editorial ya extinta, las páginas huelen a otros tiempos, a los recuerdos de alguien más, codificados, imposible saberlos, incompatibles con el sistema operativo personal. La primera página muestra, ahora sí, letras, el alma del volumen se abre ahora, clara, mostrándose a sí misma y su historia: “Enhorabuena”.

La línea central, descolorida, forma ya parte del relato mismo. Por encima, el nombre que figura en el registro – ya no importa, hace mucho que dejó de importar – más abajo, una firma que figura en otros registros. Mejor dicho, es una firma que figuraba en otros registros, hace años que esos garabatos ya no existen, lo sabe bien, los conoce de sobra, es culpable de esa y otras tantas inscripciones autografiadas. Podría decir que es el destino, pero no cree en el destino – los dioses se han vuelto tan holgazanes como los humanos, poco tienen que escribir. Cree más bien en lo inconsciente, en el atractivo de lo conocido, en la reaparición de cadenas, en un pasado agonizante que no acaba de morir.

No le hace falta más. Cierra las tapas como la caja; no de Pandora, la suya. No escapan de allí los males, se quedan encerrados, saltando entre páginas, ordenando y reordenando cuadernillos y capítulos. Piensa en tirarlo, arrojarlo a un contenedor, despedazarlo, quemarlo…todo inútil: esa firma será su perdición. Mejor será llevarla siempre consigo, siempre a la vista, siempre vigilada para que no pueda volver a atacar.

Sale de allí. No ha llegado al campus, nunca lo hará. Su camino va en dirección contraria, sus pasos crearán otro viaje, lejos, fuera del alcance del pasado, donde todavía sea posible un futuro, donde no haya donde llegar, donde ningún puerto sea el último. Una senda sin retorno y con un solo final.

Tema propuesto por Celia: el impacto de las pequeñas decisiones que tomamos que parecen ser insignificantes, pero que pueden afectar mucho al curso de nuestras vidas.

viernes, 7 de julio de 2017

Resurrección

Una piedra. Un golpe. Sólo una, sólo uno. Gritos y murmullos. Oscuridad y luz. Párpados que se abren. Siguiente secuencia: otra piedra – mano 1 – mano 2 sujeta mano 1. Tras la mano 2, unos hombros cubiertos por trapos. Lágrimas. No las ve, pero están, no puede contenerlas. Es él. La prueba: aún vive, no lo han matado, como a ella. Uno entre todos, uno y dual. El hombre que actúa, el dios que resucita. Pero no hay un cielo para ella; vivirá de nuevo en el desierto, rojo, sangrante, estéril.

El predicador del amor... No es amor lo que la ha salvado. Lo sabe: no hay amor en esos ojos. En esos ojos no hay nada. Pero no importa. Nada importa ya. Él vive aún, ella no ha muerto. No preguntará quién es en realidad. No preguntará qué hay tras esos ojos perdidos, blancos, vacíos de voluntad.

Todos saben su nombre, nadie lo conoce. Ella sí, ella es él. Su cuerpo que ya no es suyo, la divinidad en potencia que nada dotará de vida, el descanso por desmayo, el olvido con la sangre de la tierra: tomad y bebed…

Él vive aún. Él vive en el silencio. Sus ojos ya no están, sus espaldas se alejan. Ella lo sigue, lo perseguirá, ha conseguido llegar a él. No lo necesita ya, su salvación ha llegado. Otra vida comienza, otro papel. Mesías del mesías, divina para el divino, cuidará sus pasos hasta que llegue a su destino, guardará sus sueños, quedará el beso para ella. Él descasará en paz mientras viva; el tormento vendrá tras la cruz y las espinas.

Mesías del mesías, divina para el divino, cuidará sus pasos hasta el fin del camino. Porque el dios nunca llega a tiempo, por (para) eso manda al hombre.

Tema propuesto por Laura: canción "Silk" de Wolf Alice.

sábado, 24 de junio de 2017

Damnatio memoriae

Ven. Aquí, sí. Aquí está bien… Un pasito más… Toma, coge mi mano. No tengas miedo, no te dejaré caer. ¡Alto! Quítate la venda, vamos. ¿Qué te parece? Bonito, ¿verdad? Fíjate - ¡mira! – el mar parece ahora más infinito que nunca. Aspira su aroma, déjate transformar en alga, en pez, en corriente.

¿Tiemblas? Ten, toma mi abrigo. ¿Has visto las estrellas? Cómo tintinean... es como si nos estuvieran mandando mensajes. ¿Qué crees tú que dirán? El eco de sus luces resuena con fuerza en las aguas ondulantes. El eco… el recuerdo de lo que fueron. Porque ya no están ahí, ¿sabes? Muchas de estas estrellas hace tiempo que desaparecieron. Hasta nosotros sólo llega su recuerdo, su testamento silencioso.

¡Cielos, sigues temblando! Mira mejor hacia esa luz. Allí, allí, ¿lo ves? Es el faro. El faro protector, el faro que nos avisa de los escollos a los que nunca debemos acerarnos. Esta fría luz que nos protege pidiéndonos que nos alejemos de ella. Da qué pensar, ¿no te parece?

Una vez estuvimos allí, junto al faro, en tierra firme. No era el mundo el que se tambaleaba, como ahora, sino las pequeñas barcas que se perdían en el horizonte. Estábamos vivos entonces, éramos la fuerza propia de la naturaleza. Las manos hundidas en la tierra, el aire danzando entre nosotros, el fuego en las entrañas que intentábamos salvar bebiendo cada vez más besos  - vivamus: bibamus atque amemus.

Ahora tiemblo también yo. No volveremos a esas playas. No volveremos a pisar tierra. El mástil está roto, las velas desgarradas. Tú me has arrastrado hasta aquí, hasta el horizonte de las barcas tambaleantes. Hemos soñado, siempre soñado, hemos caminado en un estado de sonambulismo del que hemos despertado, y al que no podemos volver; la realidad nos ha alcanzado. Nos hemos perdido, la brújula da vueltas, indicando lo igualmente equivocados que son todos los caminos posibles – porque si no sabes adónde vas, poco importa el camino: nunca encontrarás su final.

Pero tú has llegado. Tu camino se acaba aquí, en esta barca, en esta tabla. Respira, llena tus pulmones con el aroma del agua, que será ahora tu hogar. Pisarás tierra, otra tierra. Verás el cielo a través de un elemento más denso que el aire que ahora te rodea. Serás mañana como las estrellas, un eco de silencio. Y entonces, en medio de ese estruendoso silencio, dejarás de ser. Yo seguiré a la deriva, donde me has dejado, cantando junto a las sirenas, danzando para dioses ciegos y sordos a los deseos mortales. Pero ya no habrá un tú; nunca más volverá a haber un tú. El yo permanece en la barca, el tú desaparece ahora, aquí, al final de esta tabla. 


Tema propuesto por Eduardo: canción "There will never be another you", de Chet Baker

sábado, 10 de junio de 2017

SOS

Como veis, le he dicho adiós a una amiga que me ha acompañado desde hace años y de la que he decidido desprenderme. Pero las rupturas nunca son fáciles y quizás necesite algo de ayuda para esta. Sé que sois pocos quienes me leéis, pero no importa (al menos para el ritmo de trabajo que llevo ahora).

Lo que os pido es, como las compañías de improvisación, que me ofrezcáis ideas. Puede ser cualquier cosa: esa palabra que os hace gracia y no sabéis por qué, la canción que os alegra el día pro la mañana, un libro, una situación, un cuadro, ese anuncio que se os ha metido en la cabeza, el chiste que os contaron ayer... Ya me entendéis.

Yo desarrollaré todas las ideas (es un juramento) y os avisaré personalmente (o no, si no queréis) cuando publique la vuestra, que irá publicada junto al texto. Esto es, la nueva estructura será de "título-texto-nombre e idea que lo inspiraron".

¿A alguien le apetece?

Si os apuntáis podéis dejar un comentario en esta misma entrada, en Facebook, mandarme un mensaje, chillarme la idea si nos encontramos esperando un tren... Cualquier soporte es compatible con este proyecto.

Despedida a una vieja amiga

Dime, ¿por qué has parado? No, no apartes la mirada de mí. Largo ha sido el camino. Desierto, falto de monstruos, o más bien con la omnipresente monstruosidad de la soledad. Penosa, escucha, ha sido la senda recorrida. ¡Vuélvete, tú que has aguardado! Mi presencia has reclamado sin descanso, aquí me tienes. Pero al fin, ¿qué buscas?

Nada de mi dolor has querido llevarte.  Todo te lo he dado, todo has despachado con un vago gesto. He acudido a ti en busca de una nueva vida, y sólo muerte me has dejado. Guárdate esas cenizas, no las quiero… ¡Mírame!

Mi sangre y mis cantos no han bastado para saciar tu sed, maldita. ¿Cuántas noches, dime, te he llamado? ¿Cuántas me he quedado sin voz, esperando que fueras tú quien hablara? Y, de nuevo, el silencio.

En silencio me has dejado perseguirte. En silencio he contemplado tus espaldas sin descanso. En silencio me he ido gastando, quebrando. En silencio las sombras se han adueñado del sendero, el negro no es ya el color más oscuro. Han muerto los colores y las voces, camino entre fantasmas… tampoco ellos hablan.

¿Qué importa ya? Vete, no te perseguiré. He comprendido. Nada tengo que quieras llevarte. Ninguna tristeza, ningún goce. No fui ayer quien querías, no soy hoy quien necesitas y, aun si vinieras mañana, nada te llevarías.

Vete, pues, musa maldita. Esta peregrina es ahora dueña de sus pasos.


lunes, 29 de mayo de 2017

Silencio

Silencio. Ante los tristones azulejos de ese espacio acumulador de artículos de supervivencia, que no de vivencias, se recorta la silueta difusa del humo, blanco, sin apenas consistencia, de la infusión. A través de él sus ojos ven, sin mirar, el dibujo geométrico, bien delineado, en colores chillones, que surca la pared de ángulo a esquina y que parece continuar lejos, más allá de su realidad. Es correcto, inmutable, perfecto. De una perfección que provoca escalofríos. No sabe muy bien qué hace allí, más bien hace tiempo que no sabe qué – decir “quién” sería, quizás, demasiado – es, o si sigue siendo.

Sopla. También el humo ha dejado de ser. No queda más recuerdo de él que unas pequeñas gotas de condensación; no tardarán en desvanecerse también. El brebaje vegetal se desliza ahora por su garganta, sin prisa, expulsando el frío y la rigidez de su cuerpo. Entra en una especie de estado de relajación máxima, de vacío, de un consciente estado de in-conciencia, de un anti-yo que observa implacable la decadencia corporal que está teniendo lugar, la contra-metamorfosis definitiva. Sus piernas fallan, abandonan su posición vertical. La taza, descolorida, escapa a sus dedos mortecinos y cae, rota, dividida en mil fragmentos que nunca volverán a sumar la unidad.

Silencio roto por una voz quebrada, una voz que no es suya, que viene de un interior que no es el suyo, que es propia y ajena, canto fúnebre en honor del hilo que se ha roto. La poción escala convertida en encantamiento, transformada en ondas destructivas, en hilos que incorporan su cuerpo poseído de melancolía. No hay ya más líquido que el que recorre sus mejillas, abrasándolas en alargados surcos de dolor, abriendo sus carnes para olvidar un páthos aún más desgarrado y sangrante.

El canto sigue, como el coro de una tragedia, desterrando a su ya externo “yo” y anunciando la fatalidad. El oráculo ha dictado sentencia: Tánatos ha venido a robarle el último de sus besos. 

viernes, 12 de mayo de 2017

Vuelta a la realidad

Adelante, no tengas miedo, nada temas, pues únicamente te espera la luz. ¿Tus pies vacilan? Nada vibra bajo ellos, sólo tú te mueves, te agitas buscando una comodidad que no ha de llegar. Esta es tu bienvenida a un mundo, tu mundo, el  origen que siempre olvidas y obstinado aguarda cada día tu regreso.

Las sombras que frecuentas te han protegido hasta ahora, abrazándote y escondiéndote de las miradas. Has caminado por un suelo firme, aparecido y desaparecido a voluntad. Esa  penumbra, que no es tuya, pero tuya la has hecho, te ha dado un hogar, una matriz en la que no renaces, sino que naceas, una y otra vez, criatura iterativa, pero siempre nueva, siempre adelante.

¿Tiemblas aún? ¿Y no temblabas con los primeros pasos? Acuérdate de aquellos torpes movimientos, robóticos, rígidos, frágiles. Todo el cuerpo resistía a fuerzas asimétricas. El suelo, cercano, establecía el límite del descenso que tarde o temprano debía producirse. Y recuerda - invoca, ¡oh, tú! a la gran Mnemósine - la fuerza adquirida, la adaptación, los figuras aprendidas hechas alma, aire, alas que alejan ese suelo criminal: nada limita tu subida.


Mucho has aprendido en tu cautiverio, pero has vuelto a la libertad, aterradora y vasta. Las puertas se han abierto, expulsándote al frío aire de la capital. No se oculta ya el público, las grietas del pavimento se convierten a tu paso en los hilos del funambulista. Tú, artista sin vara, ¿conseguirás llegar al otro lado? 

domingo, 30 de abril de 2017

Enciclopedia de seres extraños: philologi

De todas la especies humanas, quizás sean los pertenecientes a la familia de los philologi los más traicioneros. Classicus, hispanicus, germanicus,... todos ellos criaturas de aviesa sonrisa que proclaman un desmesurado amor por la palabra. Pero el nombre no es sino una máscara tras la que se oculta una naturaleza tan oscura como hipnotizante, con esa belleza que sólo los complejos mecanismos que giran milagrosamente acompasados pueden proporcionar.

Los exploradores más valientes pueden ocultarse en la maleza para espiar a estos seres, canallas e inquietos; siempre, claro, tomando las debidas precauciones para no asustarlos. Asomándonos así, despacio, a sus guaridas, podemos verlos inclinados sobre sus abarrotados escritorios, moviendo sus patas con rapidez y precisión, tomando palabras de aquí y allá, convirtiendo sus madrigueras en auténticos laboratorios. Cada pensamiento, cada idea que ha tenido la desgracia de caer en las zarpas de estos verbívoros es exprimido, diseccionado y reducido a su mínima expresión, despojado de todo significado para luego volver a ser re-unido en nuevos seres aberrantes que miran con ojos avergonzados y temblorosos a las futuras víctimas, aún parte de lo que han sido, reflejo de lo que no volverán a ser.

Hay, entre todas estas especies, unos especímenes que actúan con especial vileza. Carroñeros, nobles extravagantes “amantes” de criaturas ya extintas que gustan de devorar. Acostumbran a reunirse en pequeños grupos y engullir, como los más primitivos predadores, el tuétano de las palabras. Sus hambrientas sienes no se satisfacen con ingenuos juegos combinatorios, sino que van directamente al corazón de la genética. Deshacen entre risas las espirales de ADN de cuantas lenguas pueden - ¡algunas, serán criminales, todavía berreantes como recién nacidos! - y las combinan, buscando en su locura rastros de un pasado del que se quieren apropiar, un pasado que no ha de volver.


Así son los philologi, los amantes de la razón y la palabra, los carniceros cirujanos del pensamiento. Así son. Cuídate, inocente explorador, de quien te ame como un philologo a sus palabras.

martes, 11 de abril de 2017

Pero no eres Ítaca

¿Me esperabas? Probablemente no. Sin embargo, aquí estoy, espectadora y víctima de tu agonía. Podría decir que mi camino hasta ti ha sido como el regreso de Odiseo a su añorada Ítaca  - aunque más de uno coincidirá en que tan añorada no sería, en que todos aquellos años estuvieron llenos de excusas, de viajes dirigidos por los impulsos y el azar, de espirales que lo arrastrarían donde se acaba el mar…porque también el mar se acaba.

Podría decirlo, y mentiría. Podría decir que aquí, precisamente aquí, entre estas paredes, sostenidas por el polvo acumulado con el paso de los años, aquí se encuentra mi Ítaca. Podría dedicarte poemas - ¡millones, trillones, googols de versos sólo para ti! – pero serían poemas dedicados a la sombra de algo que todavía no es, que nunca llegará a ser.

Te miro, te admiro, me admiro. Soy como esos hombres (porque estos terrenos no eran cosa de mujeres) que llegaban ante la Gorgona, la mortal, y quedaban para siempre inmóviles, presos de su encantamiento - encanto, canto, carmina. Mis manos sujetan indecisas mi arma congeladora del tiempo, mis pies permanecen inmóviles, mis ojos no pueden apartarse de ti que caminas, observándome, clavando en mí tu angustiada y angustiosa mirada, atrapándome en ella al tiempo que pareces ser sólo para mí en este instante que reviviré una y otra vez, que me perseguirá en mis fantasías, en mis pesadillas, mis ensueños. En cada espejo al que me asome, allí estarás, acechante y protectora.

Acechante, protectora… y herida. La eterna sacrificada. La eterna donante de sangre que devuelve a la tierra lo que le hemos arrebatado a golpe de “progreso”. Tuya es la sangre que mana de la hybris del hombre - no del singular anér, sino del plural ánthropos, con persona o sin ella -, aunque lejos quedan ya los héroes que en ti se refugiaron, y las batallas libradas espada en mano. Ahora las batallas son múltiples y las armas cobardes. Tuya es la sangre del pecado que debes expiar con tu sufrimiento. Tuya, de tus tres cabezas, porque un único animal no bastaba para el sacrificio, porque todas las fuerzas ctónicas se deben a esta misión, todas ellas deben volver a la Madre. Tu sacrificio, vuestro sacrificio, será lo que nos salve, aunque  la Historia se empeñe en recordar a otros sacrificados, relegándote al triste altar en el que te alzas hoy.

Hoy no me esperabas. Es demasiado pronto, o demasiado tarde. Quizás un oráculo te aseguró que los cíclopes habían acabado conmigo, o que mi barco había arribado a orillas más seguras. Hoy no me esperabas, pero estás en el camino a Ítaca, pero no eres Ítaca. Eres más bien uno de esos comedores de loto, ofreciéndome un fruto que me haga olvidar el hogar, la promesa de un presente siempre feliz. Un presente feliz… un presente sin futuro. Me desafías, con ese gesto indescriptible, me das a probar un pétalo, uno solo, necesitas que siga navegando.

La próxima vez no serás tan benevolente. La próxima vez no desaparecerá el hechizo. Mi máquina no podrá detener este instante para volverlo eterno e inocuo. La próxima vez mis pies no se moverán. Permaneceré para siempre estante, contemplando los sueños jamás cumplidos, a ti, herida de muerte, agonizante quimera.

Quimera de Arezzo
Palazzo Vecchio, Firenze





jueves, 30 de marzo de 2017

Cantamos

Cantamos. Llevamos siglos de silencio, de lágrimas contenidas antes de nacer, de impulsos y pasiones que jamás llegarán a su actualidad. Mucho hemos callado, y mucho habremos de esconder aún… pero hoy cantamos.

El infeliz demiurgo, madre y confesor de las tiernas criaturas que pueblan su creación, observa girar los astros, la mirada perdida entre sus múltiples dimensiones. Hace tiempo que ya no se ocupa de esas criaturas que han querido abarcar más de los que les fue asignado. La generatriz renuncia a sus descarados descendientes. El caos es ahora dueño de todo cuanto vive. El caos reina, y los creados cantan… hoy todos cantamos.

Las galaxias continúan su danza, se alejan, huyen unas de otras, volviéndose cada vez más frías e inhóspitas. Las estrellas palidecen ante la distancia impuesta a sus hermanas. Cada una se ha convertido en el epicentro de una estampida cósmica que huye hacia más allá del tiempo conocido. Las estrellas corren, languidecen, lloran, colapsan y estallan en millones de nuevos átomos con los que viajar a nuevos sistemas. Las estrellas mueren… y en su honor cantamos.

El Sol continúa, guardando a sus retoños del frío universo. Sus rayos acarician con ternura la Tierra. Millones de almas pueblan este planeta, millones de almas que caminan sin rumbo por él. Desorientados vagan, sobreviven entre sendas engañosas, abruptos precipicios, ásperas rocas. Ellos vagan... y nosotros por ellos cantamos.

Así éramos: bípedos, egoístas y desorientados. Luchamos por cada centímetro de tierra, cada grano de arena traído por el viento. Fieros y crueles, jugamos una partida que nadie puede ganar. Aquellos que creyeron vencer se encuentran ahora junto a nosotros, nadie puede ya distinguirnos. Pero ellos siguen - ¡miserables criaturas! - comenzando nuevas luchas, nuevas guerras. Nos han olvidado, nos han relegado a la Historia, que es el cementerio donde también nosotros sepultamos nuestro pasado. Porque la Historia no es para quien la vive, es para quien la necesita. Ellos viven y ya no nos necesitan. Ellos viven... pero cantarán con nosotros.

lunes, 6 de marzo de 2017

Fantasmas domésticos

Las puertas del elevador se abren, y se introduce en él dándose cuenta de que la acompaña aquel ser (¿ser, ente, fantasma?). Las puertas se cierran, atrapándolos en el reducido espacio que conforman sus paredes, redondas, limitadas e infinitas. El mundo se reduce ahora a la maquinaria que ha de portarlos desde el mundo del polvo al del cemento.

El espectro no se mueve, observa, recostado sobre el fondo del elevador. ¿Qué observa? Es probable que ni él mismo lo sepa. Sus ojos atraviesan a su compañera de viaje, van más allá de la matriz (¿o matraz?) que los retiene, se pierden en los recónditos mundos paralelos que pueden estar sucediendo, o en todas las posibilidades cuánticas que podían haber sido en este mundo y no fueron.

Rompe el silencio un carraspeo incómodo, femenino, terrenal, humano. Los ojos tiemblan. Por un instante, el espíritu parece re-encarnarse, re-establecer su consistencia, pero es una ilusión. El ánima que alguna vez perteneció a aquel hombre ha volado lejos, sin ánimo para volver (porque a veces cuando faltan los “ellos”, las “ellas” pueden caminar tan lejos como fin del mundo).

¿Quién fue? ¿Qué ocurrió? ¿Fue una “ella” quien lo dejó en este estado? ¿Fue una afasia emocional temporal permanente? ¿Se perdió para no encontrarse? ¿O para encontrar otras cosas? ¿Podemos decir, en cualquier caso, que alguna vez fue? ¿Y, si no fue, por qué está?

No importa, nada importa ya. El hombre murió, las puertas del elevador se han abierto de nuevo.

martes, 21 de febrero de 2017

Promesas a medias

La vista fija en la caja que el mensajero acaba de dejar. Se lo ha encontrado de frente, cuando salía hacia el cine a ver una de esas películas insulsas que invaden la cartelera de todo el país. Un “firme aquí” y la caja es suya. Aquella caja de remitente desconocido, unas siglas misteriosas que la desafían a abrirla, a liberar, como la griega, los males que de ella puedan salir.

Con cuidado y precisión de cirujano corta la cinta adhesiva que se encarga de conservar aquel micro-universo cerrado. El paralelepípedo se le antoja un dado que con crueldad rueda y rueda sin llegar a decidir un número, dejando en suspenso la emoción y el destino…hasta que la abre, el dado se posa por fin, su alma vuelve a la fría tierra.

Introduce sus manos en el cofre misterioso, sacando un viejo reproductor con una cinta de cassette. “¿Funcionará?”. La enciende. Los acordes de un viejo tango escapan entonces del aparato, se escurren entre sus conductos auditivos y atrapan, atan y paralizan su corazón. Una sacudida, la sangre huye de su cabeza, se siente morir, no, peor, se siente revivir una antigua canción, una historia ya olvidada, escondida en los pliegues del tiempo.

El tango suena y sus manos, temblorosas, buscan ya la segunda calamidad, el segundo mal que de esa caja maldita ha de escapar. Un boleto de feria sale a la luz. En su cabeza, unas palabras que desearía no haber escuchado nunca, el terrible augurio de un futuro que jamás debió existir: “mira, voy a conseguir el oso aquel tan grande, soy capaz de acertarle a un mosquito en el ojo, ya verás”. El oso había permanecido por un tiempo en su cama, velando por ella, pero hace tiempo que descansa entre los trastos viejos que han sido expulsados al exilio, sin posibilidad de renacer o morir del todo, en una suerte de limbo de los recuerdos.

Se asoma al abismo una última vez, un último objeto aguarda en el fondo. Doblado, plegado en un mullido ejercicio de origami se encuentra el chal, su chal, aquel chal…Un tren a punto de partir, un beso que acabó demasiado pronto, una despedida entre súplicas y promesas. No te vayas, no llores, te esperaré, volveré, renuncia, no puedo, sí puedes, ¿y qué haríamos?, ¿y qué haremos si no vuelves?, no digas eso, lo digo porque es cierto… Un gesto rápido y ya no lleva el chal, ahora pende de su cuello. “¿Ves? Te lo devolveré cuando regrese, te lo prometo”. “Te lo prometo” susurra para sí. El tango acaba sus acordes, el chal está ahora roído por el tiempo y las polillas, pero está. Todo queda quieto, en silencio, todo permanece expectante.

Por sus ojos pasan los miles de recortes de periódico, las noches sin dormir, los días sin levantarse, los gritos, los silencios, la espera y la desesperación. La esperanza, minada con cada telediario, había acabado por claudicar, al miedo primero, después a la resignación y el olvido. Durante meses, con los ojos enrojecidos y la cara hinchada, había luchado en otro desierto, en otra batalla de la misma guerra. Durante meses, una parte de ella había viajado a tierras lejanas y la otra parte había continuado, con tesón, con la determinación de quien espera, pero no aguarda.

Pasó mucho tiempo hasta que volvió el calor del hogar. Demasiado tiempo... la caja. ¿De dónde viene? Deja el chal al lado y se abalanza sobre la caja. Las manos, frenéticas, buscan el documento del remitente. ¡La dirección! ¿Dónde? Aquí. Nombre. Dirección. Un guion. Nada.. ¡Nada! No es posible, pero es, ¡es!, no deja de ser, el silencio, el vacío, el desconocimiento, el sí pero no, el plasma en que flota la existencia de quien no se sabe si vive o muere. Es la media vida de quien ha cumplido media promesa...

lunes, 13 de febrero de 2017

La página en blanco

La página en blanco, el gran desafío. La dichosa página en blanco que me mira con aires de cowboy de Western. “Este mundo es demasiado pequeño para las dos, forastera”, parece decir. La página en blanco, un cuervo albino dispuesto a sacarme hasta las entrañas antes de convertirse en un río de sangre negra.

Y yo, la cazadora, sin balas, sin un proyectil con el que herir a mi adversaria. El tambor del revólver vacío, el carcaj sin flechas. Las pistolas rotas, los arcos reventados. La solución es fácil, tan fácil como poner un garabato, como apuñalar la vil ave, degollar al duelista.

Pero es inútil. Hacer desaparecer la página blanca sería como hacerme desaparecer a mí misma, un suicidio metafórico, un salto desde lo alto del precipicio. Porque la página en blanco no es otra cosa que el pálido reflejo de mi mente, vacua, despojada de cualquier pensamiento.  Un vacío silencioso y pesado que apaga mis sentidos.

No siempre fue así, no. Recuerdo los colores, las palabras, el corazón que se aceleraba...lo recuerdo todo. Recuerdo un tiempo en que la vida se regía por versos de todas las métricas y rimas, por aventuras más allá de la imaginación, por mundos abstractos en los que sólo importaba respirar y los saltos al vacío significaban la libertad.


Ahora ya no hay versos que canten por mí, ni mundos a los que escabullirse. La realidad es plana y lógica, y los saltos al abismo no significan sino la muerte. Todo el color ha quedado atrás, impera la página en blanco, la pesadez, el silencio...

sábado, 28 de enero de 2017

Partida de ajedrez

Silencio. Quietud. El viento sopla, nada se mueve, nada se atreve a romper la momentánea paz que reina en el campo convertido en tablero de ajedrez. Las fichas han invertido su orden. A la vanguardia van los reyes, altivos, poderosos, valientes y furiosos. Junto a ellos, las damas portan las insignias de cada bando. Acompañarán a sus señores, los protegerán, dotarán a todos los guerreros de una poderosa defensa: su identidad frente el otro. Los alfiles avanzan, serios y elegantes, expertos en esquivar los proyectiles que contra ellos lancen desde el lado de sus contrarios. Los caballos bufan y rebufan, conteniendo su ira hasta que llegue el momento en que puedan saltar sobre los cadáveres de sus enemigos. Las torres, sólidas, avanzarán rectas, sin detenerse, hasta que acaben con todo cuanto encuentren. Por último, los peones, los ejércitos de anónimos soldados que respaldan a los monarcas en una batalla que no han decidido, que no es suya, siguiendo las insignias que ya sus padres siguieron a empresas cuyo origen se pierde en el principio de los tiempos. No es su guerra, pero es su batalla.

El viento se embravece, ha llegado la tormenta. En esta partida no hay turnos ni honor. Las armas brillan y truenan, llenando el espacio con sus rugidos. La primera línea avanza, implacable. Los peones caen sabiendo que otros les reemplazarán. No todos llegarán al final, pero avanzan juntos, como una única mente, siempre adelante. De pronto, uno de ellos escapa al pelotón, se convierte en un organismo independiente… y eso es peligroso. La batalla continúa, con esta ficha de más, a la que observan expectantes el resto de peones. El pequeño combatiente se alza por fin en mitad de su bando, al tiempo que su dama desaparece. El caos se ha adueñado del campo de batalla. Uno de los bandos se ha perdido, no distingue enemigo de aliado. Nada los une ya. Un rey acorralado intenta recuperar las insignias, y con ellas a su corte. Esfuerzo inútil, debe rendirse, bajar, convertirse en peón y entregarse a una muerte rápida y cruenta…

No hay nada que temer, es el mundo de los mil reyes: cada día se erigen nuevos monarcas, cada día dos ejércitos se baten en duelo, cada día mueren un solo rey y miles de peones. 


martes, 24 de enero de 2017

Llorar está permitido

Tres policías, tres bandidos. Una persecución callejera sin precedentes en la historia. Los bandidos - ¡ah, cobardes! - huyen tras haber asaltado la reserva de piedras preciosas, ocultas hasta el momento del robo en las alforjas colgantes de los caballos metálicos.

Los criminales corren esquivando inocentes peatones, empujándolos incluso, cuando es necesario. Los presentes, atónitos ante el espectáculo, inmóviles, observan ambos bandos: el bien y el mal, la ley y su transgresión, el perseguidor y el perseguido, las rapaces y las carroñeras.

Perlas coloreadas de todos los colores - rojas, azules, amarillas, verdes, negras, naranjas, marrones, blancas, y hasta moradas - se escurren entre las manos de los rateros. Caen al suelo en medio de “taps” y rotos “crsh”, dejando un reguero polícromo detrás de ellos, marcando, más bien, el camino de que deben seguir los agentes de la ley.

Ambos prófugos guardan el gesto duro, ardiente, de quien tiene por único destino el infinito, el vasto infinito que los mantendrá a salvo. No hay fronteras para ellos, no existen los muros ni las finas líneas divisorias que aparecen en las cartografías más básicas, y que son habitualmente más sólidas e imponentes que las gruesas murallas. No existe para ellos “atrás”, han renunciado a él para poder tener todo el “adelante” posible. No vale pararse, no vale mirar lo que han dejado, no vale dudar, no vale pensar, nada de eso vale ya.

Los dos policías se entregan a su deber, sin perder de vista nunca a sus objetivos. Los impulsan dos motivos, dos instintos, dos naturalezas. La primera y más superficial, su papel de garantes del orden, su responsabilidad de hacer que todo sea “como debe ser”. La segunda, más primaria, bien arraigada en su ADN, la lucha por proteger “lo que es suyo, sólo suyo y nada más que suyo”. Ellos mismos han sido víctimas del vandalismo, y no pueden tolerarlo, esto ha ido más allá de una batalla filosófica sobre los principios de bien y mal, es más bien una lucha entre el “mío” y el “tuyo”, el “ego” y el “alter”.

Uno de los ladrones resbala – ¡maldición! – y cae. Todo se detiene, la persecución ha llegado a su fin. El mundo de buenos y malos estalla como una bola de nieve contra el suelo. Policías y bandidos recuperan su aspecto y edad, las joyas vuelven a ser dulces chucherías, las carreras vuelven a ser juegos de niños. El caído se incorpora entre sollozos desconsolados, en un llanto que solamente aquellos que guardan aún sentimientos puros pueden emitir.


El otro permanece estante, impactado por la suerte de su compañero de correrías. Quienes hasta ahora los habían perseguido, algo más altos, los alcanzan en cuestión de segundos. Uno de ellos coge los caramelos en silencio, metiéndolos meticulosamente en sus bolsillos. Se vuelve entonces hacia el caído. Un gesto muy adulto: le ayuda a levantarse. Un no-gesto muy infantil: la no-petición de dejar de llorar. Porque mirar atrás no está permitido, dudar no está permitido, pero llorar, ahuyentar el dolor con aullidos, con lágrimas de purificación, con muecas dignas de las divinidades más apotropaicas; llorar, en fin (o por principio), llorar todavía está permitido.